Tokio acoge la misa mayor del atletismo mundial
Duplantis, Lyles, Laros, Bol, Kipyegon, Warholm… las grandes estrellas llegan en su mejor forma a los Mundiales, que se alargarán hasta el domingo 21
No hay experiencia más reveladora de las debilidades propias y la excelencia ajena que la de un paseo una mañana nubosa de bochorno y húmeda alrededor de la pista sintética del estadio olímpico de Tokio mientras la comparten decenas de los mejores atletas del mundo que en ella quieren pisar, saltar, correr, casi bailar en sus ejercicios de técnica de tobillo y pie, y de contacto con la pista en la que pelearán, y mientras a los mortales hasta les cuesta dar un paso sin sudar, y se sienten paralíticos, ellos se mueven todos felinos y rápidos, naturales, sin apenas esfuerzo, con la elegancia de la perfección del gesto, y el ritmo. Y eso que solo calientan, se desentumecen, se quejan del jet lag o alaban las virtudes de la melatonina para derrotarlo y recuperar el buen ritmo circadiano.
Cuando empiecen a competir la conciencia de la mediocridad del espectador ya humilde se convertirá sin más en admiración y boca abierta contemplando, por ejemplo, el ballet de velocidad y fuerza de Valarie Allman lanzando a más de 73 metros, a la otra punta del estadio, un disco metálico de un kilo de peso, o a Noah Lyles, y su figura de manga que adorna todas las esquinas de Tokio, un Goku desbocado y volador, adelantando a Letsile Tebogo a más de 36 por hora en los últimos metros de un 200 para vengarse de una derrota en los Juegos de París que acabó con la mascarilla del covid y conseguir su tercer oro mundial consecutivo en la distancia; o apreciando la inteligencia de movimientos, el cambio de velocidad, la certeza de un ataque, de Emmanuel Wanyonyi, Moha Attaoui, Donavan Brazier o Max Burgin en los 800m, o Niels Laros o Cole Hocker en 1.500m, la aristocracia de la pista, que, en la que puede ser la madre de todas las carreras, echará de menos, quizás, a uno de sus dioses, Jakob Ingebrigtsen, que duda tanto como su Aquiles se inflama, y este año, por primera vez en su carrera, no ha competido ni una sola vez al aire libre.
Tiene solo 24 años el fenomenal atleta noruego y ya parece un veterano con achaques, tanto se ha exigido desde que reveló al mundo su alma de niño prodigio en los Europeos de Berlín en 2018 a los 17 años, antes de alcanzar el oro olímpico en Tokio a los 20. Aunque ganó dos Mundiales y unos Juegos en 5.000m, en 1.500m, su distancia más dorada, aún no ha conseguido un oro mundial, derrotado en 2022 por el escocés Jake Wightman, en 2023 por otro escocés, Josh Kerr, y en París, por Cole Hocker, norteamericano.
Una cuenta pendiente que quizás no se pueda cobrar. O la velocidad sostenida y progresiva de Faith Kipyegon en los 1.500m y los 5.000m también… O las acrobacias a más de 6,20 de altura de Mondo Duplantis, la pelea sobre las vallas altas de Quique Llopis con Cordell Tinch y Grant Holloway, y en las bajas Karsten Warholm y Rai Benjamin, o Melissa Jefferson contra la campeona olímpica Julien Alfred en los 100 y los 200. O la diosa Yulimar Rojas, que no ha saltado ni una vez desde hace dos años (y ha estado prácticamente un año recuperándose de una rotura de tendón de Aquiles), o Jordan Díaz, un solo salto en los últimos 13 meses, y, sin embargo, ambos alumnos de Iván Pedroso en su escuela cubana de Guadalajara son los favoritos del triple. Son estrellas que, ante un calendario atlético cada vez más poblado, eligen solo lo bueno. Se guardan para lo único.
Es el Mundial, de sábado 13 a domingo 21, la misa mayor bienal del atletismo, que regresa a Tokio 34 años después de una edición que descubrió a Marie José Pérec y convirtió el duelo en el foso de Carl Lewis y Mike Powell en un combate inolvidable y un récord del mundo, y su recuerdo es melancólico cuando lo acoge Sebastian Coe, el presidente de la World Athletics (WA), la federación internacional, que vivió como atleta los años dorados cuando el atletismo era deporte televisivo de prime time y audiencia. Con regresar a esos tiempos sueña Coe, que contraprograma su Mundial presentando la víspera, en Tokio, una nueva competición, el Ultimate Championship, algo así como el Mundial de todos los Mundiales, que comenzará a disputarse el próximo verano en Budapest. Como si los más de 2.000 atletas que se agobiarán los próximos nueve días en la capital japonesa no fueran lo más importante que pueda ofrecer un deporte que busca rentabilidad máxima. La fallida aventura de las pruebas organizadas en primavera por Michael Johnson debería ser, quizás, un aviso, de que difícilmente el atletismo podrá llegar a generar los millones que desean sus dirigentes.
Coe presentó su Ultimate acompañado de un mito del pasado reciente, Usain Bolt, la estrella espacial de la pasada década, y Mondo Duplantis, el sueco de Louisiana que ha puesto la pértiga en órbita y que buscará alcanzar en Tokio la barrera de los 6,30 metros. Mientras Coe sueña sus sueños, los aficionados bajan la mirada hacia los niños prodigio, tan interesantes siempre, tanto alimento para la ilusión suponen siempre adolescentes campeones como el australiano Gout Gout, nacido en Brisbane de padres exiliados de Sudán del Sur, que correr como Usain Bolt, tronco rígido, zancada de 2,86m, y quiere ser tan alto como el jamaicano, y más rápido. Tan delgaducho y desgarbado como el adolescente zangolotino Bolt, Gout Gout, de 17 años, sigue creciendo, ya se llega por 1,86m y sus 20,02s en los 200m rozan la barrera de lo extraordinario.
El tejano Cooper Lutkenhaus es más joven aún, tiene 16 años, y en unos trials milagrosos se convirtió en el nuevo Jim Ryun, el atleta de instituto que desde que en 1964, a los 17 recién cumplidos, bajara de los cuatro minutos en la milla se convirtió en una referencia única de lo que significaba ser niño prodigio en atletismo. Un año más joven, a los 16, Lutkenhaus, también rubito y flaco, se coló este agosto entre los 20 mejores de la historia de los 800m con el 1m 42,27s con el que a punto estuvo de ganar el campeonato de Estados Unidos. Quedó segundo, pero el ganador, el renacido Brazier, aún lleva el susto en el cuerpo por el final explosivo del tejano, ya profesional con Nike, que corrió los 200 últimos metros en menos de 26s.