Luis Suárez, el sabio tranquilo
Necesitabas andar con los reflejos muy despiertos para que sus frases de ayuda no se diluyeran en el silencio de su mirada: “¿Qué, te has enterado?”
Ya sé que ya se lo he contado, pero no me importa repetirme. Hace muchos años que tuve a Luis Suárez como seleccionador, primero de la selección sub-21 y luego de la absoluta. Un día de abril de 1983, solo recuerdo que era una mañana muy, muy, muy, muy fría en Cremona (Lombardía, Italia), donde jugábamos un amistoso contra Italia en categoría sub-21. La mañana del partido salimos a dar un paseo por los alrededores del hotel y no habíamos dado ni diez pasos cuando la gente se iba acercando para ped...
Ya sé que ya se lo he contado, pero no me importa repetirme. Hace muchos años que tuve a Luis Suárez como seleccionador, primero de la selección sub-21 y luego de la absoluta. Un día de abril de 1983, solo recuerdo que era una mañana muy, muy, muy, muy fría en Cremona (Lombardía, Italia), donde jugábamos un amistoso contra Italia en categoría sub-21. La mañana del partido salimos a dar un paseo por los alrededores del hotel y no habíamos dado ni diez pasos cuando la gente se iba acercando para pedir, tranquila, educada, respetuosa, un autógrafo a Luis Suárez, nuestro míster. Si el paseo fue de media hora, los autógrafos no bajaron de 100 y al preguntar a un aficionado que se alejaba sonriente con su trofeo que por qué venía a visitarnos, nos respondió: “Es Luis Suárez, el arquitecto, el mago, el Balón de Oro”.
Y nosotros, esos jóvenes que pensábamos en llegar a ser los mejores, nos dimos cuenta de que junto a nosotros caminaba uno de esos que ya habían visitado esa cima donde solo habitan los únicos, los más grandes, los excepcionales. Uno que con ese acento gallego te haría pensar que acababa de salir de A Coruña, si no fuera porque entre medias se le colaba alguna expresión en italiano, algún chascarrillo entre dientes. Siempre con una sonrisa te soltaba una frase de esas que ahora salen en los mejores libros de autoayuda. Necesitabas, eso sí, que anduvieras con los reflejos muy despiertos porque según salían de su boca se diluían en un silencio acompañado de una mirada de esas con las que te decía: “¿Qué, te has enterado?”.
Y ahí te quedabas en la certidumbre de lo incierto.
Nos contaba Luis Suárez a los que nos gustaba disfrutar de esas viejas historias con las que se tejen las leyendas, cómo había recibido su Balón de Oro, en una ceremonia antes de un partido con el Barça -sí con el Barça- en el que en el borde del terreno de juego le hicieron llegar el trofeo, entonces más bien pequeño, discreto, elegante. Nada que ver con el de hoy, grande, aparente, excesivo, pelín hortera que quieren que les diga. Entonces y ahora, brillos y bling-bling aparte, símbolo que te da acceso, que certifica, tu, su, pertenencia al club de los más grandes.
Una ceremonia sin marketing, sin fuegos artificiales, sin discursos ni alharacas, ya que había que jugar el partido, pero con la verdad de un trofeo sólido y de una pieza. Como Luis, Don Luis Suárez.
Me sería fácil decir que ese trofeo y esa entrega nos permitirían entender las dos caras de Luis Suárez. La del jugador excelso, la de la leyenda del terreno de juego, la del arquitecto del Inter, la de la leyenda junto con la de la persona discreta, el sabio tranquilo, la magia y el regate entre amigos. Pero lo que hoy me viene a la mente es preguntarme por qué el único Balón de Oro español, hasta que Alexia Putellas se ha hecho con dos, ese rara avis de nuestro fútbol, esa excepción excepcional era reconocido, admirado, respetado, homenajeado en la fría Cremona y, sin embargo, paseaba con absoluta tranquilidad y hasta cierta indiferencia cuando lucía y caminaba con el chándal de la selección española, sub-21 y absoluta, por cualquiera de aquellas calles por las que activábamos nuestro equipo antes de no importa qué partido.
No lo sé, me duele haber tenido que esperar a conocer su fallecimiento para tener el momento de escribir este reconocimiento a un futbolista que, yo solo lo he visto en vídeo y cine. Dicen que era fino, excelso, mágico, eléctrico, desequilibrante, maravilloso y con su punto de mala leche para hacerle ser uno de los mejores. Sí, repito, uno de los mejores, de los grandes de la historia de este juego llamado fútbol. Aunque la memoria sea breve, aunque el reconocimiento sea efímero, aunque el olvido, ese olvido en el que tan bien transita y se desarrolla el fútbol español, aunque ese olvido teja esa fina tela que, por desgracia, tanto se parezca a un sudario.
“Sit tibi terra levis”, míster Luis Suárez, y que allí arriba le digas a Maradona que ese 10 y esa leyenda es también la tuya.
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