Ayuso gana la contrarreloj pero pierde la Vuelta a Suiza por 9s ante Skjelmose
El prodigio español, de 20 años, que fue maillot amarillo virtual pasado el primer tercio de la contrarreloj, supera en la etapa a Remco Evenepoel, el campeón del mundo
Juan Ayuso aún no ha cumplido los 21 años, pero, cuando su masajista amigo Paco Lluna, que ya tocó los músculos de Marco Pantani, y su cabeza, le abraza y le consuela, el rostro, reflejo del esfuerzo, todo compungido tras la derrota el ciclista del UAE que quiere ser Pogacar, aparenta 30, 40, la edad de un veterano, pues tanto ha vivido la última semana, tantas v...
Juan Ayuso aún no ha cumplido los 21 años, pero, cuando su masajista amigo Paco Lluna, que ya tocó los músculos de Marco Pantani, y su cabeza, le abraza y le consuela, el rostro, reflejo del esfuerzo, todo compungido tras la derrota el ciclista del UAE que quiere ser Pogacar, aparenta 30, 40, la edad de un veterano, pues tanto ha vivido la última semana, tantas vidas, la muerte cercana, la euforia de la victoria en la montaña, la amargura de la victoria insuficiente en la contrarreloj, la pérdida del maillot amarillo en los últimos 16 kilómetros, la fe en la tecnología y los vatios, en el entrenamiento en la zona dos de moda, la desconfianza en el instinto, y luego, la desconfianza en la ciencia, la pérdida de la fe absoluta, y la memoria de los días de invierno en los que una lesión inexplicada en el tobillo le impedía entrenar, le hacía pensar que nunca se recuperaría. Experiencias que el 99 por ciento de los ciclistas no pasan en toda una vida. Todo un mundo, concentrado en 9s, los que le separaron tras ganar la contrarreloj de Saint Gall, del danés Mattias Skjelmose y la victoria final de la Vuelta a Suiza. 20 años y una fortaleza física que asombra.
“Estoy contento porque he ganado la etapa”, dice Ayuso, siempre cariacontecido, la visera de la gorra levantada, como los ciclistas viejos, tras abrazar al ganador de la general y soplarle unas palabras al oído. “Es la segunda vez que gano una contrarreloj este año [ganó también la del Tour de Romandía, también en Suiza, en abril] así que estoy contento por seguir mejorando en este tipo de carreras. Pero sí, el objetivo principal era ganar la general y he quedado segundo, así que es una pena. Pero Mattias ha estado muy fuerte y tengo que felicitarle”.
Ayuso, uno de los ciclistas de los que dependerá la vitalidad del ciclismo español la próxima década inició la contrarreloj final de 26 kilómetros tercero en la general, a 18s de Skjelmose, líder, y con 28s de ventaja sobre el campeón del mundo y espléndido especialista en magnífica forma, el belga Remco Evenepoel. Salió muy fuerte Evenepoel, tal es su hábito, tal hizo en el Giro, donde ganó las dos contrarrelojes que disputó antes de retirarse con covid, 40-50 vatios más de los que recomienda su ordenador, un riesgo asumido para apabullar a la concurrencia, para descorazonar, y también salió tan fuerte Ayuso, el mismo riesgo, la misma estrategia y quizás el engaño de su instinto, y su voluntad que contradice la ciencia del rendimiento, y obliga a los especialistas a rascarse la cabeza y preguntarse cómo es posible, y parecía que acertada, pues en el kilómetro 10, en el primer puesto de control, al que llega a una media de más de 53 kilómetros por hora, ya aventaja en 19s a Skjelmose y solo cede 5s a Evenepoel. Ya es líder virtual por 1s. Ya recauda los réditos definitivos de su fuga en el ascenso y su riesgo en el descenso del Albula el jueves, donde pasa destacado por la curva en la que nos minutos después morirá Gino Mäder. ¿Quién puede soportar que el día de su mayor victoria sea también el día de la muerte de un compañero?
“Quería dedicarle la general a Gino, pero creo que la etapa también le alegrará”, dice Ayuso, tras solo su 14º día de competición en un año marcado por una lesión neuromuscular que le impidió competir entre septiembre, cuando terminó tercero en su primera Vuelta, ganada por Evenepoel, su rival designado, y la última semana de abril. “Así que, por supuesto, esto va por él. La carrera está ahora un poco al margen. No me apetece celebrarla. No es lo que me pide el cuerpo. Pero sí, creo que aquí todo el mundo ha dado lo mejor de sí mismo por Gino. Seguro que Mattias también piensa en él, para dedicarle la general. Así que sí, en cierta manera también estoy contento de haber podido ganar para intentar honrar su memoria”.
Skjelmose, danés como Jonas Vingegaard, y del mismo temple, tranquilo, imperturbable, ha salido más regular, y en el segundo tronco de la contrarreloj, los segundos 10 kilómetros, diferenciados de los primeros por un insidioso repecho con tramos al 20 por ciento, y la media total desciende a apenas 46 por hora, recupera tiempo a Ayuso y Evenepoel, que no pueden mantener el ritmo asfixiante del inicio.
“Sabía que era posible. Siempre corro para ganar y creía en mí. Aunque partiera con la desventaja del buzo [como maillot amarillo debió usar la combinación de contrarrelojista suministrada por la organización con la marca de su patrocinador, no confeccionada a la media y con tejidos tan aerodinámicos como sus rivales] demostré que mi forma es buena y que estoy preparado para el Tour”, dice el danés, de 22 años, más joven aún, por meses, que Evenepoel, el símbolo de la generación Z en el ciclismo. Pasa por el kilómetro 20 a 10s de Ayuso, que pierde su ventaja y ya tiene la victoria a 8s de distancia, y aunque arriesga en los últimos kilómetros, sinuoso descenso, no puede sino ceder un segundo más, ganar la contrarreloj por 9s y caer derrotado en la general por 9s, y sentirse perdido, triste, a los 20 años por no haber ganado la Vuelta a Suiza, la cuarta grande, la carrera que solo otros dos ciclistas españoles, el gran Tarangu, José Manuel Fuente, en 1973, el año en el que Eddy Merckx temblaba las mañas de montaña en el Giro, y sufría en las Tres Cimas de Lavaredo, pues le temía como el campesino teme al rayo y al granizo, y, en 2005, el meteórico Aitor González, de increíble fuerza solo tres años de su carrera. “Son muchas y grandes emociones las que siento”, añade Skjelmose. “Es una combinación de mucho sacrificio para mí y, por supuesto, la muerte de Gino. Creo que todo combinado me emociona mucho y sólo necesito poder reír. Para mí lo más importante era que la familia de Gino quería que la carrera continuara y que nosotros corriéramos con normalidad. Eso me hizo pensar correctamente. Si su familia más cercana lo quería, eso es también lo que debíamos hacer”.
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