Joselu, el bendecido, mete a España en la final de la Liga de las Naciones
El delantero vuelve a marcar a los pocos minutos de entrar y clasifica a la selección a la final contra Croacia al desatascar un partido dominado por La Roja, pero que se dirigía a la prórroga
Y de repente, en lo que podría haber sido la recta final de su carrera, a los 33 años, recién descendido a Segunda con su equipo, Joselu Mato volvió a resolver lo que podría incluso considerarse el problema español esencial, el atasco en los últimos centímetros de la brillantez. Como en Málaga contra Noruega, el todavía delantero del Espanyol, ...
Y de repente, en lo que podría haber sido la recta final de su carrera, a los 33 años, recién descendido a Segunda con su equipo, Joselu Mato volvió a resolver lo que podría incluso considerarse el problema español esencial, el atasco en los últimos centímetros de la brillantez. Como en Málaga contra Noruega, el todavía delantero del Espanyol, a un paso del Real Madrid, entró al campo después del minuto 84 y encontró el premio enseguida. Y esta vez el premio fue gigantesco: derrotó a Italia, y aplacó las llamas que amenazaban con cercar al seleccionador, Luis de la Fuente, conduciendo a España a la final de la Liga de las Naciones del domingo contra Croacia en Róterdam (20.45, La1).
La jugada resumió las frustraciones de la selección y cómo Joselu, un bendecido del gol, las despeja con un movimiento sutil. Se consumía el tiempo hacia la prórroga, con la selección dominando, y trenzando virguera con una dejada de Ansu Fati, una apertura a la banda y un tiro de Rodri desde la frontal. Nada que no hubieran hecho ya. Pero esta vez allí estaba Joselu, que llevaba solo cinco minutos sobre la hierba, midió sus pasos sobre la línea del fuera de juego, se movió hacia el rebote, metió la puntera derecha y disolvió casi todas las angustias.
De la Fuente había llegado a Países Bajos cavilante, todavía de expedición, en busca de una combinación adecuada de futbolistas. Volvió a agitar la coctelera. Si de Málaga a Glasgow introdujo ocho cambios, de ahí a Enschede volvió a cambiar otros ocho. No solo eso: cinco de los titulares ni siquiera estaban en su primera lista. En marzo faltaron Unai Simón (lesionado), Le Normand (aún francés) y Alba, Navas y Rodrigo Moreno.
Era la Liga de las Naciones, un torneo menor, sí, pero también era una semifinal, y otro España-Italia, que da igual en qué fase se encuentren, siempre guarda mucha miga. Un clásico europeo repetido ya 40 veces.
Sin embargo, comenzó con un tono impropio para su tonelaje. El primer chispazo nació de una vacilación de un tipo del que no se espera ni un leve tembleque. Gavi se lanzó a presionar a Leonardo Bonucci, que parece que lleva jugando este partido toda la vida. Pero perdió un poco el control de la pelota, que rebañó Yéremy en una segunda acometida. El canario entró en el área y abrió el marcador.
El fogonazo, tan inesperado, desestabilizó los equilibrios. España, que había salido empeñada en recuperar el balón muy arriba, de repente se hundió y se instaló en la frontal, desde donde contempló la caída de una lluvia de centros. Hasta que Zaniolo pescó uno en el área, chutó a ninguna parte, y esa ninguna parte resultó ser la mano derecha de Le Normand. La fatalidad sobrevino a Bonucci en la que quizá haya sido una de sus últimas tardes con Italia, y al defensa de la Real, en su estreno como español, pareja de otro francés, Laporte.
Inmobile convirtió el penalti. España perdió esa ventaja tan tempranera, pero ganó la calma. De repente, como si se hubiera despejado la tormenta, apareció Rodri. El mejor jugador de la última final de la Champions limpiaba, ordenaba y aceleraba a voluntad. España tenía la pelota e Italia, el vértigo.
Mancini tenía un plan con el que amenazó con veneno el control de De la Fuente. Jorginho, capaz de manejar partidos a bajas revoluciones, se dedicó a evitar cualquier demora aprovechando que España se había instalado en su campo, y que el movimiento dejaba un latifundio a la espalda. Italia se aplicó a percutir a la retaguardia de Le Normand y Laporte, que se vieron exigidos en cada balón aéreo, en cada carrera hacia atrás. Hasta un susto mareante.
Frattesi, centrocampista del Sassuolo, sorprendió a la pareja, se plantó solo ante Unai, y marcó. No habían pasado ni veinte minutos desde la ventaja de Pino y La Roja ya lo había perdido todo, pese a la ilusión de llevar el mando. Sin embargo, el VAR los rescató del sobresalto y De la Fuente vio a los suyos acercarse cada vez más a Donnarumma. Morata, Gavi y Merino se movían con soltura por los recovecos calientes. Tal vez solo desentonaba el rescatado Rodrigo Moreno, muy impreciso.
Fue el primero en dejar el campo, después del intermedio. Entró Marco Asensio y enseguida elevó la temperatura con un pase milimétrico al segundo palo con el que Mikel Merino casi entra en la portería. Morata se revolvió con el rebote, pero la pelota se le escapó a palmo del poste. Asensio había tirado el cable que conectó el control con la descarga eléctrica, pisando el área, o añadiendo picante más atrás.
De la Fuente siguió añadiendo carbón a la caldera: Canales, Fabián, Ansu Fati y, finalmente, Joselu, el clarividente. El bendecido. Otra noche más.
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