Laporta y el nuñismo, camino de Montjuic
Mudarse a un nuevo hogar supone un verdadero desafío para aquellos aficionados que advierten la amenaza de lo definitivo tras el filo del cambio
Supongo que cualquier mudanza no deja de ser una especie de terremoto con tiempo de sobra para meter todas tus cosas en cajas, por eso duele tanto. Abandonar aquel primer piso que a duras penas te podías permitir con la ayuda de tus padres, o dejar el Camp Nou para largarte a Montjuic —por más que tu agente inmobiliario insista en llamarla “la Montaña Mágica”, como si fueses un ewok, o un pitufo—, supone un trance para el que ninguna persona estará del todo preparada...
Supongo que cualquier mudanza no deja de ser una especie de terremoto con tiempo de sobra para meter todas tus cosas en cajas, por eso duele tanto. Abandonar aquel primer piso que a duras penas te podías permitir con la ayuda de tus padres, o dejar el Camp Nou para largarte a Montjuic —por más que tu agente inmobiliario insista en llamarla “la Montaña Mágica”, como si fueses un ewok, o un pitufo—, supone un trance para el que ninguna persona estará del todo preparada nunca, jamás, cuánto menos una masa social informe y tan acomodada como la del Barça, que ya ha comenzado a poner pegas al traslado mucho antes de pasarse por las fruterías y zapaterías del barrio a la caza de bolsas, gomas y cajas de naturaleza gratuita.
Ocurre que el traslado es necesario por varias razones, la primera de las cuales tendría que ver con la renuncia generalizada a un primer intento de remodelación que Joan Laporta y su junta pusieron sobre la mesa en 2007. Presupuestado en 250 millones de euros, el bautizado como proyecto Foster mantenía la estructura constructiva del actual estadio, incorporaba una nueva cubierta y alteraba la distribución interior, pero sin interferir en el desarrollo normal de la actividad deportiva. “Estoy absolutamente en contra”, declaró Sandro Rosell el mismo día que anunciaba su intención de presentarse a las elecciones de junio de 2008. “Es una locura. No tiene ningún sentido que se haga”. La alternativa —supuestamente racional— del bartorosellisme al proyecto Foster se presupuestaría en unos redondísimos 600 millones (a la postre insuficientes) y fue bendecida por los socios en sagrado referéndum.
Mudarse a un nuevo hogar —aunque sea de manera temporal y por culpa de un calentón— supone un verdadero desafío para aquellos aficionados que advierten la amenaza de lo definitivo tras el filo del cambio. Y puede ocurrir que toda una vida entregada al Barça se apague en Montjuic, pero no conviene pensar en ello, ni comenzar esta nueva etapa de una guisa tan funesta: tiempo habrá para pensar en la muerte cuando se anuncien algunos de los nuevos fichajes. La principal motivación del socio/abonado que acuda al Lluís Companys debería cimentarse en la firme intención de crear un ambiente cálido, propio y reconocible en el que técnicos y futbolistas puedan dar lo mejor de sí sin apreciar que están pagando (igual no por justos, pero tampoco por pecadores) los platos rotos durante el traslado. Y si Leo Messi quiere pensar que el pebetero olímpico es una barbacoa bárbara, pues que lo piense: a fin de cuentas, todos le queremos feliz y de vuelta para esta nueva aventura lejos de su jardín.
Al joven Joan Laporta lo apodaron el Kennedy del Barça en una de aquellas primeras giras veraniegas por los Estados Unidos de América. Sonreía como un irlandés afortunado, se dejaba fotografiar a lomos de una chopper de la policía y las gafas modelo aviador le sentaban mejor que a Tom Cruise en aquella obra maestra del machocentrismo titulada Top Gun. “No te preguntes lo que el Barça puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por el Barça”, podría ser la respuesta sencilla y parafraseada del actual presidente a quienes, una vez más, parecen dispuestos a coquetear con ese nuñismo de baja intensidad que siempre aparece susurrante en cuanto intuye debilidad. Los reconoceremos, ahora que la historia dicta un nuevo comienzo, porque acostumbran a presumir de llavero en el rellano, pero todavía incapaces de aceptar que ya no son ellos quienes guardan las llaves del club.
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