El Barça y el franquismo, de nuevo
La historia es compleja, y alejada de soluciones simplonas o manipulaciones burdas, como el ya célebre vídeo que lamentablemente lleva el sello oficial del Real Madrid
Desigual forcejeo el que tenemos con las fake news quienes intentamos comprender y explicar nuestro pasado, más todavía si este se ve envuelto en sentimientos de pertenencia como los que se agolpan entre goles y banderas. Lastimosamente, me dicen que el balón rueda sin parar en Twitter y similares, cada vez más lejos de la voluntad de entender nada. La historia es compleja, y alejada de soluciones simplonas o manipulaciones burdas,...
Desigual forcejeo el que tenemos con las fake news quienes intentamos comprender y explicar nuestro pasado, más todavía si este se ve envuelto en sentimientos de pertenencia como los que se agolpan entre goles y banderas. Lastimosamente, me dicen que el balón rueda sin parar en Twitter y similares, cada vez más lejos de la voluntad de entender nada. La historia es compleja, y alejada de soluciones simplonas o manipulaciones burdas, como el ya célebre vídeo que lamentablemente lleva el sello oficial del Real Madrid. Copiando el modelo fascista italiano, el franquismo encargó el control del deporte al partido único, la Falange, que hizo y deshizo a través de la Delegación Nacional de Deportes. Toda la actividad deportiva quedaba bajo su control, desde las federaciones a los clubes. Por eso todos, incluso los que tenían un pasado más problemático con las ideas franquistas, tenían que aceptar ese intervencionismo político, con cambios de nombres, escudos, e incluso renunciando a su pasado, como ocurrió con el primer partido en el campo de Les Corts en junio de 1939, cuando el general de los Servicios de Ocupación elogió “el Barcelona de hoy, que ha sabido arrojar para siempre la semilla de los antiespañoles”.
Una muestra de cómo se identificaba al Barça desde determinadas instancias, con el recuerdo todavía cercano de un club catalanista y que siempre hizo gala de vocación democrática, que contaba con el nombre totémico de Josep Sunyol, el presidente republicano asesinado cerca de Guadarrama. Eso no obsta, naturalmente, que el club barcelonés contara entre sus socios y directivos a franquistas convencidos, sin los cuales el club hubiera desaparecido, pero que nunca tuvieron influencia decisiva cerca de los mandatarios de la Delegación, que prohibieron expresamente que el Camp Nou llevase el nombre de Joan Gamper, el otro gran referente del club, que había abrazado el catalanismo, era protestante y se había suicidado en 1930, un currículum desagradable para las autoridades franquistas. Un club con una masa social que secundó el boicot a los tranvías en 1951, decisiva para que las autoridades aceptasen un revés al que no estaban acostumbradas.
Manuel Vázquez Montalbán explicó en 1969 en Triunfo su percepción sociológica del club, proclamando que “Es el Barça la única institución legal que une al hombre de la calle con la Cataluña que pudo haber sido y no fue”, la derrotada en 1939. Una percepción especialmente aplicable a los años sesenta, los más mediocres deportivamente, cuando el Barça era la única institución que conectaba el mundo real con el oficial, gracias a un palco en que convivían restos falangistas con burgueses demócratas, los que impulsaron la conexión con la intelectualidad progresista y buscaron recuperar la memoria del club.
Claro que los directivos tuvieron que seguir disfrazándose con esmoquing para conceder alguna medalla a Franco, que por otra parte era un ritual de obligado cumplimiento. En 1974 se olvidaron, al instituir la Medalla de Oro, y tuvieron que rectificar inventándose una nueva condecoración, la medalla de Oro de las Bodas de Platino, para complacer al dictador. En fin, claro que hubo barcelonistas franquistas, pero la actividad del club se distanció todo lo que pudo de la omnipresencia de la dictadura, y por eso el vídeo de marras no merece respuesta. La historiografía sobre el fútbol como fenómeno social y político en nuestro país ha avanzado notablemente en los últimos años y nos ofrece un conocimiento que permite interrelacionar ese espacio de sociabilidad popular con las identidades territoriales y la historia. Es evidente que trasladar ese conocimiento a la sociedad no es tarea fácil, ávidos como están muchos de los receptores simplemente en confirmar apriorismos. Pero ello no obsta para intentarlo, explicando que no hay respuestas simples y denunciando que el sello oficial de una entidad deportiva dé valor a afirmaciones falsas y manipulaciones del más bajo nivel.
Carles Santacana es Catedrático de Historia Contemporánea (Universitat de Barcelona)
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