Roger Federer, la otra dimensión del tenis, se retira a los 41 años
El suizo anuncia que disputará su último torneo la próxima semana, en la Laver Cup de Londres. Con 20 grandes a las espaldas y un estilo único, colgará la raqueta después de marcar una época y de protagonizar una extraordinaria rivalidad a tres bandas con Nadal y Djokovic. Una lesión de rodilla significa el punto final
Se sospechaba, se intuía, pero no por ello deja de ser menos doloroso. Roger Federer, el gran genio de la raqueta, anunció este jueves a través de las redes sociales que la Laver Cup que se disputará en Londres la próxima semana será su último torneo y que, por tanto, se acabó lo que se daba y llegó el día menos deseado: efectivamente, Federer se retira. Solo dos semanas después del adiós de Serena Williams, se cierra otra leyenda. Se despide el suizo a los 41 años, des...
Se sospechaba, se intuía, pero no por ello deja de ser menos doloroso. Roger Federer, el gran genio de la raqueta, anunció este jueves a través de las redes sociales que la Laver Cup que se disputará en Londres la próxima semana será su último torneo y que, por tanto, se acabó lo que se daba y llegó el día menos deseado: efectivamente, Federer se retira. Solo dos semanas después del adiós de Serena Williams, se cierra otra leyenda. Se despide el suizo a los 41 años, después de 24 en el circuito profesional, de un sinfín de raquetazos exquisitos y de mucha gloria, con 20 grandes, 1.526 partidos, 103 trofeos en la ficha, pero, sobre todo, con algo que va mucho más allá de las cifras: un estilo único y, probablemente, inigualable. Federer es, ha sido y será el gran caballero de la raqueta. Desde ya, el tenis lo añora.
“Como muchos sabéis, los últimos tres años han sido un desafío para mí por las lesiones y las operaciones. He trabajado duro para poder volver a mi mejor forma, pero también sé las limitaciones de mi cuerpo y los mensajes que me ha mandado han sido claros”, introduce el de Basilea a través de la narración; “el tenis me ha tratado de manera más generosa de lo que nunca soñé y hay que reconocer cuándo es hora de poner final a mi carrera profesional. La Laver Cup de la semana que viene en Londres [del 23 al 25 en el O2 de la capital inglesa] será mi último torneo ATP. Jugaré más al tenis en el futuro, por supuesto, pero no más Grand Slams o en el Tour”.
El tiempo, ley de vida, cierra el extraordinario periplo de Federer, que comenzó siendo un joven rebelde que rompía raquetas y no era fácil de manejar, y se marcha siendo un gentleman universalmente reconocido por su tenis de postín y sus buenas formas dentro y fuera de la pista. Su golpeo delicado e insonoro, su delicioso revés a una mano y su determinación para embestir con la derecha dejan un legado infinito. Su impronta es única: RF. Siempre al abordaje, jamás especuló ni esperó a lo que pudiera hacer el adversario. Mandaba él. Federer siempre ha entendido el juego en una sola dirección, yendo permanentemente al ataque y jugando por y para el espectador. Se ha divertido y ha competido en dosis iguales. Un tipo genial, una fiera en la pista.
“De todos los regalos que me ha dado el tenis, me quedo con la gente que he conocido. He sufrido lesiones en estos últimos años [la rodilla derecha es el freno definitivo] y mi cuerpo me ha dado un mensaje claro de que no puedo seguir. Es una decisión muy dura y echaré mucho de menos este deporte, pero celebro que he dado todo lo que he tenido y el tenis me ha dado mucho más de lo que yo le he dado”, transmite el suizo, ya en el panteón de los más grandes de su deporte junto a los Rod Laver, Jimmy Connors, Björn Borg, Pete Sampras, Andre Agassi y todos esos jugadores que, de una forma u otra, más allá de títulos y reconocimientos, han ido dejando huella.
El crujido de 2016, inicio del azote
La de él es gigantesca y distinguida, como deja claro el periodista Christopher Clarey, de The New York Times, en la última radiografía a fondo del tenista: “The Master”. El Maestro. La síntesis perfecta. De una u otra forma, todos sus rivales soñaron algún día con parecerse a él, fino en los modos y violento en los tiros; hombre con un pronunciado sentido del humor ―en contra de la primera impresión que pudiera transmitir por su seriedad― y al que rara vez se le ha resistido el objetivo que pudiera tener entre ceja y ceja. Dominador en la hierba y general también sobre superficie dura –récord de laureles, 71, por los 62 del siguiente, Djokovic–, engarzó el Roland Garros que tanto se hacía de rogar y todo tipo de premios. El oro olímpico individual es el único que no ha conseguido atrapar, aunque posee el de doblista (2008).
Se va Federer, aunque la sombra de la retirada lo persigue desde hace tiempo. No son pocas las veces que se le dio por acabado, pero siempre se levantó. Hace una década lo azotaba el dolor de espalda y después empezó el martirio de las rodillas. Y aun así, triunfó. Sin un solo arañazo reseñable en la carrocería hasta 2016, desconocía lo que significaba pasar por un quirófano hasta entonces, pero mientras bañaba a sus gemelos ―tiene cuatro hijos con su esposa, Mirka Vavrinec, eslovaca y extenista―, la rodilla izquierda crujió y tuvo que someterse por primera vez a una artroscopia. A partir de ahí, el nuevo enemigo. Ni Rafael Nadal ni Novak Djokovic: las articulaciones.
Las dos bolas en Wimbledon 2019
En cualquier caso, el contratiempo no impidió el regreso triunfal. Entre 2017 y 2018 enlazó dos títulos contra todo pronóstico en Australia –especialmente el primero, con una apoteósica victoria contra Nadal– y mantuvo el pulso con los otros dos gigantes, pero hace tres años se produjo el punto de giro definitivo. En la final de Wimbledon contra Djokovic, el serbio anuló dos bolas de campeonato para el suizo y este entró en barrena. Desde ese instante, la curva fue descendente. Coincidió ese golpe anímico con el castigo mayor de la rodilla derecha. Al año siguiente volvió a ser intervenido en febrero, y en junio otra vez el bisturí. Volvió a las pistas 405 días después, en Doha, pero con un físico de mínimos y entre algodones. La respuesta no era buena.
Desfiló posteriormente por París, pero después de jugar solo tres partidos se vio obligado a abandonar. Lo intentó de nuevo en Wimbledon, escenario de su último partido. Crudo desenlace. “¿Volver aquí? A mi edad nunca sabes lo que hay a la vuelta de la esquina”, expuso tras caer contra Hubert Hurkacz, habiendo encajado el último set en blanco. Luego vino la renuncia a los Juegos Olímpicos de Tokio, la caída progresiva en el ranking –97º en el último registro, el 27 de junio de este año– y el anuncio de al menos otros siete meses de parón, que fueron dilatándose porque la recuperación experimentaba más pasos hacia atrás que hacia adelante. Federer se rebelaba, pero no había manera. Así hasta este 15 de septiembre, un antes y un después para el tenis. Federer ha sido, seguramente, su mejor embajador.
Un registro único: levitar en la pista
A sus 1.251 triunfos –solo por detrás de Connors, 1.274–, las 310 semanas como número uno –237 consecutivas, cinco veces en el trono al finalizar el curso– y su colección de 103 títulos –también al frente el estadounidense, con 109–, el suizo añade la inmejorable distinción de haber elevado el juego a otra dimensión y con un registro diferencial, hasta cierto punto paranormal, sin precedentes: ni sudaba ni jadeaba. Tampoco pestañeaba en las circunstancias más adversas. Sencillamente, Federer siempre ha flotado en la pista. Ha levitado sobre sus rivales y así ha logrado más victorias que nadie en los Grand Slams –369, por las 334 de Djokovic–. En ninguno disfrutó tanto como en Wimbledon, su jardín, la simbiosis ideal. Estética y efectividad de la mano, resumido el idilio en ocho sinfonías.
“Esta es una decisión agridulce porque echaré de menos todo lo que el circuito me ha dado, pero al mismo tiempo, hay mucho que celebrar”, apunta Federer. “Me considero a mí mismo una de las personas más afortunadas de la tierra. Me dieron un talento especial para jugar al tenis y lo hice a un nivel que nunca hubiera imaginado, y por más tiempo del que hubiera pensado que sería posible”, prolonga en el monólogo de despedida, el broche a un onírico viaje que emprendió cuando era un recogepelotas en Basilea y que cogió un rumbo distinto cuando apareció en el camino un tal Nadal, su verdadero socio histórico, y un poco más tarde Djokovic. El primero acabó con su tiranía e incluso le hizo llorar en Australia, y el segundo supuso otro quebradero de cabeza que le privó de engordar el expediente.
En todo caso, Federer trasciende como un campeón incomparable. Podrán ganar más que él, pero su legado es monumental, a la altura de los atletas más prestigiosos y asentado en un espacio propio. En un momento u otro, todos quisieron ser como él. Con mayúsculas, Roger Federer.
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