Reggiolo, la forja de Carlo Ancelotti, el hombre tranquilo
Los amigos del técnico italiano del Real Madrid, hijo de una familia campesina en un pequeño pueblo de la región italiana de Emilia-Romaña, reconstruyen sus primeros pasos en los banquillos
La última vez apenas se detuvo en el pueblo, la agenda ya no lo permitía. Pero de vez en cuando, cuentan sus amigos, regresa para visitar a sus padres en el cementerio. El viejo hogar, una pequeña casa con establo para dos o tres vacas, pertenece hoy a otra familia. El ganado ya no pasta en el terreno que Giuseppe, su padre, alquilaba. Y la casa unifamiliar donde se mudaron luego se ha quedado vacía: se la quedó su hermana, que hoy vive en Novi de Modena, a 17 kilómetros. El rastro de Carlo Ancelotti (62 años) es algo difuso en Reggiolo (9.192 habitantes), un pequeño pueblo de la próspera Emil...
La última vez apenas se detuvo en el pueblo, la agenda ya no lo permitía. Pero de vez en cuando, cuentan sus amigos, regresa para visitar a sus padres en el cementerio. El viejo hogar, una pequeña casa con establo para dos o tres vacas, pertenece hoy a otra familia. El ganado ya no pasta en el terreno que Giuseppe, su padre, alquilaba. Y la casa unifamiliar donde se mudaron luego se ha quedado vacía: se la quedó su hermana, que hoy vive en Novi de Modena, a 17 kilómetros. El rastro de Carlo Ancelotti (62 años) es algo difuso en Reggiolo (9.192 habitantes), un pequeño pueblo de la próspera Emilia-Romaña. Una tierra a orillas del río Po, húmeda y rica, cuyos contrastes sociales y culturales dieron pie a las grandes revoluciones políticas de la Italia del siglo XX, como retrató Bernardo Bertolucci en Novecento. Pero Reggiolo sirve también para descifrar el origen del carácter de Ancelotti. “Un obrero del grupo” —así le definen sus amigos— que el sábado disputará su quinta final de Champions.
“Cuando fuimos a verle el año que ganó la Décima le preguntamos si todavía hablaba en dialecto. Respondió que más o menos… Pero al cabo de poco ya lo hacía”, recuerda Amos Aldrovandi, uno de los amigos, apurando una copa de Sambuca.
La terraza del Toscanini, con vistas a la tranquila plaza mayor de Reggiolo, es el lugar donde Ancelotti se sienta a tomar algo cuando regresa. Su propietario, Fausto Mazza, amigo del entrenador del Real Madrid desde pequeños, muestra una foto de principios de los años 70 en la que ambos posan con el equipo del municipio. Ancelotti llevaba el número 10 a la espalda y un tal Marco Fava, el nueve: el mejor del equipo con diferencia, recuerdan sus amigos. El Parma se fijó en aquellos dos chicos que jugaban con las zapatillas prestadas. “Pensábamos que se quedarían solo con Fava, pero también quisieron a Carlo”, recuerda Mazza mientras corta embutido de la zona, famosa también por su fabuloso Parmesano. Fava sacrificó su carrera para estar cerca de la familia y se fue a un club más modesto. Ancelotti no paró de crecer. “Su padre trabajaba de sol a sol y él le ayudaba. Así que todo lo que vino después no lo vivió como un sacrificio”, insiste el restaurador.
Aquella fue la primera gran decisión de la familia, que quizá hubiera preferido que el chaval jugase más cerca. ”Su padre lloraba el día que se fue. Eran muy humildes. Así que, además de alejarse de su hijo, perdía también al único varón que le echaba una mano con la tierra y los animales”, recuerda Mazza. Giuseppe, a quien el pueblo quiere ahora dedicar el estadio de fútbol, fue una referencia siempre en la vida del técnico. “Era un gran tipo. Una persona muy sencilla, honesta, equilibrada y trabajadora”, recuerda Willer Settis, periodista.
Ancelotti —entonces era tifoso del Inter de Milán, según sus colegas— prosperó en el filial del Parma mientras estudiaba en un colegio interno de los Salesianos. Volvía al pueblo los fines de semana que el equipo jugaba en casa. “Muchas veces no venía a bailar para ayudar a su padre. Pero no lo vivía como una renuncia. Al contrario”, recuerda Aldrovandi. Hasta que a los 18 años, en la temporada 76-77, le hizo debutar Cesare Maldini cuando el equipo todavía jugaba en Serie C. Su calidad, goles y sentido del juego hicieron que terminase en la Roma de Nils Liedholm, que le convirtió en un enorme centrocampista y le dio su primer scudetto en la temporada 81-82. Pero también hubo malas noticias.
Roberto Artioli, que compartió con él pupitre y juergas, se convirtió también en su chófer e inseparable confidente cuando Ancelotti se rompió la rodilla derecha en octubre de 1981. Carletto decidió volver a Reggiolo para recuperarse. “Se trajo el Mercedes que le había comprado a Bruno Conti. Pero como no podía conducir, le llevaba yo. Íbamos cada tarde al cine de Módena. Y creo que nos pusieron una multa por cada película que vimos, porque era imposible aparcar. Aquel año también fuimos al Festival de San Remo”, recuerda Artoli mientras muestra las fotos de la última vez que estuvieron juntos en el Bernabéu y CR7 se cachondeó de su panza.
La Roma dio paso al Milan de Arrigo Sacchi, de quien fue luego segundo en la Nazionale. Y la ironía es que para volver a empezar como entrenador, regresó a su tierra. La Reggiana, equipo de la capital de la provincia, había bajado a segunda. El propietario pensó en Ancelotti para reflotarla. “No tenía ni el carné de entrenador y tuvo que prestárselo Giorgio Ciaschini. Y cuando lo consiguió, se lo llevó al siguiente equipo en agradecimiento”, recuerda Wainer Magnani, veterano periodista de la Gazzetta di Reggio Emilia.
Profeta en la Reggiana
La temporada en la Reggiana pudo dejar malherida la carrera de Ancelotti como técnico. El equipo logró solo cuatro puntos en siete partidos. Después de un encuentro clave en Pescara, donde perdió 4-1, el club se planteó su despido. “Si le hubieran echado, hoy quizá no sería lo mismo. Hubiera empezado de forma muy complicada”, recuerda Magnani. El propietario terminó aguantándole tras hablar con los jugadores, que el lunes por la mañana se ofrecieron para hacer un retiro voluntario de una semana. Una muestra ya de la lealtad que el técnico obtiene de su plantilla. El siguiente partido lo ganaron, contra el Venezia, hasta lograr el ascenso a Serie A.
El éxito con la Reggiana hizo despegar al Ancelotti entrenador, que al año siguiente fichó con el Parma y se llevó a Villiam Vecchi con él, quien sería su preparador de porteros en la mayoría de equipos por los que pasó. En el Parma, donde convirtieron a un joven Gianluigi Buffon en el arquero titular, en el Milan o en la primera etapa del Real Madrid. La última vez que se vieron fue hace 25 días: por videomensaje y en plena celebración con la Cibeles de fondo. “Sí, exacto… el día que se fumó el puro”, apunta con una carcajada. Vecchi nació en Scandiano, a 45 kilómetros de Reggiolo, y entiende el impacto que tuvo esta tierra en su gran amigo. “Una vez fuimos una provincia agrícola. Por eso su carácter es tranquilo, constante y paciente. A Carlo ahora le encanta Madrid, está enamorado. Pero no sé si será su último destino. Los días de un jubilado pueden hacerse muy largos, aunque no estés en el campo”. Pase lo que pase en París, le esperan en Reggiolo para celebrarlo.
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