Santana: “El tenis es de todos, no solo de los ricos”
Antes de ser homenajeado por Wimbledon, en 2016, el mítico deportista español reflexionó para EL PAÍS sobre sus orígenes y la profesión que siempre adoró
En junio de 2016, antes de ser homenajeado en Wimbledon por el 50º aniversario de su triunfo en el All England Tennis Club, Manolo Santana recibió a EL PAÍS en su club de Marbella. La reunión en la Costa de Sol se prolongó durante dos horas largas, en las que el icónico deportista español reflexionó a fondo sobre su éxito en Londres –en una entrevista publicada entonces– y en las que también ahondó en sus orígenes, algunos entresijos del viejo tenis y la evolución del deporte que siempre amó;...
En junio de 2016, antes de ser homenajeado en Wimbledon por el 50º aniversario de su triunfo en el All England Tennis Club, Manolo Santana recibió a EL PAÍS en su club de Marbella. La reunión en la Costa de Sol se prolongó durante dos horas largas, en las que el icónico deportista español reflexionó a fondo sobre su éxito en Londres –en una entrevista publicada entonces– y en las que también ahondó en sus orígenes, algunos entresijos del viejo tenis y la evolución del deporte que siempre amó; contenido, este último, que ofrece ahora este periódico.
Bajo una sombrilla, Santana departía con el tono humilde que siempre le caracterizó, pero con el orgullo del pionero. “En aquella España los deportistas no lo teníamos nada fácil. Todos los viajes que hacíamos estaban supervisados y allá donde íbamos, la gente no entendía que regresásemos por todo lo que estaba pasando... Yo lo hacía porque me encanta mi país, pero no fue sencillo para mí, porque, además, no hay que olvidar que mi padre [republicano] estuvo 10 años en la cárcel. Luego, el pobre hombre duró muy poco porque cuando salió ya estaba muy enfermo”, introducía.
Se refería a continuación a su madre, “la gran campeona para Manolo Santana”. Una mujer que, pese a todo lo que sucedía, “jamás permitió que en casa habláramos mal del régimen”, precisaba Santana; “cuando yo viajaba por ahí nadie me escuchó jamás una mala palabra hacia el régimen franquista; no nos gustaban muchísimas de las cosas que se hacían, pero afortunadamente recibí una buena educación y siempre medía lo que decía. Mi madre nos educó de maravilla y gracias a eso evitó que sus hijos pudieran meterse en problemas”.
No obstante, el tenista, 78 años en aquel mediodía marbellí, incidía en que los deportistas sentían “una gran presión” y en la geopolítica. “Todo iba en función de dónde competías: no era lo mismo Inglaterra que Alemania o los países escandinavos; con los franceses la relación era más o menos buena, pero donde más presión nos metían era en Estados Unidos. Allí no entendían que teniendo la opción de quedarnos en su país, no lo hiciéramos”, contaba.
El juego, reflejo de la persona
En todo caso, el tenis fue su refugio. “Hoy día aún es un deporte de élite, pero entonces era la repera. Aquí nadie lo conocía y yo, cada vez que iba a hacer un viaje, tenía que ir a la Puerta del Sol a por un visado especial”, precisaba. “Fuimos pioneros en un mundo dificilísimo. O tenías a alguien que te ayudase como yo, o no había manera”, agregaba. “Era consciente de la trascendencia que tenía para el país todo lo que conseguía, y me sentía muy orgulloso de eso. Mi madre podía decir con orgullo que su hijo había hecho historia en la era en la que los que mandaban habían metido en la cárcel a su marido, y eso no es fácil”, subrayaba.
Durante la conversación, Santana negaba que el tenis sea un deporte exclusivamente de élites. “No, no exactamente. El tenis es de todos, no es solo un deporte de los ricos. En realidad, hoy día hay una gran cantidad de pistas y escuelas públicas. Es un deporte que ahora practican muchos niños y que cada vez gusta más. Te aporta un montón de cosas y te ayuda mucho a tomar decisiones. Refleja muy bien cómo es la persona que lo practica: lo que ves en la pista es lo que se ve fuera”, valoraba antes de comentar la distancia actual entre los profesionales. Poco que ver con lo que ocurría entonces.
“Me acuerdo de Rafael Osuna, que fue el número uno de México y ganó el US Open. En un partido me ganó los dos primeros sets, pero al final yo le di la vuelta en cinco. Aquel día, para que sirva de ejemplo, nos duchamos y nos fuimos a cenar juntos. Eso es impensable hoy día... Ahora algunos se llevan bien, pero cada uno va más a su rollo”.
El madrileño, recordaba, hizo una gran cantidad de amigos, pero ningún cobijo como el de los australianos. “Eran de una pasta especial. En aquella época eran los mejores, pero también me llamaba mucho la atención por cómo veían la vida, de un modo muy distinto del nuestro. Yo al principio no hablaba una papa de inglés, así que o me metía con los anglosajones o nada... Con ellos no solamente aprendí a hablarlo y a jugar al tenis, sino que percibí algo muy humano. Mis mejores amigos eran Emerson, Laver, Rosewall, Roche… Me aceptaron muy bien”, enumeraba.
Y en relación con ellos, otra anécdota. Cuando conquistó Wimbledon, adonde llegaba tras coger el metro en la estación de Gloucester Road y luego a pie, Santana pasó de ganar 500 dólares a ganar 1.000. “Y de esos 1.000″, puntualizaba, “una parte era para mi familia y el resto para ellos, para que pudieran tener las mejores raquetas y los mejores zapatillas... Era un mundo absolutamente dominado por los anglosajones, pero de repente, se metió Santana ahí en medio...”.
Entre Marbella y Santa Engracia
En el encuentro, Santana reconstruía historietas sobre sus dos ojitos derechos: Nadal, al que tenía “un cariño especial por cómo es y por cómo me ha tratado siempre”, y Federer, por cuyo juego sentía debilidad. “Siempre me acordaré cuando en 2016 tuvo que retirarse antes del torneo de Madrid. Yo siempre voy a todas sus ruedas de prensa [tiene una silla reservada con su nombre en la sala] y aquel día tuvo un gran detalle conmigo. Empezó pidiendo disculpas, dirigiéndose a mí: ‘Manolo, lo siento...”, rebobinaba sobre el suizo.
Y sobre su asentamiento en Marbella, zanjaba: “¡A mí Madrid me encanta! Pero aquí se vive realmente bien... Allí tengo un apartamento muy bonito en Santa Engracia, porque nací justo al lado del Metropolitano, donde el antiguo estadio del Atleti. Luego me fui a vivir con la familia Romero Girón [le adoptó a los 14 años, tras la muerte de su padre], así que ya no vivía allí. Cuando voy allí me encanta darme un paseo por mi barrio, por Chamberí. Allí estoy encantado, aunque en Marbella también; vine aquí para un año y al final llevo ya treinta... Aquí soy muy feliz. Muy, muy feliz”.
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