Y pese a todo, Federer sigue ahí
Pese a los altibajos de la primera semana y las adversidades del último año y medio, el suizo está a cuatro peldaños de su 21º grande con 39 años: “Me siento en paz, creo que he encontrado mi ritmo”
Sobre Roger Federer pesan varios mitos falsos. El primero de ellos, sobradamente desmentido, es el de que en su juego no pesa el factor físico; ahí sigue el suizo, con casi 40 años, corriendo a por la bola con el vigor de un juvenil y su poderosísimo tren inferior a pleno rendimiento. El segundo habla de la presunta seriedad, que sí existe, pero solo cuando procede; a la que tiene la más mínima oportunidad, el de Basilea bromea y pese a que el viento no le sople de cara en los últimos tiempos, precisamente, sigue haciendo gala de un elog...
Sobre Roger Federer pesan varios mitos falsos. El primero de ellos, sobradamente desmentido, es el de que en su juego no pesa el factor físico; ahí sigue el suizo, con casi 40 años, corriendo a por la bola con el vigor de un juvenil y su poderosísimo tren inferior a pleno rendimiento. El segundo habla de la presunta seriedad, que sí existe, pero solo cuando procede; a la que tiene la más mínima oportunidad, el de Basilea bromea y pese a que el viento no le sople de cara en los últimos tiempos, precisamente, sigue haciendo gala de un elogiable sentido del humor. Y el tercero dice que el rostro de Federer desprende constantemente neutralidad, muy suizo él, cuando esa sobriedad gestual no es ni más ni menos que un trampantojo; la expresión del suizo, un libro abierto, es de lo más elocuente.
A pesar de que no sea propenso a excesos ni a grandes ademanes, en muchas ocasiones el campeón de 20 grandes habla con la mirada. Y, en ese sentido, el arqueo de sus cejas ha ido desapareciendo desde que aterrizara hace dos semanas en Londres. Cada día que pasa, Federer ha ido encontrando un punto más de alivio, de paz, y el ceño fruncido se ha relajado. Decía en la antesala del torneo que su objetivo, tal y como están las cosas, era alcanzar la segunda semana y que a partir de ahí, ya se vería. Cumplido el plan de mínimos, gracias a un combinado de fortuna (la desdicha de Adrian Mannarino), docilidad (la de Richard Gasquet) y jerarquía (la exhibida contra Norrie), el suizo ha escapado a la delicada situación que le planteaba el primer tramo de la competición. Es decir, difícil, pero no imposible: ¿por qué no soñar?
Federer está a solo cuatro peldaños de elevar su 21º grande. Poco o un mundo, según se mire. En cualquier caso, pese a todos los avatares y los numerosos baches que ha tenido que sortear a lo largo del último año y medio, desde que cayera en las semifinales del Open de Australia del curso pasado, el suizo está ahí, tan cerca y tan lejos. Atrás queda una doble artroscopia en la rodilla derecha; varios pasos en falso durante la recuperación, que le impidieron regresar en Melbourne, como pretendía; la reaparición en Doha, 405 días después; las dudas y más dudas, porque de inmediato tuvo que pisar el freno a demanda de la articulación y a su vuelta a las pistas, en Ginebra, en casa, se dio un castañazo considerable contra Pablo Andújar; después desfiló por Roland Garros, pero allí tuvo que retirarse antes de disputar los octavos porque su cuerpo estaba pidiéndole otra tregua...
“Es una victoria verdaderamente importante para mí, un punto de referencia”, introdujo en la sala de conferencias tras batir a Norrie el sábado en la tercera ronda, convertido a sus 39 años y 337 días en el tercer tenista masculino más veterano que se adentra en los octavos, tras el estadounidense Pancho González (41 años en 1969) y el australiano Ken Rosewall (40 en 1974). “Si puedo vencer a alguien de su nivel, que estaba jugando en casa, que estaba haciéndolo muy bien... Sé a quién vencí, ¿sabes a qué me refiero?”, le interpeló al periodista; “no es solo un chico que haya jugado bien contra mí, es un gran tenista. Por eso he hecho ese gesto y estaba extremadamente feliz de haber peleado así en el cuarto set”, valoró con la ilusión del primerizo, después de celebrar la victoria con un puñetazo en un estómago imaginario, inusual esa efusividad: rabia, orgullo, liberación.
Ni bueno ni malo: mente en blanco
Los más escépticos perciben su progresión como una simple forma de ganar tiempo, nadar para ahogarse en la orilla, antes de que el alambre finalmente se rompa. Inciden en los altibajos frente a Norrie y sobre todo en el golpe de suerte que tuvo el día del estreno contra Mannarino, cuando el francés se lastimó la rodilla en un giro y tuvo que retirarse cuando mandaba en el marcador; también en el tropezón que sufrió justo antes de iniciar el torneo, en Halle, donde cedió al a primera (contra Felix-Augger Aliassime) y se dispararon las alarmas pues durante un buen rato se le vio perdido. “Puede ganar, Rosewall ya lo hizo en el 74, pero va a necesitar ayuda. Las estrellas tienen que alinearse para que Roger gane este año”, expresó Tom Woodbrige, reputado exdoblista que ahora comenta para la televisión australiana.
Por el contrario, los románticos se agarran a la conjunción ideal, al hecho de ver a Federer de blanco y en la central de Wimbledon, dibujando sobre el lienzo verde; a su elevadísimo porcentaje de éxito sobre la hierba, un 87%. Al magnetismo. “La gente siente a Roger como algo propio”, analiza para la ESPN el exjugador Brad Gilbert, el hombre que guio a Andre Agassi hacia la cumbre; “los estadounidenses piensan que él es como Sampras, del sur de California y no de Suiza; los australianos creen que es australiano, los franceses que es francés... Por alguna razón, el trasciende de su origen, es un símbolo mundial”.
A Federer le acompañan las cifras, los ocho títulos que logró previamente y las 104 victorias (por 13 derrotas) en su escenario predilecto. Son ya 1.250 en total, así que sigue aproximándose al récord histórico de Jimmy Connors (1.274). “Está sacando muy bien, es muy difícil atacar su segundo servicio; es muy complicado hacerle un resto que te permita dominar el punto. Es inteligente y dinámico, sabe cómo jugar aquí. Puede llegar muy lejos”, apreciaba Norrie, en la misma clave optimista que el protagonista. “¿Si tuve suerte contra Mannarino? Hasta cierto punto. De haberse jugado un quinto set, todavía hubiera confiado en mí mismo”, defiende el de Basilea, que el 8 de agosto cumplirá 40 años.
“Definitivamente, creo que he encontrado mi ritmo en este punto. Hoy [contra Norrie] lo hice muy bien. He tenido una actitud excelente y eso es algo que ha cambiado en las últimas semanas y meses. Quizá fue una de las primeras veces que me sentí muy en paz ahí fuera, una especie de tranquilidad con todo lo que estaba haciendo, con cómo quería sacar y ganar los juegos; cometí algunos errores, pero simplemente los aparté. Las cosas van bien. Lo que importa es la fotografía completa. Estaba ahí sentado con la mente en blanco, sin pensamientos ni buenos ni malos, simplemente relajado. Así es como quiero que sea. Es una señal muy positiva”, describe.
Es decir, pese a todo, el plan para el que tanto tiempo lleva trabajando sigue en marcha. Federer sigue ahí.
Wimbledon: consulta el Orden de juego del lunes 5.
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