Muguruza y Wimbledon, una apuesta a todo o nada
La española firma un estreno abrasador (6-0 y 6-1 a Ferro) en un torneo en el que compite de extremo a extremo: gloria o tropiezos prematuros. “Es una relación un poco radical por los resultados, amor-odio”
Fiel siempre a sí mismo, a la tradición, Wimbledon regresó 713 días después con lluvia, retrasos y cancelaciones, y también con la emoción a flor de piel. Antes de que arrancara la acción, el público de la pista central –a simple golpe de vista, más del 50% del aforo máximo estipulado por las autoridades y la organización– brindó una sentida ovación a la inmunóloga Sarah Gilbert, que lideró la investigación de la vacuna de Oxford. A continuación, la competición se puso en marcha y ...
Fiel siempre a sí mismo, a la tradición, Wimbledon regresó 713 días después con lluvia, retrasos y cancelaciones, y también con la emoción a flor de piel. Antes de que arrancara la acción, el público de la pista central –a simple golpe de vista, más del 50% del aforo máximo estipulado por las autoridades y la organización– brindó una sentida ovación a la inmunóloga Sarah Gilbert, que lideró la investigación de la vacuna de Oxford. A continuación, la competición se puso en marcha y Novak Djokovic sufrió un pequeño lapsus ante el joven Jack Draper, resuelto luego con un recital (4-6, 6-1, 6-2 y 6-2), y posteriormente se produjo la campanada de la jornada con la eliminación del griego Stefanos Tsitsipas, a manos de Frances Tiafoe (6-4, 6-4 y 6-3).
Regado el despegue del torneo por las precipitaciones, Garbiñe Muguruza tuvo que esperar casi cinco horas para acceder a la Court 1 y abordar a la francesa Fiona Ferro, despachada en un santiamén: 6-0 y 6-1, tras solo 50 minutos. Fabuloso punto de partida, pues, para una jugadora que debía levantarse sin titubeos tras el topetazo que se dio hace un mes en París, donde fue apeada en la primera ronda. Sobre aviso, y más conociendo la infinidad de trampas que oculta el traicionero césped de Wimbledon, Muguruza atravesó a la francesa –un caramelo que puso mucho de su parte– y liquidó el debut para citarse en la siguiente estación con la neerlandesa Lesley Kerkhove (doble 6-3 a Svetlana Kuznetsova).
“Me noto bien. Hoy [por este lunes] la espera ha sido larga, pero desde la primera bola me he sentido bien. Tenía muy claro lo que quería hacer y lo he ejecutado bien; me ha salido bien y quiero seguir así, partido a partido”, valoró la española, que después de firmar un prometedor arranque de curso –su primer título en dos años, Dubái, y las finales en el Yarra Classic Valley y Doha– fue perdiendo chispa como consecuencia de las lesiones. La musculatura del muslo izquierdo la obligó a frenar en Charleston y el resto de la gira sobre tierra se tradujo en un quiero y no puedo, lastrada por los dolores y luchando para llegar a tiempo a Roland Garros.
Aterrizó allí justa, pagó un exceso de tensión contra Marta Kostyuk (la 81ª del mundo) y, sin tiempo que perder –”antes me hubiera afectado más, ahora intento pasar de página más rápido”– empezó a trabajar de cara a Londres. No es este un lugar neutral para ella, sino todo lo contrario. De extremo a extremo, de un polo a otro. “Un poco amor-odio”, describe preguntada por este periódico.
Aquí eclosionó ante el mundo con 21 años, cuando alcanzó la final de 2015 y acabó entre lágrimas tras inclinarse ante Serena Williams, y dos años más tarde, 23 en el DNI, tocó el cielo al imponerse a Venus y lograr así su segundo grande en el templo de los templos, la Catedral del tenis. Por el contrario, el expediente refleja tropiezos prematuros en las participaciones restantes; comprensibles los dos primeros años –segunda ronda en 2013 y primera en 2014– y también abrupto (segunda) el de 2016, aunque entonces venía de triunfar en Roland Garros; mucho más inesperado fue el de 2018 –contra Alyson van Uytvanck en la segunda escala– y muy difícil de procesar fue el del curso siguiente, cuando fue apeada en el estreno con Haddad Maria, la 121ª de la WTA.
Es la sinopsis de una relación radical. “Sí, es un poco radical por los resultados. A la que he cogido confianza he conseguido llegar hasta el final del torneo, pero cuando no ha sido así, adiós…”, explica; “hay años en los que vienes con más confianza, y otros en los que no sientes la hierba. Es extraño, pero quiero mejorar eso. Es un torneo tramposo”.
Muguruza (27 años) cerró este lunes con una sonrisa en la boca, pensando directamente en recargar las pilas para enfilar lo mejor posible el duelo con Kerkhove, de 29 años y 174ª en la lista. “Últimamente he estado un poco extraña en lo físico, así que me concentro en recuperar bien y en estar fresca al día siguiente”, afirma la española, que transita por la rama más amable del mapa pero desconfía, por supuesto. Wimbledon es una caja de sorpresas. Lo confirma, entre otros resultados, la eliminación de Petra Kvitova. La checa, bicampeona en Londres (2011 y 2014), cedió por 6-3 y 6-4 con Sloane Stephens.
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