Wayde van Niekerk encuentra en Madrid a su viejo yo
El campeón olímpico y plusmarquista mundial de los 400m logra en Vallehermoso la mínima para Tokio 2020 cuatro años después de romperse el ligamento cruzado anterior
Cuando se acerca la medianoche del sábado y una brisa fresca barre las calles de Madrid, en las puertas de pubs y bares jóvenes cargados se agachan para vomitar, para recuperar los sentidos, para luchar contra el embotamiento y el mareo del excesivo alcohol, y las escenas no son tan lejanas de las que una hora antes se podían observar en la sala de recuperación del Estadio de Vallehermoso, donde algunos de los mejores atletas del mundo se tumban, la mirada perdida, mareados, las piernas en alto, como si estuvieran tajadas, y se incorporan para vomitar, y se oye por allí a...
Cuando se acerca la medianoche del sábado y una brisa fresca barre las calles de Madrid, en las puertas de pubs y bares jóvenes cargados se agachan para vomitar, para recuperar los sentidos, para luchar contra el embotamiento y el mareo del excesivo alcohol, y las escenas no son tan lejanas de las que una hora antes se podían observar en la sala de recuperación del Estadio de Vallehermoso, donde algunos de los mejores atletas del mundo se tumban, la mirada perdida, mareados, las piernas en alto, como si estuvieran tajadas, y se incorporan para vomitar, y se oye por allí a Óscar Husillos, el mejor cuatrocentista español, camiseta en la mano, andares inseguros, murmurar: “qué colocón llevo”. Y a algún médico novato se le oye gritar, ¡pero si todos tienen taquicardia!, y solo se calla cuando un veterano le recuerda que no están enfermos, simplemente acaban de correr 400m.
Son los chicos del 400m y del 800m, que cuando llegan hasta el límite y agotan todas sus reservas, acaban así, y el ácido láctico envenena su sangre como si fuera alcohol, y así siempre, pero ninguno, ni Saúl Ordóñez, ni Álvaro de Arriba siquiera, acaba tan tirado como Wayde van Niekerk, que se tumba y su caja torácica se eleva y desciende a toda velocidad, al ritmo de un corazón acelerado, y tarda media hora, por lo menos, en levantarse, ya recuperado y hasta sonriente. “Es mi marca de fábrica”, dice el atleta sudafricano, de 28 años, que antes de ser conocido y admirado por sus títulos (dos campeonatos del mundo, 2015 y 2017, y un oro olímpico, 2016, de 400m) y por sus marcas (43,03s, récord del mundo de los 400m; 19,84s en los 200m; 9,94s en los 100m; 30,81s en los 300m, récord del mundo también), lo era por las tremendas pájaras que se agarraba, como aquella en las semifinales de los Mundiales de Pekín de 2015 que obligó a introducir una ambulancia en la pista del Estadio del Nido, tan desmayado estaba el atleta que dos días después ganaría su primer Mundial., y pasó la noche en un hospital. “Siempre lo doy todo, me vacío, y cuando termino la carrera necesito unos minutos para recuperarme, pero ha sido una actuación positiva”.
Y este es, también, un punto que no necesita subrayar. Van Niekerk no ha ganado (ha terminado segundo detrás del fenómeno de Barranquilla Anthony Zambrano, un colombiano que ganó la plata del Mundial de Doha 2019 y que gana el mitin de Madrid, 44,51s, adelantando a Van Niekerk en los últimos 70 metros), pero ha dado la vuelta a la pista verde por debajo de 45s por primera vez en casi cuatro años y, lo más importante, con sus 44,56s supera la mínima olímpica y se clasifica para los Juegos de Tokio. “Tuve un rival muy duro en la calle de al lado que me empujó toda la carrera, y eso es exactamente lo que necesito. Me quedé ya sin gas en los últimos 100m, pero con buen entrenamiento, lento pero seguro llegaré a donde quiero estar. He venido a buscar mi viejo yo y lo estoy encontrando”, dice Van Niekerk, y oyéndole es fácil concluir que si sus piernas y su corazón son fortísimos, su cabeza lo es aún más. “En ningún momento dudé de que volvería a correr así. Sabía perfectamente de lo que era capaz. Sé que para mí correr en 44s es lo normal, se supone que es un tiempo que puedo alcanzar cuando quiera…”.
Después de acabar en tres grandes finales, Pekín, Río, Londres, con la generación anterior, la de Kirani James y LaShawn Merrit, y, el 14 de agosto de 2016, con sus 43,03s, con los históricos 43,18s de Michael Johnson en Sevilla 99, llegados al otoño de 2017, el mundo del atletismo no se preguntaba si Van Niekerk sería el primer hombre que en la historia rompería la barrera imposible de los 43s (algo que, recordaban los especialistas, hubiera logrado si en Río, por la calle ocho, hubiera reaccionado al disparo de salida no en las 181 milésimas de segundo en que lo hizo, sino en las 136 milésimas que tardó el segundo clasificado, Kirani James), sino cuándo lo conseguiría. Sin embargo todo se desvaneció durante un partido benéfico de rugby el 31 de octubre de 2017 con el crujido, el ruido de una rama al partirse, y el dolor que le anunciaron que se había roto el ligamento anterior cruzado de la rodilla derecha. “Sabía que la recuperación sería un asunto de paciencia, de mucha paciencia, y en ningún momento dudé”, dice. “Y todo el proceso me sirvió, además, para madurar, para hacerme más fuerte”.
En 2018 no compitió ni una sola vez. En 2019, volvió a lesionarse. En 2020, sufrió la covid 19. En 2021 decidió dar un giro a su vida. Abandonó Sudáfrica, dejó a Nans Botha, su entrenadora de toda la vida, y se fue a Estados Unidos, a Clermont, Florida, a entrenar con Lance Braman en un grupo de grandes velocistas que incluye al norteamericano Noah Lyles, campeón del mundo de 200m, y a la bahameña Shaunae Miller-Uibo, campeona olímpica de 400m, y favoritos para el oro en Tokio. “Lo hice porque necesitaba entrenar con atletas más fuertes que yo, compañeros que me empujaran en los entrenamientos, que me forzaran a dar más cada día”, dice Van Niekerk en Madrid, después de correr un 400m por primera vez en ocho meses. “Era mi primera carrera en mucho tiempo contra un rival muy fuerte. Estoy contento. Creo que con unos cuantos esfuerzos más, unas cuantas carreras antes de los Juegos, estaré donde necesito estar. Si he corrido en 43,03 creo que es inevitable pensar que el siguiente paso solo puede ser bajar de los 43s”.
Festival afrocubano en el triple
Otros dos plusmarquistas mundiales brillaron en la noche de junio madrileña, aunque no acabaron colocados como Van Niekerk y sus compañeros de oficio sino que después siguieron bailando felices ante las gradas vacías (prohibido el público en el estadio por precaución anticovid) como habían bailado en el pasillo de saltos. Fueron Hugues Fabrice Zango, plusmarquista mundial de triple salto en pista cubierta (18,07 metros) que, con un salto de 17,83m (+2,5 m/s de viento, lo que la invalida para las tablas de récords) se impuso al cubano-portugués Pedro Pablo Pichardo (17,69sm, mejor marca mundial del año en condiciones legales de viento, +0,2 m/s), y Yulimar Rojas, plusmarquista mundial de triple femenino en pista cubierta (15,43m), quien se impuso con 15,34m (+2,2 m/s) en un concurso en el que se mantuvo espectacularmente superregular sobre los 15m (15,19m, 15,16m, 15,18m y 14,99m en sus otros cuatro intentos válidos), y ella es la única atleta de la historia capaz de hacer que los 15m sean su distancia base, no su cumbre.
Zango, de 26 años, africano de Burkina Faso, y Rojas, de 25, venezolana, forman, junto con sus entrenadores, Teddy Tamgho e Iván Pedroso, y la gallega Ana Peleteiro, la llamada escuela afrocubana de triple salto, con base en Guadalajara, España. “Somos una mezcla explosiva, como la música afrocubana, estamos creando un estilo nuevo”, dice, en su español cubano, Teddy Tamgho, francés orgulloso de sus raíces camerunesas y excampeón del mundo de triple. “Somos un solo grupo de trabajo con dos entrenadores y varios atletas muy buenos”, refrenda Iván Pedroso, campeón olímpico en Sidney 2000 y nueve veces campeón mundial de salto de longitud, el padre de todo esto: empezó entrenando a Tamgho y Rojas, una niña en Venezuela se enamoró del triple viendo saltar a Tamgho y por Facebook logró comunicar sus deseos a Pedroso, que la aceptó, y luego llegó a Francia Zango para hacer su doctorado y su investigación de ingeniero eléctrico, y Tamgho empezó a entrenarlo y le elevó a la categoría de gran esperanza para los Juegos Olímpicos. “Pensamos en Tokio. No pensamos en el récord del mundo al aire libre que están ahí desde 1995 (15,50m, Inessa Kravets; 18,29m, Jonathan Edwards). Esas marcas llegarán cuando tengan que llegar, al final del proceso…”, dice Pedroso. Y bailando todos se volvieron a Guadalajara, en la brisa fresca de la noche de junio.
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