Las edades de Odegaard
Al noruego lo utilizaron unos como arma arrojadiza contra la política deportiva del club mientras los otros se limitaban a apuntar matrículas en una libreta
A los 16 años, que es la edad perfecta para leer El guardián entre el centeno o pedir a tus padres que te compren una moto, Martin Odegaard ya coleccionaba portadas con su cara y un destino manifiesto: ser la próxima gran estrella del fútbol mundial. Así lo entendimos en España, donde, todo hay que decirlo, tenemos cierta tendencia a entender lo que queremos. Acababa de debutar con la selección absoluta de Noruega –tres goles, una asistencia y un penalti provocado– y al más puro estilo de los Harlem Globetrotters s...
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A los 16 años, que es la edad perfecta para leer El guardián entre el centeno o pedir a tus padres que te compren una moto, Martin Odegaard ya coleccionaba portadas con su cara y un destino manifiesto: ser la próxima gran estrella del fútbol mundial. Así lo entendimos en España, donde, todo hay que decirlo, tenemos cierta tendencia a entender lo que queremos. Acababa de debutar con la selección absoluta de Noruega –tres goles, una asistencia y un penalti provocado– y al más puro estilo de los Harlem Globetrotters se embarcó en una gira europea que lo llevó a entrenar con equipos de la talla del Bayern de Múnich, el Manchester United o el Liverpool. Finalmente fichó por el Madrid, donde fue recibido con honores de mariscal sin apenas conocer los secretos de un buen afeitado.
Todo aquel exceso de vídeos en YouTube, elogios desorbitados y apuestas cruzadas desembocó en un cierto desencanto, seguramente porque en el entorno blanco se juega un extraño partido que no termina nunca: el que decide quién tiene la razón. A Odegaard, sin comerlo ni beberlo, lo utilizaron unos como arma arrojadiza contra la política deportiva del club mientras los otros se limitaban a apuntar matrículas en una libreta, a la espera de que el chico explotase y poder así cobrarse la cuenta. Confiar en el brillante porvenir del noruego te confería un estatus de madridista sano, de madridista fetén, mientras que lo contrario te condenaba a una especie de purgatorio sentimental entre los tuyos: seguías siendo del Madrid, pero cuidado, no te despistes. Ahí se le empezó a complicar el sueño a un futbolista sin edad suficiente para conducir el coche que te regalan los patrocinadores del club, pero que ya comenzaba a sentir sobre su espalda el peso de las grandes riñas históricas.
El martes, antes de que su equipo naufragase con estrépito en Alcoy, el noruego se quedaba fuera de una convocatoria con visos de sentencia, al menos a corto plazo: gasolina para quienes apostaron por su fracaso nada más aterrizar en Barajas, sal para los que siguen confiando en su capacidad de liderar los embistes futuros de la Guardia Real. A sus 21 años, edad natural para llamar la atención del gran público y comenzar a labrarse un brillante futuro, Martin Odegaard tiene tanto pasado acumulado que el acné se confunde con varices y su pelo rubio empieza a contar canas. El crédito acumulado en su paso por la Real Sociedad parece dilapidado en apenas unos meses de ostracismo, como si el banquillo del Madrid –o su enfermería, que para el caso es lo mismo– tuviesen la dudosa capacidad de borrarte el fútbol de las botas.
El Real es un club tan fronterizo como la ciudad que lo acoge: divertido, sí, pero siempre bordeando peligrosamente la locura. Aquí nieva dos días y los gobernantes se lanzan a exigir la declaración de zona catastrófica lo que, extrapolando mucho, podría ofrecer al noruego un diagnóstico bastante aproximado de su situación actual. En el Madrid no se trata tanto de estar preparado como de parecerlo, del mismo modo que en Madrid no importa tanto ser guapo o tener dinero como aparentarlo. Y luego está la otra máxima capitalina por excelencia, absolutamente comprobable a lo largo de la historia y en diferentes ámbitos: a veces, para triunfar en Madrid, basta con dejar de intentarlo.