Modric y las edades doradas

¿Alguien duda que Modric merezca el Balón de Oro? El fútbol y sus glorias han pasado demasiado tiempo olvidando a jugadores maravillosos

Modric, durante el partido ante el Valencia.Rodrigo Jiménez (EFE)

Es una sensación agradable estar en la cima. Parecería natural que Luka Modric, a punto de conseguir el Balón de Oro, tuviese ahora mismo la certeza de que todo es perfecto, de que atraviesa la mejor época de su vida, de que a su alrededor, aunque hoy el Madrid no funcione bien, todo está afinado y que, cuando ya no cuentas con ello, la vida te concede el éxito y la felicidad con un solo gesto. Modric fue un jugador, durante algunos años, maravillosamente normal, como solo lo son ciertos jugadores llamados a...

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Es una sensación agradable estar en la cima. Parecería natural que Luka Modric, a punto de conseguir el Balón de Oro, tuviese ahora mismo la certeza de que todo es perfecto, de que atraviesa la mejor época de su vida, de que a su alrededor, aunque hoy el Madrid no funcione bien, todo está afinado y que, cuando ya no cuentas con ello, la vida te concede el éxito y la felicidad con un solo gesto. Modric fue un jugador, durante algunos años, maravillosamente normal, como solo lo son ciertos jugadores llamados a convertirse, al poco tiempo, en jugadores indescriptiblemente buenos. Nos llevó su tiempo advertir, siempre rodeado de futbolistas esplendorosos, ricos y guapos, que el esplendor era él. A los 33 años hace del esmero en el centro del campo una idea moral. Cualquiera que no entienda de fútbol bien podría una tarde ir a verlo a un estadio y decir, después de apretar los labios: “Este chico que vale. Tiene estilo”.

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Alcanza el Balón de Oro como esos tipos sencillos y amables, que se cortan el pelo una vez al año, pero irreducibles, adustos por dentro, que se abren paso a fuerza de no dejarse impresionar fácilmente por lo bueno que resultan sus rivales, incluso sus compañeros. Es como si hubiese futbolistas para ser los mejores en público, en boca de todos, y futbolistas para ser igual de buenos en secreto. No invaden el área, no copan los titulares, no ejercen de iconos globales, pero mueven los hilos. Cuando el juego pasa por Modric la atmósfera cambia, el aire se acelera, los pájaros emprenden la huida, se despeja el frente enemigo, y, sin venir a cuento casi, los años acumulan logros indecibles en su palmarés. En una carrera llena de pasos pequeños, cada uno fue un peldaño.

Nadie niega que Messi está más allá de las comparaciones. Obvio. Pero ¿vamos a pasarnos la vida diciendo lo bueno que es, jugando a los adjetivos? ¿Cuánto tiempo puedes tararear una canción sin cansarte? El fútbol es una trama compleja, en la que a veces las estrellas, o la industria, nos hacen creer que sin ellas no hay relato posible. Es cuestionable, y quizás Modric sea el desmentido perfecto. Rehúye el estrellato casi como aquella chica de un cuento de Scott Fitzgerald eludía a cada imbécil que le aseguraba que “era su mujer ideal”.

¿O alguien duda que Modric merezca el Balón de Oro? El fútbol y sus glorias han pasado demasiado tiempo olvidando a jugadores maravillosos. No deberíamos repetir eso con Modric, que posee, además, la virtud de la satisfacción. Está contento con lo que tiene, o eso trasmite, e insinuarlo no lo hace menos ambicioso. Cae en la categoría de las personas capaces de advertir la felicidad cuando son felices. Aunque esta sea una de esas épocas en las que tienes la sensación de que a tu alrededor todo irradia una claridad y un esplendor que tal vez jamás vuelvas a conocer. Entran ganas de ser Modric, quedarte en silencio, suspirar, y decir: “Ah, no me digas que esto no es fantástico”.

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