Bolt es bueno, pero...

El hombre más rápido de la historia, que aspiraba a convertirse en futbolista profesional, empieza a adivinar que todo resultó un infantil afán

Usain Bolt, durante un partido de la liga australiana entre su equipo, los Central Coast Mariners, y el Macarthur South West United.DAN HIMBRECHTS (EFE)

En la primera página de Dejen todo en mis manos, de Mario Levrero, aparecen un editor y un escritor sentados frente a frente. El autor quiere saber si al fin van a publicar su novela. Se intuye la desazón. Pero a la persona que tiene delante, privada del carisma de los grandes editores, le cuesta decir “no” de un modo frío, afilado, irrevocable, así que empieza comentando que “la novela es buena. Pero…”. No tiene ocasión de decir nada más. En ese momento, el escritor levanta una mano hacia él y lo detiene. “Perfecto. Ya entendí. Ahórrate el discurso”, señala. No se siente decepcionado...

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En la primera página de Dejen todo en mis manos, de Mario Levrero, aparecen un editor y un escritor sentados frente a frente. El autor quiere saber si al fin van a publicar su novela. Se intuye la desazón. Pero a la persona que tiene delante, privada del carisma de los grandes editores, le cuesta decir “no” de un modo frío, afilado, irrevocable, así que empieza comentando que “la novela es buena. Pero…”. No tiene ocasión de decir nada más. En ese momento, el escritor levanta una mano hacia él y lo detiene. “Perfecto. Ya entendí. Ahórrate el discurso”, señala. No se siente decepcionado. Simplemente, tenía que habérselo imaginado antes, pues desde hace años sus novelas pertenecen a esa clase: “buenas, pero…”.

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Quizá “es bueno, pero” sea también la forma que adoptan los desengaños que a todos nos golpean alguna vez. Nos las prometemos muy felices, y cuando llega la hora la expectativa se vuelve un sueño roto en trozos. Acaba de pasarle a Usain Bolt. El hombre más rápido de la historia, la leyenda de la velocidad, que aspiraba a convertirse en futbolista profesional, empieza a adivinar que todo resultó un infantil afán. “Creo que tengo posibilidades. Veo mucho fútbol, lo entiendo, lo juego”, decía meses atrás. No pensó, después de dejar el atletismo, en destacar en el golf, como intentaron hacer Michael Jordan o Andriy Shevchenko. Ni siquiera pensó en el póker, como Ronaldo Nazario. Para tener sueños pequeños también hay que valer.

Cuando el Borussia de Dortmund, gracias a un patrocinador común, le concedió al exatleta la oportunidad de entrenarse con la primera plantilla, Bolt no se conformó y advirtió que, en realidad, su objetivo era jugar en el Manchester United. Tal vez creía que empezar desde abajo era para cracks y gente que sabía jugar bien. Llegó a pedir a Alex Fergurson que lo recomendara. “Me dijo que si me ponía en forma vería qué se podía hacer”, reveló el velocista jamaicano. Las cosas no salieron como planeaba. No tardó en abandonar el Borussia, y como esos personajes de dibujos animados que van cayendo alegremente por unas escaleras sin llegar a matarse, ni siquiera a hacerse daño, probó suerte en el Sundowns de Sudáfrica, en el Stromsgodset de Noruega y, finalmente, en el Central Coast Mariners de Australia. En su debut como titular, en un partido amistoso, marcó dos goles.

Pero. Pero se acabaron las pruebas. Pero se acabaron las pruebas y llegó la realidad. Pero se acabaron las pruebas, llegó la realidad y concluyó la carrera de Usain Bolt en el equipo australiano. Era bueno, pero... Quién sabe si a lo mejor hacer dos cosas muy bien resulta del todo imposible. El arquitecto García Mansilla solía decir que “uno se gana la vida con la segunda cosa que mejor sabe hacer”. La vida pasa y se acaba muchas veces sin que lleguemos a averiguar qué es eso que se nos da de maravilla. En cambio, pasa siempre poco tiempo hasta que te pones a hacer algo, y se descubre que no es lo tuyo.

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