Nostalgia del no

El madridismo jugará dos competiciones: la del Madrid pos-Cristiano y la del Cristiano pos-Madrid

Cristiano Ronaldo, durante un entrenamiento de la Juventus de Turín.MASSIMO PINCA (REUTERS)

El madridismo jugará dos competiciones este año: la del Madrid pos-Cristiano y la del Cristiano pos-Madrid. La primera acabará con el último partido oficial y la segunda terminará este miércoles, cuando empiece la primera. Sobrevaloramos la nostalgia e infravaloramos el olvido; con la primera se escribe porque el texto siempre gana con ella, pero nunca echamos de menos tanto como decimos. Ni a los jugadores, ni a los amores con los que llenamos páginas, ni siquiera a los muertos que pensamos que recordaríamos cada día, aunque de éstos sí...

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El madridismo jugará dos competiciones este año: la del Madrid pos-Cristiano y la del Cristiano pos-Madrid. La primera acabará con el último partido oficial y la segunda terminará este miércoles, cuando empiece la primera. Sobrevaloramos la nostalgia e infravaloramos el olvido; con la primera se escribe porque el texto siempre gana con ella, pero nunca echamos de menos tanto como decimos. Ni a los jugadores, ni a los amores con los que llenamos páginas, ni siquiera a los muertos que pensamos que recordaríamos cada día, aunque de éstos sí hay momentos para el homenaje, sobre todo si se fueron debiendo dinero.

La memoria funciona mejor con el tiempo, cuando el recuerdo depende más de nosotros que de los hechos: cuando todos los goles parecen más bellos y todos los fracasos no parecieron para tanto; incluso al revés, si uno es muy catastrófico. Por eso, que haya gente enfadada porque Cristiano haya llegado a Turín y se comporte como Cristiano, entre la indiferencia y el desprecio por el Madrid, significa que mucha gente no ha entendido nada; yo, que en la literatura odio el fútbol moderno y en la vida lo prefiero, elijo a mercenarios como él en mi equipo por encima de bienintenciados futbolistas madridistas que aman los colores con el mismo esfuerzo con el que detestan el balón.

El cráter del portugués en la afición, y el remedio para cubrirlo viendo que es imposible hacerlo con dinero, es uno de los espectáculos de la pretemporada. Nunca hasta este año había visto yo en los medios tantos vídeos de detalles de entrenamientos: cualquier filigrana de los nuevos jugadores del Madrid, con especial atención a Vinicius, es susceptible de convertirse en vídeo viral. Cómo será que el otro día en la playa me vino un balón a los pies y preferí pasarlo con las manos, para desesperación de Maradona, por miedo a que, de hacerlo con el exterior o rabona, alguien me grabase con el móvil bajo la leyenda “¿será él?”. Pero el Madrid pos-CR es, por encima del Madrid del “¿será él?” (un club en busca de un 7 histórico, alguien que se encadene al adn que llevaron —Kopa aparte— casi de forma continua Amancio, Juanito, Butragueño, Raúl y CR), el Madrid europeo obligado a sucederse a sí mismo bajo unos parámetros desconocidos e inéditos: los de la refundación en medio de la gloria, inventándose entrenador y estrella, gastando en los últimos cinco años cantidades ridículas al lado de dispendios, muchos de ellos irracionales, de Barça o City, y sin perder, al final de todo el viaje, la condición de enemigo a batir.

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