Volver como si nada

Es casi admirable cómo Diego Costa tiró varios meses de su vida a la basura sin hacer nada, solo esperando a fichar por el Atlético. Malgastar bien el tiempo no está al alcance de cualquiera

Diego Costa celebra su gol frente al Getafe.OSCAR DEL POZO (AFP)

Ves a Diego Costa y es como si divisases a lo lejos la avioneta que, pasado un rato, se acercará distraídamente y de repente intentará acabar con la vida de Cary Grant en Con la muerte en los talones.Costa te hace temer lo peor, aunque ni siquiera tenga el balón controlado. ¿O acaso, cuando ves aparecer un Boeing-Stearman 75 biplano en una llanura desértica, fumigando un terreno donde no hay cosechas que fumigar, no piensas que el piloto va matar a alguien? Si el delantero del Atlético merodea...

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Ves a Diego Costa y es como si divisases a lo lejos la avioneta que, pasado un rato, se acercará distraídamente y de repente intentará acabar con la vida de Cary Grant en Con la muerte en los talones.Costa te hace temer lo peor, aunque ni siquiera tenga el balón controlado. ¿O acaso, cuando ves aparecer un Boeing-Stearman 75 biplano en una llanura desértica, fumigando un terreno donde no hay cosechas que fumigar, no piensas que el piloto va matar a alguien? Si el delantero del Atlético merodea cerca, el defensa no permanecerá sereno.

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Nada que haga resulta inofensivo. Propaga el nerviosismo y no se toma un lance como trabajo de despacho, simple trámite. Pegar un sello en un sobre y llevarlo al buzón seguramente equivale para él a un asunto por el que merece la pena salir por la ventana. Sospecho que no cree en los asuntos de poca monta. Por eso es desquiciante y peligroso para sus rivales. Nunca olvida el instinto asesino en un cajón cuando sale de casa.

Es casi admirable cómo tiró varios meses de su vida a la basura sin hacer nada, solo esperando a fichar por el Atlético y después a recibir el permiso para jugar en competiciones oficiales. Fue un sacrificio. Malgastar bien el tiempo no está al alcance de cualquiera. De hecho, su regreso al equipo de Simeone tres años después de marcharse a Inglaterra tiene algo de normalidad total, como si nunca se hubiese ido. Ningún aficionado, cuando fichó por el Chelsea, lo borró de su memoria. Tomaron su salida como un Erasmus para futbolistas del que antes o después regresaría.

Todo lo contrario de lo que pasó con Arda Turan, que despareció del imaginario atlético hasta casi recordar a aquel olvido obligatorio que se decretó sobre la figura de Lavrenti Beria, jefe de los servicios secretos soviéticos con Stalin, cuando cayó en desgracia. Càrrere cuenta en Limonov que los suscriptores de la Gran Enciclopedia Soviética recibieron instrucciones para recortar el artículo elogioso que se le dedicaba y sustituirlo por otro sobre el estrecho de Bering. Beria, Bering: el orden alfabético no se alteraba, pero Beria ya no existía.

El regreso de Costa resultó tan natural que después de meses sin pisar un estadio entró y revolucionó al Atlético con un dedo, como cuando en las viejas radio-cassettes pulsabas F-FWD para hacer avanzar rápido la cinta. Frente al Getafe hizo de todo: fue titular, alborotó al equipo, se peleó con los rivales, protestó al árbitro, se ganó una amarilla, marcó un gol y, después de celebrarlo, recibió la roja por abrazarse a los hinchas. Yo no veía algo así desde el día que en mi instituto un repetidor apareció por clase inesperadamente, después de meses enganchado al Street Fighter en el recreativo de enfrente.

Esa tarde había examen de latín, y no solo sacó un sobresaliente, sino que lo suspendieron y lo expulsaron una semana por hacerlo demasiado bien. No estaba mal visto creer en los milagros, pero inventarlos en un examen sin tener idea de latín era pasarse.

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