Polémica sobre el ‘cruising’: un reportaje fallido, un texto indigno
EL PAÍS publicó una pieza en la sección de Madrid que habría requerido, como mínimo, una profunda edición hecha con sensibilidad antes de ser publicada
EL PAÍS cometió un error al publicar el pasado 26 de agosto un texto indigno del periódico sobre el cruising, el intercambio de sexo anónimo entre hombres, en la Casa de Campo de Madrid. Desde entonces, las quejas de los lectores no han cesado. En ellas describen el reportaje con duros adjetivos: homófobo, bochornoso, puritano, superficial, edadista, sesgado o incluso delirante. Una de esas cartas, dirigida a la directora y firmada por el presidente del Colectivo LGTB+ de Madrid (Cogam), fue publicada en la sección de Opinión. También ha habido protesta en la Redacción, canalizada a través del comité profesional y de esta defensora, y una polémica que ha trascendido al periódico. Lo que corresponde ahora es analizar lo ocurrido para que no se repita.
El reportaje cuestionado fue un trabajo de la sección de Madrid, elaborado por un reportero en prácticas y supervisado por el redactor jefe, Luis Gómez. Pretendía, según sus explicaciones, hacerse eco de hechos que ocurren en la capital, con una mera intención descriptiva. De esta forma, el periodista acudió varias veces a la Casa de Campo para recoger testimonios.
Sin embargo, el reportaje falla en términos de estricta técnica periodística. Todo texto debe responder a cinco preguntas básicas: quién, qué, cuándo, dónde y por qué. En este caso, algunas quedaron sin contestación. Por ejemplo, no se explicaba desde cuándo se practica el cruising en la Casa de Campo, ni tampoco por qué se hace y el significado que tiene. El intercambio anónimo de sexo en lugares apartados fue en el pasado la única manera posible de relación entre homosexuales, perseguidos y castigados —incluso con la pena capital— por su condición, como ocurre todavía en algunos lugares del mundo. No hacer la menor referencia a este significado histórico al hablar del “templo del cruising”, ya en el titular del reportaje, es un clamoroso error de falta de contexto. Bastaba con haber consultado la hemeroteca.
“El fenómeno del cruising, sobre el que se encuentran con facilidad cientos de artículos académicos de las mejores universidades del mundo, además de libros de divulgación en casi cualquier librería que se precie, es fundamental para comprender la represión que han sufrido los homosexuales durante siglos”, explica el lector Luis Alemandri. “Fomentar el estigma de la promiscuidad de los homosexuales de esta manera no solo refleja la ignorancia del autor, y del equipo de revisión o edición del periódico, sino una falta de responsabilidad ya inadmisible frente a los lectores en este siglo”, añade.
EL PAÍS tiene una larga y constatada trayectoria en defensa de los derechos LGTB y la inquietud del grueso de los lectores que se han dirigido al periódico es que este reportaje suponga un cambio de rumbo. “Está fuera de lugar en una publicación que desde hace mucho ha tenido una línea editorial de lucha contra la LGTBQfobia y en pro de la inclusión y la igualdad de esos colectivos”, afirma David Carapeto, quien reprocha que el texto haya incurrido “gravemente en sesgos importantes de discriminación”.
Ofensivo
El estilo excesivamente florido de la pieza y la descripción de los intercambios con algunas expresiones completamente innecesarias destila un tono de desprecio y falta de empatía que, en opinión de estos lectores, resulta ofensivo. Sobre todo, porque se trata de relaciones sexuales consentidas entre adultos, como recuerda Cogam en su carta a la directora.
El reportaje hace, además, una correlación absolutamente falsa entre el aumento de enfermedades de transmisión sexual en la Comunidad de Madrid y el cruising, puesto que la estadística sube por varias causas (drogas, falta de protección y una mayor capacidad de diagnóstico, según indican los expertos y la Consejería de Sanidad) y en todo tipo de relaciones sexuales, no solo entre hombres.
Hay otras cuestiones que se podrían tratar con más extensión, como la referencia a un “fixer”, que incumple la norma de que el periodista no debe transmitir las dificultades al obtener información, o las fotografías que acompañan el texto, pero creo que ha quedado suficientemente claro que esta defensora considera que, como mínimo, este texto habría requerido antes de ser publicado una profunda edición, de contenido y de estilo, hecha con sensibilidad.
Como periodista no cuestiono la pertinencia de tratar el cruising, pero me llama la atención que se hayan dejado escapar otros ángulos que se apuntan en el texto y que, de haber profundizado en ellos, hubieran resultado en un reportaje mejor. Por ejemplo, investigar por qué en una sociedad donde las aplicaciones móviles arrasan como fórmula para concertar relaciones sexuales hay hombres que quedan excluidos de ellas. O haber abundado en si el cruising es una práctica en retroceso o, por el contrario, vuelve a estar de moda. O, también, quiénes son y cuántos, cuándo actúan y cómo esos energúmenos que, según los testigos citados en el reportaje, practican el deporte de dar palizas a desconocidos en la Casa de Campo.
“La responsabilidad del fracaso de este texto es mía como responsable de la sección”, afirma Luis Gómez. “La intención del redactor era describir hechos que se producen en un espacio público, que no siendo novedosos tampoco son de general conocimiento. No pretendió ir más allá. ¿Habría sido necesario dotarle del contexto que todo lo soluciona? A la vista de las reacciones que ha provocado, sí, porque puedo asegurar que no había otra intención”.
Una de las preguntas que han repetido los lectores es cómo pudo llegar a publicarse este texto. En el proceso, sí surgieron voces de alarma en la Unidad de Edición y por eso lo elevó a la jefatura el responsable ese día del cierre del periódico de papel, Vicente G. Olaya. Eso provocó el cambio del titular original y la retirada de algunas frases. La dirección asume la responsabilidad de haber publicado el texto sin más correcciones.
Para contactar con la defensora puede escribir un correo electrónico a defensora@elpais.es o enviar por WhatsApp un audio de hasta un minuto de duración al número +34 649 362 138 (este teléfono no atiende llamadas).