Alberto Mielgo, el animador español que llama a los Oscar con un retrato del amor
‘The Windshield Wiper’ es un cortometraje en el que el cineasta, ganador de tres Emmy, ha invertido siete años apoyado en el trabajo de muchos amigos y en su apuesta por los sentimientos
El día en que se anunciaron las candidaturas a los Oscar, el pasado 8 de febrero, Alberto Mielgo (Madrid, 42 años) estaba casi desaparecido. “Me fui a Asturias con unos colegas, a un sitio remoto con poca cobertura, porque quería compartir el momento con gente que de verdad me importa”, recuerda sentado en la terraza de una librería-cafetería madrileña. Su The Windshield Wiper, que había entrado entre el centenar largo de cortometrajes calificados para su categoría a los Oscar, y que había pasado la criba de la shortlist, ...
El día en que se anunciaron las candidaturas a los Oscar, el pasado 8 de febrero, Alberto Mielgo (Madrid, 42 años) estaba casi desaparecido. “Me fui a Asturias con unos colegas, a un sitio remoto con poca cobertura, porque quería compartir el momento con gente que de verdad me importa”, recuerda sentado en la terraza de una librería-cafetería madrileña. Su The Windshield Wiper, que había entrado entre el centenar largo de cortometrajes calificados para su categoría a los Oscar, y que había pasado la criba de la shortlist, finalmente era candidato al premio de Hollywood. “Tenía esperanzas, aunque claro, hasta que no leyeron el título...”, explica sobre aquel mediodía.
The Windshield Wiper (El limpiaparabrisas), coproducido junto a Leo Sánchez, se estrenó en la Quincena de Realizadores del pasado festival de Cannes, tras siete años de trabajo en su estudio Pinkman.tv. Es un filme muy personal en la temática, que reflexiona sobre el amor y las sensaciones universales que provoca ese sentimiento, y basado en fotografías realizadas en sus numerosos viajes, pero que mantiene su estilo, el que le hizo destacar en la película de Netflix Love, Death & Robots, una colección de cortos animados en la que el madrileño aportó The Witness, centrado en una mujer que huía por Hong Kong tras presenciar un asesinato a través de una ventana.
Un paso en una larga carrera que empezó a inicios del siglo XXI, con trabajos en películas infantiles de animación como La leyenda del pirata Barbanegra o El Cid: la leyenda. De ahí a Londres— “por amor, siguiendo a la chica con la que salía entonces; allí entré en Dreamworks, hasta que el contrato se acabó y serví mesas”—, a trabajos en filmes como La novia cadáver, de Tim Burton; vídeos musicales de Gorillaz y videojuegos. En 2012 se hizo cargo de la dirección artística de la serie TRON: Uprising, con la que ganó su primer Emmy y su primer Annie, los Oscar de los animadores. Y mientras, viajaba y se mudaba. A Berlín. A Tokio. En Los Ángeles en 2015 recibió el gran encargo: “La dirección de arte de Spider-Man: un nuevo universo”. De aquel proyecto se despidió a los dos años por diferencias artísticas con el estudio Sony, aunque su nombre aparece en los títulos de crédito como consultor. Y en 2019 participó en Love, Death & Robots, con la que ganó otros dos Emmy y su segundo Annie.
Mielgo desmenuza ese largo camino que ha recorrido The Windshield Wiper: “Como es autofinanciado, hemos ido trabajando muchos creadores amigos en él poco a poco, en mi caso compaginándolo con Spider-Man y anuncios”. El animador habla muy bien de Netflix y de Tim Miller, que lideró Love, Death & Robots. “Me dieron absoluta libertad, y en mayo se estrena otro trabajo que he hecho para ellos, del que no puedo contar mucho. Sí te digo que es lo más radical que he creado hasta ahora”. Si The Windshield Wiper habla del amor, y en The Witness la acción y la violencia cobran protagonismo, Mielgo anuncia que ha ido más lejos. “Habrá gente que lo odie y otra que lo ame. Mejor eso que la indiferencia”.
¿Puede ganar el Oscar? “Mi problema es que al ser un proyecto personal yo no tengo presupuesto para la promoción”, desgrana. “Un anuncio en The Hollywood Reporter son 7.500 euros. Ya me he concienciado de que no poseo los 60.000 euros necesarios para una campaña liviana. Pero también he descubierto que ese tipo de promoción se ha quedado arcaica tras la covid, que hay que jugársela en el campo digital, en la creatividad. En vez de dinero, cerebro”. De ahí su apuesta en Instagram. ¿El favorito? Peti Roja, de Dan Ojari y Mikey Please, el más clásico de los nominados, una coproducción de Netflix y de la veterana empresa británica Aardman.
De los casi 10.000 miembros de la Academia de Hollywood, unos 80 residen en España. “Ya ni merece la pena la proyección en salas para esta campaña”, insiste, a pesar de la espectacularidad de su filme. “Me duele, sí; sin embargo, los votantes están repartidos por todo el mundo”. De ahí que pueda verse gratis en internet, y que las proyecciones en plataformas y televisiones no tengan cláusula de exclusividad. “Necesito que lo disfrute cuanta más gente, mejor”.
Mielgo vive a caballo entre Los Ángeles y Madrid. La entrevista tuvo lugar la semana posterior a la entrega de los Goya, el 12 de febrero, en Valencia, y a 48 horas de que el animador retornara a la Costa Oeste estadounidense. En aquella ceremonia posó en la alfombra roja junto a los tres candidatos al Oscar: los actores Javier Bardem y Penélope Cruz, y el compositor Alberto Iglesias. “Allí les conocí”, recuerda. ¿Eso es marca España? “Por descontado que lo es. Cuatro nominados al Oscar. Impresiona. Yo no me puedo erigir como voz de los animadores españoles, porque me fui de España a los 18 años. Y sí, he montado estudio en Madrid, aunque mis clientes son de fuera. Me relaciono poco con la industria, no he sido bueno en eso de las relaciones personales. Ahora bien, en los últimos años la animación española ha crecido a lo bestia. Cada vez es más difícil contratar a gente porque está trabajando en producciones internacionales”. Ha pasado mucho tiempo y se ha hecho mucho camino desde la primera candidatura española al Oscar a mejor corto de animación, La dama y la muerte, de Javier Recio, en 2010. “En España falta dinero, no se levantan producciones de 60 o 70 millones de euros, presupuesto medio en el resto del mundo. Eso sí, hay talento”.
El animador habla de momentos duros, de mucho tiempo entre proyecto y proyecto. “Por suerte, no tengo hipoteca. Me permito trabajar en cosas que de verdad me interesen. El dinero que gano como contratado lo invierto en mis proyectos personales. Me da igual, no pienso en beneficios crematísticos, sino en hacerlo todo lo mejor posible. Por eso repito animaciones hasta que queden como quiero”, relata.
Esa pasión se percibe en The Windshield Wiper y en el uso de Mielgo de referencias visuales personales. Habitualmente pasea tomando fotos esté donde esté. “En cuanto algo me genera una sensación, lo retrato. Incluso grabo audios. Lo archivo en el ordenador, porque sé que le sacaré partido”, dice. Lo hace desde hace décadas, aunque mucho antes ya había decidido ser animador. “Mi padre trabajaba en Nestlé, y con tres años ya dibujé cosas en concursos internos de empleados. Recuerdo que me regalaron un tebeo y una caja de lápices, y mi padre me leía los bocadillos de las viñetas”. Fue mejorando su técnica, ahondando en obras narrativas. “Con 10 años ya creaba cómics de 40 páginas. La inmersión en las sensaciones llegó más tarde. Ahora pienso mucho en incomodar al espectador. Por eso me aburren las películas de superhéroes, esos guiones que se fundamentan en el viaje del héroe y que generan una presión en la audiencia, porque nadie salva el mundo”. Así que Mielgo apuesta por “las historias de perdedores”.
Todo lo anterior no se contradice con su amor por la estética del cine Disney más clásico, “al estilo 101 dálmatas o Los aristogatos”. También por la obra de Hayao Miyazaki: “Akira y en general la animación japonesa, que se ha tomado mucho más en serio los dibujos, atreviéndose a cosas que en Occidente nadie ni se plantea”. Y mientras tanto, Mielgo sigue bregando por su visión, apoyado por muchos creadores amigos convencidos de su talento y a la espera de que su trabajo encuentre un mecenas. “Si sale, bien. Si no, a lo mío”.