Tras los pasos salmantinos del detective Miguel de Unamuno: la novela negra española tiene un nuevo antihéroe
Luis García Jambrina convierte al filósofo en un original investigador en ‘El primer caso de Unamuno’, una obra híbrida que se mete en el corazón de la Salamanca de 1905
“Primero la verdad que la paz”, solía proclamar Miguel de Unamuno, en la realidad y como personaje de ficción que llena las páginas de El primer caso de Unamuno, de Luis García Jambrina (Alfaguara). Corre el año 1905 y el cacique del pueblo salmantino de Boada muere asesinado de forma brutal. Rápidamente son detenidos y acusados tres jornaleros que habían mantenido pleitos con él: les espera la pena de muerte, una injusticia contra la que s...
“Primero la verdad que la paz”, solía proclamar Miguel de Unamuno, en la realidad y como personaje de ficción que llena las páginas de El primer caso de Unamuno, de Luis García Jambrina (Alfaguara). Corre el año 1905 y el cacique del pueblo salmantino de Boada muere asesinado de forma brutal. Rápidamente son detenidos y acusados tres jornaleros que habían mantenido pleitos con él: les espera la pena de muerte, una injusticia contra la que se alza el filósofo, convertido aquí en detective, antihéroe de un género que busca cada vez más sus personajes en el pasado.
“Me pareció lo más normal del mundo. Unamuno durante toda su vida había buscado la verdad, la verdad oculta por la mentira, o la verdad falseada por las apariencias. Y lo hizo tanto académica como políticamente: buscarla, decirla y hacer algo con ella. Era un personaje insobornable incluso cuando eso le cuesta el destierro o la vida”, comenta Jambrina en el café Novelty, primer escenario de la novela que visitó este diario con el autor la pasada semana, antes de que partiera rumbo a al festival BCNegra, que se celebra esta semana en Barcelona y donde el híbrido entre lo detectivesco y lo histórico será una de las atracciones. La niebla que inauguró el día ––la misma en la que se envuelven los personajes en las últimas escenas de la novela–– ha dado paso a un sol que no alivia el frío en la plaza Mayor.
La vida de Jambrina (Zamora, 64 años) está atravesada por la figura de Unamuno desde sus lecturas de juventud, pasando por su primer trabajo de becario (en la ordenación del archivo del intelectual) hasta su docencia actual en la facultad de Filología de la Universidad de Salamanca, pisando las mismas baldosas que Unamuno en su última etapa. “No soy un especialista”, aclara divertido, “lo que pasa es que he tenido mucho trato con él”. Necesitó, sin embargo, un buen empacho de realidad para poder pasar a la ficción. Cuenta Jambrina que fue tras La doble muerte de Unamuno (Capitán Swing), libro escrito a cuatro manos junto a Manuel Menchón, cuando se dio cuenta de las posibilidades del personaje. Quedaba, sin embargo, una pequeña vuelta de tuerca: “En vez de ser objeto de la investigación criminal, se convierte en sujeto”.
No es nuevo el autor zamorano en estos caminos tan frecuentados desde hace un tiempo en el género negro (en los últimos meses se han publicado novelas protagonizadas por Gonzalo de Bercero o Jane Austen): en 2008 publicó El manuscrito de piedra (Alfaguara), una historia criminal protagonizada por Fernando de Rojas como pesquisidor y que ya va por su sexta entrega. El crimen ocurre en Boada —”un pueblo a punto de convertirse en un cementerio”, en palabras del autor–– y hasta allí viaja en varias ocasiones un Unamuno obsesionado con la justicia y el triunfo del raciocinio, pero el verdadero escenario de la novela es Salamanca: una urbe que hiede, en decadencia, donde la gente pasa hambre y frío, pero que mantiene la elegancia de sus palacios renacentistas, su monumentalidad y esas fachadas con la piedra cálida de Villamayor que nos acompaña durante el paseo por los escenarios de una novela que hace sentir la ciudad. Ahí está el Casino, donde Unamuno solivianta a los socios con sus soflamas de libertad y justicia; o el majestuoso convento de San Esteban, lugar de refugio en un momento dado, en la vida real y en esta novela negra. “Me interesa la ciudad como algo más que un telón de fondo”, comenta Jambrina mientras atravesamos el parque Campo de San Francisco, el lugar predilecto de los paseos de Unamuno, muy cerca de la casa donde murió, y donde en esta novela se encuentra con Teresa Maragall.
El juego de la vida
¿Quién es esta mujer? Una joven anarquista que le ayuda en la investigación, un personaje de aparición tardía pero que crece hasta apoderarse de cada página, dotando a la narración de ese juego de la vida tan propio de las novelas de aventuras. Su relación con Unamuno trae a colación un problema mayor de este tipo de obras: ¿dónde está el límite de la ficción? Jambrina utiliza una documentación amplísima que se filtra con agilidad en los escenarios y las formas de hablar de los personajes, pero ¿qué ocurre cuando se tocan temas sensibles? “Había que ser respetuoso con la verdad del personaje. Él era monógamo y fiel a doña Concha. Ahí estaba la línea roja que no podía pasar”, defiende el autor. Hay un juego en toda la novela, muy unamuniano, según el cual la vida y la ficción se mezclan, hasta el punto de que Teresa recibe ese nombre por el libro homónimo de Unamuno —que Jambrina reivindica con fuerza y del que está preparando una edición— y por la mujer que perdió el autor mientras escribía este libro, una historia de desamor que compensa con otra en la ficción.
La novela avanza por estas calles salmantinas y por los pasillos de la universidad con agilidad y una mezcla narrativa eficaz que funciona, según su autor, “por la ironía y el desparpajo” con la que se aproxima a tan magna figura para convertirla en detective. Pero no olvida dos aspectos centrales del género: la verdad y la justicia social. “El compromiso político movió siempre a Unamuno y quería que se viera en la novela. Ahora bien, a veces se llega a la verdad y las cosas se quedan como están”, reflexiona.
Aficionado lector de novela negra, Jambrina recurre en El primer caso de Unamuno a la clásica pareja holmesiana: al filósofo le ayuda Manuel Rivera, un abogado y un contrapeso. Pero la verdadera figura con la que se identifica el intelectual, en la novela y en la vida, es Don Quijote.
Durante la comida, con la espectacular calle de la Compañía de escenario, Jambrina repasa sus proyectos, diseñados con tiralíneas: primero, una nueva historia, puede que la última, con Fernando de Rojas; después, la edición de Teresa y solo entonces la segunda aventura de Unamuno por esas calles. Le seguirán otras tres, una por década, hasta 1934.
La novela no deja de lado la vida familiar de Unamuno, y el paseo por sus escenarios (muy presentes en una zona de la ciudad que no ha cambiado tanto desde 1905) llega al patio de las Escuelas, escenario de un momento familiar de Unamuno en la ficción que queda manchado por una presencia oscura. A escasos metros se encuentra la casa rectoral, con su espectacular parra en el balcón, convertida ahora en un extraordinario museo dedicado al autor de Niebla. Ese es el 221b de Baker Street de este filósofo metido a detective. “Nada humano me es ajeno, ni siquiera el asesinato”, argumenta entre esas paredes el personaje de ficción. Bien lo podría haber dicho el de la vida real. Ha nacido un antihéroe.