Una capilla románica puesta al día
El Centro de Interpretación del Poblado de Castromaior, en Portomarín (Lugo), actualiza el cobijo que ofrecen las capillas a los peregrinos
En el Camino de Santiago, el Centro de Interpretación del Poblado de Castromaior en Portomarín (Lugo) es un monumento de hormigón amueblado con troncos que sirven de asiento. Es también un albergue sin puertas ni ventanas. Un refugio que se ofrece como techo a los peregrinos y, a la vez, se expone a que sus muros no vigilados sean pintados. Se trata de un lugar-prueba, un ed...
En el Camino de Santiago, el Centro de Interpretación del Poblado de Castromaior en Portomarín (Lugo) es un monumento de hormigón amueblado con troncos que sirven de asiento. Es también un albergue sin puertas ni ventanas. Un refugio que se ofrece como techo a los peregrinos y, a la vez, se expone a que sus muros no vigilados sean pintados. Se trata de un lugar-prueba, un edificio basado en la confianza y asentado en el paisaje pensado para existir sin cuidados. Y por eso es un refugio que no necesita mantenimiento. Es un centro ideado para que sea la vegetación, y el paso de la gente y el tiempo, lo que lo mantenga vivo, digno, incluso cuidado.
Con esa idea de cuidados vecinales, o de peregrinos agradecidos, y con la obligación (y el gusto) de trabajar con menos que poco, el arquitecto Carlos Pita ganó el concurso convocado por el Ministerio de Transportes para levantar el centro por cerca de 200.000 euros. Se trataba de construir un lugar casi natural, un espacio sin vigilancia. Y eso es el centro, casi un alto en el camino. Pita espera que, como ocurre con las capillas románicas, los visitantes lo respeten y los vecinos lo cuiden. Es la versión laica, cruda y contemporánea de esas capillas. Aunque tiene más de espíritu del lugar que de religión, la fe que profesa es fe en la naturaleza que sabrá arroparlo, integrarlo y hacerlo suyo.
El yacimiento arqueológico de Castromaior, con restos de un poblado la Edad del Hierro que se remontan al siglo V a. C., es, en realidad, un paisaje de paso. Por eso este edificio necesita anunciarse, para ser visto por los peregrinos y, a la vez, desaparecer en el paisaje. Eso le confiere una monumentalidad arraigada, significa el lugar para dejar mandar a la naturaleza.
Su autor, Carlos Pita, es un arquitecto singular. La naturalidad parece importarle más que ningún otro criterio en la vida. Y, por lo tanto, en su profesión. Tal vez por eso hace de la imperfección un signo más de intento que de fracaso. Más de humanidad que de impotencia. La imperfección de este inmueble delata así una ambición máxima: la de dejarse ver sin molestar, la de convertirse en un claro del bosque. La de ser casi nada y, sin embargo, monumental porque ordena y significa el lugar donde se encuentra.