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Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

Por qué se debe educar en la estética y no en el lujo, según Bruno Munari

Cuando el diseñador, artista e inventor italiano regresó de un largo viaje en Japón anotó las razones prácticas que convertían la vivienda japonesa de madera y papel en un lugar de bienestar. A partir de ahí reflexionó sobre cómo vivimos en Occidente

Retrato de Bruno Munari, en los años 70, rodeado de algunas de sus creaciones.

Cuando Bruno Munari (Milán, 1907-1998) visitó Tokio y Kioto pidió dormir en una casa tradicional japonesa. No le costó encontrarla, eso son los ryokanes, los albergues tradicionales del archipiélago. Alojándose allí, observó y anotó: materiales, colores, grosores y olores. Fue así, desde la observación, como aprendió su lección sobre la casa tradicional japonesa. La que Shinohara actualizó con su Casa-Paraguas —...

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Cuando Bruno Munari (Milán, 1907-1998) visitó Tokio y Kioto pidió dormir en una casa tradicional japonesa. No le costó encontrarla, eso son los ryokanes, los albergues tradicionales del archipiélago. Alojándose allí, observó y anotó: materiales, colores, grosores y olores. Fue así, desde la observación, como aprendió su lección sobre la casa tradicional japonesa. La que Shinohara actualizó con su Casa-Paraguas —la anterior entrada de este blog—. Este blog ha querido juntar los saberes de dos grandes. Esta es la visión de Munari.

Como en el Japón moderno que visitó Munari, en el actual, hay miles de casas de hormigón y grandes edificios en los que se trabaja, pero casi siempre la estancia en la que se duerme sigue siendo la tradicional de madera, paja y papel. Aunque esté en un edificio de hormigón o hierro y acero. ¿Por qué?

La casa tradicional japonesa es casi lo contrario a buena parte de nuestras viviendas. La entrada no se anuncia. Está oculta, no se deja ver, se recoge. La palabra discreción es clave para el bienestar doméstico. Por eso el vestíbulo es minúsculo. Allí no se espera a nadie. Y quien entra, puede llegar hasta el corazón de la vivienda. No hay hipocresía: o dentro o fuera. Munari describió ese espacio de cuatro metros cuadrados como “más psicológico que físico”.

En el exterior, Munari anotó que, con frecuencia: “Un arbolito más alto que la pared de bambú forma un motivo de sombras de hojas sobre la pared revocada. La puerta de entrada está escondida por un estrecho seto de ramas secas. Se abre la puerta y uno se encuentra en casa. La entrada tiene el suelo de piedra gris natural donde se dejan los zapatos, y después, sobre un peldaño de madera se encuentran las zapatillas limpias. Si vais a Japón, no llevéis zapatillas: las encontraréis en todas partes, siempre a vuestra disposición”. Este consejo es Munari en estado puro. Hoy, cuando mucha más gente ha visitado Japón, nadie se sorprendería. Él lo hace y convierte la sorpresa en conocimiento y el conocimiento en lo que disfruta compartiendo. Le fascinó ese ejercicio de limpieza —no pisar con las mismas suelas fuera que dentro— que mucha gente ha adoptado.

El interior de la casa guarda varias lecciones. La primera es de proporción y orden: el módulo que se repite está determinado por el tatami en sentido horizontal y por otros elementos modulados en sentido vertical. “El módulo, la prefabricación, la producción en serie y todas las demás innovaciones que predicamos como novedad están ya aplicadas desde hace siglos en la casa tradicional japonesa”, anotó Munari. Que pasó a explicar lo que era el tatami —una estera de paja trenzada muy prietamente, rematada en los bordes con tela oscura, que mide unos 1 × 2 metros: la medida de una persona acostada—. Los tatamis forran el pavimento, por lo tanto, la casa tiene la medida de determinados tatamis. “El espacio habitable se expresa en tatamis”.

Lámpara de techo, y media, ideada por Munari para la empresa Danese en los años 70.

Otras conquistas japonesas que adelantaron la modernidad fueron los tabiques móviles y la ventana continua. “La casa japonesa tiene todas las paredes interiores móviles, salvo donde hay paredes-armario, y todas las exteriores correderas, —excepto en pocas zonas cerradas para los servicios—. Son casas transformables. “Tienen prácticamente las paredes y las ventanas donde se quieren. Según el sol, el viento, el frío o el calor, la casa puede organizarse de distintas maneras”, anotó Munari fascinado. “Las puertas correderas y las hojas también correderas de los armarios de pared son de papel montado sobre ligeros bastidores de madera que se deslizan por un canal rehundido en la madera, de apenas 2 milímetros, entre un tatami y otro. Las puertas correderas son ligerísimas y se deslizan empujándolas con solo un dedo, sin necesidad de manillas ni cerraduras”. “En nuestros países tenemos fuertes puertas con manillas
y cerraduras, con bisagras y cerrojos, y al cerrarlas, se oye un gran ¡pum! Los pasos sobre el tatami pisando en calcetines son también suaves.”

El siguiente motivo de fascinación fue la falta de muebles: todo se guarda en los armarios. Se duerme en los tatamis. “El pavimento no es ni frío ni duro”. “La circulación del aire se regula de un modo natural: entra por unas ranuras regulables abiertas en la zona fresca de la casa y sale por otras situadas en la parte de la casa expuesta al sol; entra el aire fresco y sale el caliente”. Sostenibilidad, sin nombrarla: “Puertas y ventanas son lo mismo en estas casas”. “Las maderas y los materiales se utilizan al natural y nunca, salvo casos excepcionales y para ciertos usos, se pintan o se barnizan. Un material natural envejece bien. Un material recubierto de pintura o barniz se altera, no respira. Es falso”. Como el acceso, la casa no se impone. Por eso: “En estos entornos tan neutros, una persona destaca y domina”.

Para terminar, ¿cuál es la relación de la vivienda con la historia? ¿Cuál su memoria? Un nicho cuadrado con el suelo más elevado se llama tokonoma, y es una esquina de la casa construida con los viejos materiales de la casa anterior, un nexo con el pasado; “basta una vieja pilastra de madera que todavía esté en buen estado, para acompañarnos en la nueva casa”. Explica Munari y, atención: En el tokonoma se cuelga el único cuadro de la casa (no siempre el mismo, pues hay otros enrollados que se guardan en los armarios de pared) y se colocan flores en un jarrón preparado con arte. Munari describe así la relación entre vivienda tradicional japonesa y arte: selección —solo se expone uno a la vez—, variación —se cambia— y cuidado —las flores también se tratan con ambición artística (Ikebana)—.

“Desde la ventanita del cuarto de baño se ve una rama de árbol, un pedazo de cielo, un murete y un seto de bambú; la tina del baño es de madera, material muy agradable al tacto”. Munari admitió que para vivir en una casa de madera y papel es cierto que es necesario haber recibido una educación especial: “uno no puede apoyarse en las paredes, no se pueden tirar las colillas al suelo, no se pueden dar golpes con las puertas ni se puede derramar nada por el suelo. Si se ensucia una puerta, se cambia el papel con poco gasto y vuelve a estar como nueva”. Por eso se preguntaba si nuestra idea de bienestar era esa: tirar las colillas al suelo; dar portazos, apoyar las manos por todas partes y hacer decoraciones en los zócalos de las paredes con la suela de los zapatos. Como si todo esto no bastara, intentamos utilizar materiales donde no se vea la suciedad; no eliminamos la suciedad, no intentamos ser más educados, basta con que no se vea”.

Uno de los dibujos de Munari aparecido en uno de sus 'pre-libri', los pre-libros que ideó para niños.

Conocer la vivienda tradicional japonesa llevó a Munari a describir la “sensación de miseria en ciertas casas de lujo donde una descomunal pobreza cultural ha hecho que se construya con los materiales más caros (la habitual confusión entre precio, valor y función)”. “Podemos encontrar casas con los grifos de oro pero sin un solo libro de poesía o, incluso, sin libros. Es el caso típico de individuos que se enriquecen de manera repentina, y han sido educados desde la infancia en envidiar y desear el lujo en lugar de la estética”.

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