Diez años sin Luis Moreno Mansilla (y 50 años con él)
Una muestra recoge la parte más íntima del autor del Musac, el Auditorio de León y la colección Helga de Alvear de Cáceres, un arquitecto-inventor, un hombre curioso y querido y, por eso, una persona libre
El arquitecto Luis Moreno Mansilla era uno y muchos a la vez. Por eso, cuando se cumplen diez años de su muerte, no deja de reaparecer en el legado que fue sembrando con escritos (Circo), proyectos (Emilio Tuñón y Luis Moreno Mansilla), enseñanzas, preguntas, amistad, dudas, dibujos y hasta en los cambios de parecer y reinvenciones de la gente ―como su mujer, la pintora Carmen Pinart, o sus hijas, Luz y María Moreno― que fue con él.
Han sido muchos los homenajes que este arquitecto, que...
El arquitecto Luis Moreno Mansilla era uno y muchos a la vez. Por eso, cuando se cumplen diez años de su muerte, no deja de reaparecer en el legado que fue sembrando con escritos (Circo), proyectos (Emilio Tuñón y Luis Moreno Mansilla), enseñanzas, preguntas, amistad, dudas, dibujos y hasta en los cambios de parecer y reinvenciones de la gente ―como su mujer, la pintora Carmen Pinart, o sus hijas, Luz y María Moreno― que fue con él.
Han sido muchos los homenajes que este arquitecto, que se sentó a aprender con sus alumnos y preguntaba desde muchos lados ―los mismos ángulos que empleaba para proyectar y cuestionar―, ha ido recibiendo a lo largo de esa década. Y tiene todo el sentido. Moreno Mansilla murió en Barcelona, precisamente cuando fue a homenajear el legado de otro arquitecto torrencial ―Enric Miralles― desaparecido, también como él, prematurísimamente en el año 2000, cuando empezaba el siglo y solo tenía 46 años.
Desde ese día, los homenajes se han sucedido. Compañeros de cátedra le recuerdan y reconocen la manera curiosa y extemporánea de entender la vida. Y su traslado de esa naturalidad, esa curiosidad y esa cultura del vivir a la propia arquitectura. Al final, los homenajes han terminado por retratar al propio Luis. Por eso del gin tonic ofrecido en el bar de la Escuela (ETSAM) ―el mismo al que él recurría para templar los nervios antes de clase― se vive con naturalidad el descubrimiento de los cuadernos personales ―que hasta el 13 de marzo se exponen ahora en el Pavilion Planeta Estudio de Madrid. Estos diez años están sembrados de acciones de sus compañeros para mantener el recuerdo y la enseñanza de Luis Moreno Mansilla viva y cambiante, como él vivió.
Así, si sus hijas ―apenas mayores de edad entonces― decidieron que en su funeral Luis se iba a despedir bailando entre las lágrimas de sus amigos, estos le han reconocido su capacidad de juego (93 escritos circenses). Sus íntimos lo han evocado tostando almendritas para prepararse para la puesta de sol o enamorándose a la vez de Carmen Pinart y de las esculturas etruscas (Álvaro Soto en el texto de esta muestra) “Luis se adelantaba para luego acogernos”.
Como escritor Moreno Mansilla destapó, en los escritos circenses ―que fundó con Emilio Tuñón y Luis Rojo―, “un tiempo en el que el azar, el lenguaje metafórico y la reflexión ensayística se abren camino como herramientas alternativas y necesarias, capaces de potenciar un discurso fragmentario frente a otro lineal, la oportunidad frente al canon, y la conversación frente al texto”. Como profesor continuó o completó esa conversación. Como recordó en otro homenaje Ángela García de Paredes, lo hizo hablando con los alumnos, aprendiendo de ellos.
Como arquitecto, viajó tanto por el mundo como en su cabeza. Y en ambos lugares dejo huellas. Los edificios cristalizan las anotaciones que iba dejando en los márgenes de los libros. Culminan los dibujos que dejó en sus cuadernos. “Envolverse sin pudor en la piel del otro”, recordó Iñaki Ábalos, es lo que hacía Luis. También Juan Herreros lo recordó amplio. Capaz de amar la contradicción como una mayor posibilidad de ser y hacer. “Un mismo individuo puede mirar y ver de maneras diferentes. Y en Luis estaba eso: La presencia de lo opuesto. Todas las formas. Un sistema y el contrario. La falta de miedo a incurrir en la contradicción. Era curioso y por eso culto. Como quien se atreve a conocer el mundo”.
Esa forma generosa de entender la importancia de las pequeñas cosas, de desvelar las miradas que van construyendo una forma de ver, puede aprenderse ahora curioseando en los cuadernos de Luis. Allí está Roma, donde se convirtió en un arquitecto clásico y encontró el amor. Está la naturaleza, que trataba de apresar fascinado ante su imaginativa, sorprendente y siempre cambiante perfección. Y está no ya la falta de miedo, el amor al cambio, lento, tranquilo, consecuente, pero imposible de detener que es, seguramente, el mayor legado que un arquitecto puede dejar.