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Kelly Reichardt, la cineasta que imaginó un robo como el del Louvre: “Colecciono artículos de periódicos sobre robos en museos”

La leyenda del cine ‘indie’ estadounidense relata en ‘The Mastermind’ un golpe en una pinacoteca estadounidense de provincias en plena guerra del Vietnam

Kelly Reichardt, durante el pasado festival de Cannes, en mayo.Foto: Stephane Cardinale (Getty Images)

En las películas de Kelly Reichardt (Miami, 61 años) los personajes suelen vagar con cierta soledad. A veces sin rumbo fijo, otras a la búsqueda de una comunidad que les consuele y les entienda, mientras intentan regatear algunos impulsos que les desvían del...

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En las películas de Kelly Reichardt (Miami, 61 años) los personajes suelen vagar con cierta soledad. A veces sin rumbo fijo, otras a la búsqueda de una comunidad que les consuele y les entienda, mientras intentan regatear algunos impulsos que les desvían del camino. Lleva jugando con ellos —curiosamente, parecen de carácter opuesto al de su creadora— desde que debutó en el largo en 1994 con River of Glass y su carrera testimonia las dificultades de ser directora en el cine indie (algo extrapolable al mundial). “Gané en Sundance y después estuve una década haciendo cortos en súper-8 porque nadie quería financiarme una película”, recuerda sonriente. No hay ni un gramo de amargura en su respuesta, tan solo la verdad de una cineasta que desde Portland ha construido una filmografía sólida; hoy, los actores hacen cola para trabajar con ella. Como el británico Josh O’Connor, que protagoniza The Mastermind, la historia de un robo de cuadros en un museo de Massachusetts en 1970. Guerra de Vietnam en una presidencia estadounidense explosiva y atracos a centros de arte: los temas de la temporada en un estreno que llega a los cines españoles hoy viernes.

Pero en mayo, durante el pasado festival de Cannes, donde The Mastermind concursaba y donde se realizó esta entrevista, nadie podía imaginar una concatenación de acontecimientos que incluyeran una grúa montacargas, una ventana rota en el Louvre y una corona de Eugenia de Montijo olvidada por el camino. Sí eran evidentes, obviamente, los bandazos delirantes de Donald Trump. “Desde hace mucho tiempo, colecciono artículos de periódicos sobre robos en museos, y me asombraba la cantidad de arte que se llevaban. Es como si hubiera jubilados trabajando de seguridad. En el Museo Gardner, por ejemplo, la seguridad la gestionaban drogadictos. Pero hoy, a cambio, esos sitios están llenos de cámaras, así que tuve que viajar al pasado para que fuera verosímil ese descuido en la vigilancia de obras de arte”, explica. “Durante la promoción de Showing Up, mi anterior película, me tropecé con la historia de 1972 de unas adolescentes que se vieron involucradas en mitad de un atraco en el Worcester Art Museum. Yo estudié ahí mismo. Así arranqué el guion”.

Los hombres blancos han predefinido todos los géneros en el cine. Una se encuentra dentro de esos caminos ya trazados, y existe un enfoque menos agresivo, más observacional, que se puede adoptar"

Menuda, muy menuda, durante años su alter ego en pantalla ha sido Michelle Williams, protagonista de cuatro de sus nueve largos. En First Cow el relevo lo recogió, temporalmente, John Magaro (en The Mastermind encarna al hermano del ladrón); la llegada de O’Connor al cine de Reichardt supone su primer protagonista alto. “Me gusta su aire de desamparo”, apunta Reichardt. “Es perfecto para encarnar a un tipo suficientemente inteligente como para meterse en problemas, pero no lo suficientemente listo como para salir de ellos”.

Por supuesto, es una película de Reichardt, nada va a recordar a otro filme de atracos, sino que hay una mirada existencialista sobre un carpintero que pierde el rumbo, que ansía ser algo grande cuando no da mucho de sí. “Nunca me ha interesado rodar una película que ya se haya hecho antes un millón de veces. Los hombres blancos han predefinido todos los géneros en el cine. Una se encuentra dentro de esos caminos ya trazados, y existe un enfoque menos agresivo, más observacional, que se puede adoptar. No se trata de hacer ningún truco ni nada parecido; es simplemente una forma diferente de experimentar el mundo. Y en esta caso, me gustaba reflejar el inicio, en aquellos tiempos convulsos, de la construcción de una nueva masculinidad”, desarrolla.

Pero ¿por qué roban lienzos de Arthur Dove y no las obras de Picasso, Gauguin y Rembrandt que se llevaron en 1972? “Por varias razones”, ríe. “Porque me apasiona la abstracción de Dove, porque pensé que un hombre así sentiría algo parecido, una atracción casi irracional por esa pintura, que además a inicios de los setenta ni era tan apreciada ni, por tanto, tan vigilada. Y porque esas obras maestras son demasiado grandes [gesticula con las manos] para mi encuadre”.

Reichardt da clases de cine en Oregón, donde reside y donde ha filmado y ambientado casi todos sus filmes, y en el Bard College, en Nueva York. “Es curioso, en clase deconstruimos películas sin parar, y como directora, en cambio, suelo crear cine sin reglas fijas, un poco vagando por la trama, yendo adonde me impulsen los personajes, sin plan... Es más divertido. Y sí, doy clases para ganarme la vida y pagar las películas, monto mis largos porque así me ahorro un sueldo, pero también porque me apasiona la enseñanza. Nunca la he visto como un lastre”.

Mi idea era hacer una película de robos, no política. Sin embargo, la política se coló porque, probablemente, todo sea política"

Ese vagabundeo sin plan, confiesa, surge porque cuando escribe, escucha jazz. “Mi padre era policía. Suena a cero interés por el arte, ¿verdad? Pues tenía una colección de discos de jazz enorme. Yo escribo escuchándolo, y eso explica mis guiones, mis giros. Y puede que eso también haya apoyado mi interés por rodar un thriller de robos: no se entienden sin una banda sonora de jazz”.

Como es habitual, sus personajes pertenecen a la clase trabajadora, y a inicios de los setenta, eran carne de cañón para el ejército estadounidense en Vietnam. Sin abandonar la sonrisa, la cineasta respira y se lanza: “Eran años que hemos idealizado porque se vivieron como el advenimiento de una nueva era. Mira, hay muchos planos en coches, y fíjate cómo eran: grandes ventanillas, bien diseñados, gloriosos. De repente, como le pasa al protagonista, que navega por la periferia de la sociedad, la realidad, la política, arrolló a EE UU. Mi idea era hacer una película de robos, no política. Todas lo son, pero en este caso, la motivación principal era más estética. Sin embargo, la política se coló porque, probablemente, todo sea política. Todo ha cambiado a peor. Cuando me despedía en mi anterior Cannes, en la anterior presidencia de Trump, decía: ‘Nos veremos en mejores momentos’. Pues eso no ha pasado. Miras a la gente del Tribunal Supremo en mi país y la sensación que tienes es que ya nada tiene remedio, que este régimen es para siempre. Cuando el Watergate, la clase política lloraba de vergüenza. Había una sensación generalizada de culpa. Hoy es al contrario. Se ha asumido en el gobierno —y desde ahí ha calado en mucha gente de la calle— un cinismo total, una aceptación generalizada de la corrupción. No sabes por dónde va a salir Trump, el partido demócrata ha colapsado, no se puede protestar en las universidades. Las mentiras son tan evidentes que para qué molestarse en refutarlas. Como profesora muchas veces pienso que es una batalla perdida, que ya es imposible convencer a nadie de nada”.

No veo a los jóvenes enfadados por las películas de franquicias. ¿Por qué no?"

Lo mismo le vale para el cine: “De joven yo reaccionaba ante cosas que me confundían, pero también era consciente de cuando alguien intentaba venderme algo. No veo a los jóvenes enfadados por las películas de franquicias. ¿Por qué no? Es alguien que te vende algo en un formato de dos horas que en realidad trata de venderte otra cosa y fingir. ¿Por qué eso no enfurece a un joven de 20 años?”.

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