El Beethoven más confinado y cuatro discos más

'Leonore', la única ópera del compositor alemán, es la banda sonora perfecta para un encierro. Además, críticas de los nuevos discos de M. Ward, Laura Marling, Tony Allen & Hugh Masekela y Enrico Pieranunzi 

Retrato de Beethoven con el manuscrito de la 'Missa solemnis' (1820), de Joseph Karl Stieler.

Por Luis Gago

La única ópera de Beethoven es la banda sonora perfecta para un confinamiento. Se desarrolla en una cárcel sevillana y nada ansían más sus presos que “respirar sin trabas al aire libre”, porque “la mazmorra es una tumba”. El protagonista, Florestan, lo tiene aún más difícil: es un preso político, enemigo personal del gobernador de la prisión, Don Pizarro, y se pudre poco a poco, solo, en un secreto calabozo subterráneo sin apenas comida ni bebida. ...

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Sonoridad transparente

Por Luis Gago

La única ópera de Beethoven es la banda sonora perfecta para un confinamiento. Se desarrolla en una cárcel sevillana y nada ansían más sus presos que “respirar sin trabas al aire libre”, porque “la mazmorra es una tumba”. El protagonista, Florestan, lo tiene aún más difícil: es un preso político, enemigo personal del gobernador de la prisión, Don Pizarro, y se pudre poco a poco, solo, en un secreto calabozo subterráneo sin apenas comida ni bebida. Su mujer, Leonore, se disfraza de hombre para salvarlo, adoptando tras el travestismo el muy revelador nombre de Fidelio, un guiño a la fidelidad inquebrantable que profesa a su marido. Hasta cuatro oberturas y tres versiones diferentes de la ópera (estrenadas en 1805, 1806 y 1814) escribió Beethoven antes de que se reconociera por fin su valía: un verdadero martirio, como él mismo reconoció el año del estreno de la última versión en una carta a Georg Friedrich Treitschke, su último libretista: “Le aseguro, querido T., que la ópera va a granjearme una corona de mártir”.

En los teatros suele programarse siempre la tercera y definitiva versión, Fidelio, que habría podido escucharse este mismo mes en Berlín y Baden-Baden dirigida por Kirill Petrenko a la Filarmónica de Berlín o en Madrid y Barcelona con la Orquesta de Cámara Mahler bajo la batuta de Gustavo Dudamel, pero la pandemia ha arramblado con todo, gran efeméride beethoveniana incluida. No hay que perder de vista, sin embargo, las otras dos versiones, sobre todo la primera, ajena a todas las turbulencias posteriores, que es la Leonore que publica ahora Harmonia Mundi a partir de una interpretación en vivo grabada en la Philharmonie de París en 2017. René Jacobs, su director, da mejor la talla en la convencional trama pequeñoburguesa inicial que en la deriva trascendente final, teñida de una suerte de fraternidad universal muy en la línea de la Novena Sinfonía.

Marlis Petersen (que hubiera cantado el papel con Petrenko) es una Leonore más amable que luchadora, mientras que Maximilian Schmitt es un Florestan decididamente lírico, muy lejos de los tenores heroicos que suelen cantar el breve pero trascendental papel. Impone más el Rocco de Dimitry Ivashchenko que el Don Pizarro de Johannes Weisser, poco intimidante vocal y psicológicamente. Todo ello está en consonancia de alguna manera con los postulados clasicistas de Jacobs, alejado aquí de su zona natural de confort y cuya dirección destaca más por hallazgos instrumentales puntuales que por su entidad y cohesión dramáticas. Hay jurisprudencia de altísimo nivel en esta ópera y el belga queda muy por debajo de los más grandes (Furtwängler o Klemperer), pero poder escuchar este proto-Fidelio en tres actos en una versión mucho más fidedigna que el pastiche que grabó John Eliot Gardiner en 1996, y con el extraordinario aliciente de la sonoridad mucho más transparente y a ratos descarnada de los instrumentos de época, constituyen, sin duda, dos serios incentivos que compensan, al menos en parte, sus carencias.

Leonore. Marlis Petersen, Maximilian Schmitt y Dimitry Ivashchenko. Orquesta Barroca de Friburgo. Dir.: René Jacobs. Harmonia Mundi, HMM 902414.15. 2 CD.

Una nueva paz

Por Laura Fernández

De la misma forma que hay novelistas que escriben siempre el mismo libro, hay músicos, como M. Ward, que entregan siempre una variante del mismo universo, el universo del hombre amante del folk soul tranquilo que deambula fantasmagóricamente por un mundo en llamas ('Torch') contando historias. Esta vez, en un nuevamente abismal pequeño agujero en el espacio tiempo en el que todo trota pero a la vez descansa, sobre una base a ratos onírica ('Heaven's Nail and Hammer') y a ratos mántrica ('Chamber Music') y expansiva ('Independent Man'), sus historias hablan de dejar atrás el pasado y buscar un cierto tipo de (nueva) paz ('Unreal City'). Adecuado, sí, y a la altura de sus clásicos. Y, tal vez, ligeramente más denso que buena parte de ellos.

Migration Stories. M. Ward. Anti

Obra confesional

Por Fernando Navarro

Tras I Speak Because I Can (2010) y Once I Was an Eagle (2013), Laura Marling sobresalió en la siempre efervescente escena folk británica como un gran talento. Con reminiscencias a Joni Mitchell, su voz susurrante y poderosa era capaz de crear enigmáticas atmósferas acústicas. Hace tres años alcanzó una cúspide con Semper Femina, todo un alegato de la condición femenina con una sobriedad de recursos tan sugerente como impactante.

Esta última referencia discográfica colocaba el listón alto, pero con este nuevo álbum la compositora mantiene su ascensión y ofrece otra obra bellísima. Un disco conceptual dedicado a una hija imaginaria y en el que Marling, más que dar consejos o ejemplarizar, despliega un catálogo de inquietudes personales ante el rol de ser mujer y madre.

Obra confesional, cantada con dulzura y trazada con acertados pasajes de cuerdas que recuerdan al folk íntimo de Damien Rice. Con su conseguidísima fragilidad, Song for Our Daughter se sitúa como uno de los mejores discos de su autora, sino el mejor. Suena a imperecedero. 

Song for our Daughter. Laura Marling. Partisan / PIAS!

El arquitecto y el hombre orquesta

Por Javier Losilla

Fela Kuti ha pasado a la Historia de la Música como el faraón del abrobeat, pero su bateria Tony Allen fue Imhotep, el arquitecto que contruyó el ritmo. Hace diez años, Tony y el trompetista, cantante, compositor y director de orquesta sudafricano Hugh Masekela (fallecido en 2018), creador del township-jazz, cumplieron el viejo sueño de registrar un disco juntos. Por varias razones el álbum (Rejoice) ha permanecido inédito hasta ahora y se publica con instrumentación añadida a las grabaciones originales realizadas en formato trío.

Músicos de lujo como los bajistas Tom Herbert y Mutale Chashi (de Kokoroko), el saxofonista tenor Steve Williamson, el percusionista Lekan Babalola, los teclistas Joe Armon Jones y Elliot Galvin y el vibrafonista Lewis Wright han participado en el resultado final, en el que, por cierto, se han cambiado las primigenias líneas de bajo. Ha sido una gozosa contribución a lo que ya era un álbum fascinante. Allen (80 años) va más allá de los patrones afrobeat, y Masekela reformula con el fliscorno sus propios hallazgos.

El primero canta en ‘Weve Landed’ diciéndo a los jóvenes que el futuro no espera; el segundo se alegra en zulú del encuentro con Tony (‘Jabulani’). La conjuncion instrumental en ‘Agbada Bougou’ es brillantísima; el diálogo con el post-bop de Steve Williamson en ‘Slow Bones’, esplendoroso, y el tributo a Fela en ‘Never’ (“Lagos nunca sera lo mismo sin fela, cantan”), paradigmático. Son solo ejemplos de un encuentro global sin duda regocijante.

Rejoice. Tony Allen & Hugh Masekela. World Circuit / BM

Inspiración plástica

Por Yahvé M. de la Cavada

Es difícil saber por qué esta grabación, efectuada hace casi ocho años, no ha visto la luz hasta hoy. Más aún cuando Enrico Pieranunzi, uno de los pianistas más refinados de la escena jazzística europea, tiene cierta tendencia a la sobreproducción discográfica (en los últimos diez años ha publicado más de 20 títulos). Por falta de calidad no es: Pieranunzi, creador lírico y más profundo de lo que pueda parecer en un primer acercamiento a su obra, construye en este sobresaliente álbum un serie de suites inspiradas en artistas como Pollock, Rothko o Hopper, y piezas más breves a partir de Picasso, Klimt o Matisse.

La música, quizá la más interesante que ha grabado Pieranunzi en piano solo en los últimos años, tiene cierta abstracción, pero también un delicado sentido de la forma que convierte cada pieza en un atractivo fresco de la relación entre la inspiración plástica y la interpretación musical. En conjunto, el álbum funciona como un viaje personal e introspectivo que revela nuevos matices en cada escucha.

Frame. Pieranunzi. Cam Jazz / Distrijazz

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