Columna

La última comida con Cuerda

Al cineasta le sobraba una frase para hacer de la realidad más banal un disparate magnífico con más verdad que la crónica más afilada

El cineasta José Luis Cuerda delante de un cartel del director británico Alfred Hitchcock, en 2008. En vídeo, el director en cinco películas.Vídeo: Bernardo Pérez

Mi amigo Edu Galán y yo le invitamos a comer a un restaurante famoso por sus verduras, por aquello del bancal y la calabaza. ¿Qué pedimos?, preguntó con la carta en la mano, a lo que Edu respondió: José Luis, pagamos nosotros, así que vamos a tomar lo que me salga de los cojones. Cuerda se volvió hacia mí, con cara confidencial y molesta, y me dijo: “Yo no sé a ti, pero lo que menos me apetece comer es lo que le sale de los cojones a ese señor. Yo de eso no quiero”.

Esa seriedad al contar el chiste era uno de los dos rasgos que me ...

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Mi amigo Edu Galán y yo le invitamos a comer a un restaurante famoso por sus verduras, por aquello del bancal y la calabaza. ¿Qué pedimos?, preguntó con la carta en la mano, a lo que Edu respondió: José Luis, pagamos nosotros, así que vamos a tomar lo que me salga de los cojones. Cuerda se volvió hacia mí, con cara confidencial y molesta, y me dijo: “Yo no sé a ti, pero lo que menos me apetece comer es lo que le sale de los cojones a ese señor. Yo de eso no quiero”.

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Esa seriedad al contar el chiste era uno de los dos rasgos que me fascinaban de su compañía, el poco tiempo que pude disfrutarla. El otro era la capacidad para recibir, con amabilidad impertérrita, todas las frases de Amanece, que no es poco que todos los desconocidos que le abordaban soltaban con fanfarrias. No desairaba a los amanecistas nunca, incluso les replicaba con otra frase de la película. Me maravillaba su aguante: yo no soportaría que me dijesen cuarenta y tres veces al día que todos somos contingentes, pero tú eres necesario. Él, en cambio, agradecía el cumplido como si fuese la primera vez que lo recibía.

A los postres, el dueño del restaurante quiso conocerle y hacerse una foto con él. Estuvieron hablando un rato y, ya fuera, mientras esperábamos un taxi, me preguntó si ese tipo que había salido de la cocina era el dueño. Asentí, y volvió a poner cara de confidencia seria. Bajando la voz, dijo: “Pues parece pobre”.

Caricaturizaba el mundo con un adjetivo. Sin recurrir al aforismo, le sobraba una frase para hacer de la realidad más banal un disparate magnífico con más verdad que la crónica más afilada. Ya sé que se ha dicho todo de él, pero yo no podía pasar página sin dejar esto dicho.

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