Cuentos desde la plantación

Los relatos de los esclavos negros recopilados por Joel Chandler Harris abrieron un camino para escritores como Mark Twain o Rudyard Kipling

Una pareja de recolectores de algodón, en Georgia en 1898.Michael Ochs Archives / Getty Images

En este año en que la editorial Páginas de Espuma ha recibido el premio a la mejor labor cultural en el mundo de la edición española, la publicación de los cuentos del Tío Remus parece la afortunada guinda del pastel editorial con que Juan Casamayor, su director, ha decidido cerrar el año en curso. Porque la edición de este libro sólo se le pasa por la cabeza a un editor verdaderamente vocacional y cultural, uno de esos editores que hicieron que a este oficio se le denominara, hace ya muchos años, “un oficio de caballeros”, denominación que se fue al garete cuando en 1957 entró en Bolsa la pri...

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En este año en que la editorial Páginas de Espuma ha recibido el premio a la mejor labor cultural en el mundo de la edición española, la publicación de los cuentos del Tío Remus parece la afortunada guinda del pastel editorial con que Juan Casamayor, su director, ha decidido cerrar el año en curso. Porque la edición de este libro sólo se le pasa por la cabeza a un editor verdaderamente vocacional y cultural, uno de esos editores que hicieron que a este oficio se le denominara, hace ya muchos años, “un oficio de caballeros”, denominación que se fue al garete cuando en 1957 entró en Bolsa la primera editorial, en Estados Unidos, y todo cambió.

La importancia de los cuentos del Tío Remus es doble: de una parte, es un esfuerzo compilatorio de los relatos y leyendas de los esclavos negros del sur, historias que se contaban entre ellos y que no trascendían al ámbito blanco, por lo que su aparición en forma de libro (este libro) fue una sorpresa y una sensación para los lectores de la época. Eran relatos hablados en una lengua mezcla de muchos dialectos que la hacían poco menos que ininteligible a la que el recopilador dio forma sin perder nada de su originalidad y singularidad. La existencia de un mundo imaginativo tan rico fue una sorpresa que alimentó la curiosidad de muchos lectores y hombres de letras americanos, pues, teniendo en cuenta la consideración que el mundo negro ofrecía a los blancos, resultaba casi increíble semejante exhibición de ingenio.

El segundo aspecto es la importancia y duración del impacto de estos textos en la literatura norteamericana. Hoy puede decirse que los cuentos son la madre de todos los relatos para el mundo infantil personificados por animales que nos ha ofrecido la literatura anglosajona. Las aventuras del Hermano Conejo y sus compañeros no son las aventuras heroicas que tantas veces ha mostrado la literatura infantil, sino el relato de la victoria de los débiles sobre los fuertes por medio de su ingenio y de su astucia, lo cual casa muy bien con la situación de debilidad y sometimiento en que los esclavos negros se encontraban. Todos los cuentos contados en grupo y para el grupo en todas las sociedades primitivas son cuentos ejemplares, cuentos estimulantes, cuentos de ánimo y confianza para proteger al grupo de los sinsabores de la vida.

Este tesoro se debe a un irlandés rubicundo y tímido a más no poder. Joel Chandler Harris, nacido en 1838 en el Estado de Georgia, era hijo de una inmigrante irlandesa que llegó a Estados Unidos con su amante, el cual la abandonó dejándola embarazada. Un hacendado de la zona sufragó los estudios del chico, que pronto se decantó por el periodismo tras contestar al anuncio del dueño de una plantación que necesitaba un aprendiz de imprenta para un periódico local, y el chico tímido y observador logró integrarse en el mundo de los negros y así fue conociendo el riquísimo folclore del que extraería sus historias.

A medida que las fue publicando en diversos periódicos fue creciendo el interés por los relatos, que adquirieron gran popularidad. Pero hay más. Mark Twain leyó los cuentos y no sólo quedó fascinado, sino que en ellos encontró lo que andaba buscando: una novela que continuara de algún modo su gran éxito, Las aventuras de Tom Sawyer. El encuentro con ese mundo negro del Misisipi le permitió concebir primero y crear después algo en lo que venía trabajando sin acabar de ver el modo de resolverlo. La lectura de las historias recopiladas por Chandler Harris y el mundo que halló en ellas le permitieron escribir una de las grandes obras de la literatura norteamericana de todos los tiempos: Huckleberry Finn.

La fórmula utilizada por Harris para dar forma a sus relatos es la figura de un viejo esclavo negro que los cuenta a un niño blanco, hijo de los dueños de la plantación, quien acude a su cabaña para escuchar las divertidas historias del pícaro Hermano Conejo. La literatura antropomórfica protagonizada por animales cuenta desde entonces con una amplia tradición en el mundo contemporáneo y no es de extrañar que uno de los máximos admiradores de Chandler Harris fuera Rudyard Kipling, autor del muy famoso Libro de la selva. En su momento hubo cierta controversia sobre el modo en que estos cuentos presentaban a los negros, pues se echaba de menos por algunos lectores críticos una mayor incidencia en la dura realidad esclavista, pues se los solía presentar bajo aspectos edulcorados, como en La cabaña del Tío Tom. Nada de eso empaña la maravillosa naturalidad literaria de los cuentos del Tío Remus.

El traductor que ha llevado a cabo este esfuerzo admirable es Jaime de Ojeda, autor de la excelente traducción de Alicia en el país de las maravillas editado en Alianza Editorial. Con buen criterio, ha decidido no complicar las cosas tratando de apelar a dialectos españoles para simular el original y ha preferido darle, simplemente, un aire rural al texto. El resultado es excelente, como no menos excelente es el prólogo en el que cuenta al detalle el sentido y condición de estos cuentos y constituye una amena exposición de semejante tesoro, y a él me atengo para esta reseña.

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Autor: Joel Chandler Harris. Traducción: Jaime de Ojeda.


Editorial: Páginas de Espuma (2019).


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