Columna

Haikus enlatados

El libro 'Sitcom, la comedia en el cuarto de estar' explora la importancia de las telecomedias, ese género cada vez más escaso pese a que pocos modelos televisivos han dado tanto con aparentemente tan poco

Jerry Seinfeld en la serie que lleva su nombre delante de su estantería de cereales.

Tengo un amigo que vivía en Nueva York en los años noventa al que Seinfeld le cambió la vida. Estoy convencida, dejó el periodismo para dedicarse a la ficción por culpa de esta célebre sitcom. “Hablo de cereales y no de existencialismo o drogadicción. Trabajo con el material que me es natural”, decía Jerry Seinfeld sobre una serie que no iba de nada y precisamente por eso iba de todo.

La frase, recogida en el libro Sitcom, la comedia en el cuarto de estar, bien podría ilustrar qué es una telecomedia, ese género cada vez más escaso pese a que pocos modelos televisivos h...

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Tengo un amigo que vivía en Nueva York en los años noventa al que Seinfeld le cambió la vida. Estoy convencida, dejó el periodismo para dedicarse a la ficción por culpa de esta célebre sitcom. “Hablo de cereales y no de existencialismo o drogadicción. Trabajo con el material que me es natural”, decía Jerry Seinfeld sobre una serie que no iba de nada y precisamente por eso iba de todo.

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La frase, recogida en el libro Sitcom, la comedia en el cuarto de estar, bien podría ilustrar qué es una telecomedia, ese género cada vez más escaso pese a que pocos modelos televisivos han dado tanto con aparentemente tan poco. Editado por Lengua de Trapo, coordinado por Carlos Pott y Manuel Guedán y con ensayos, ente otros, de Jordi Costa, Carlos Reviriego, Noel Ceballos o Andrea Morán, el nuevo libro revisa esa tradición a partir de algunas de sus series más famosas. De Friends a Louie, The Big Bang Theory o la reciente Fleabag, que se sale del formato habitual y ni siquiera incluye uno de las principales rasgos del género: la risa enlatada.

"¿Qué queda de aquellas formas de organizar el humor, restringir las localizaciones o reiterar las estructuras?", se preguntan los autores al analizar la evolución de las sitcoms a lo largo de casi siete décadas y explorar las razones por las que estos programas (“David Foster Wallace señaló a su generación como la primera que, de forma global, empezó a disfrutar de los productos culturales que despreciaba”, escribe Pott) se fueron afinando hasta pasar de meros entretenimientos a símbolos que encierran, como haikus enlatados, la poética de su tiempo.

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