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La Ruta Norteamericana
Por Fernando Navarro
Opinión

Más allá de la cultura del postureo

El nombramiento de Màxim Huerta como ministro abre el debate de si la cultura es ahora entendida como un simple espacio mediático

Màxim Huerta, nuevo ministro de Cultura y Deportes.EUROPA PRESS (Europa Press)

Vivimos días acelerados, de cierto vértigo en el ritmo de los acontecimientos, viendo como apenas da tiempo para interpretar una realidad cambiante, repleta de aristas que nos afectan en lo político, en lo social e incluso en lo emocional, y quizá por eso –o especialmente por eso- conviene acudir a los sabios. Decía Emilio Lledó –uno de nuestros filósofos más valiosos- que la cultura tiene que ser sobre todo el territorio más fértil para “crear la capacidad de pensar”.

En estos días apresurados en España, no se puede afirmar que pensar...

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Vivimos días acelerados, de cierto vértigo en el ritmo de los acontecimientos, viendo como apenas da tiempo para interpretar una realidad cambiante, repleta de aristas que nos afectan en lo político, en lo social e incluso en lo emocional, y quizá por eso –o especialmente por eso- conviene acudir a los sabios. Decía Emilio Lledó –uno de nuestros filósofos más valiosos- que la cultura tiene que ser sobre todo el territorio más fértil para “crear la capacidad de pensar”.

En estos días apresurados en España, no se puede afirmar que pensar esté entre nuestras prioridades. No sólo por todo lo derivado del estrés político y mediático, sino por algo más preocupante: la falta de atención moral y ética por ese territorio del que hablaba Lledó. Conviene recordarlo: vivimos en un país que hasta hace apenas dos días ni siquiera tenía un Ministerio de Cultura. La osadía sucedió bajo el anterior Gobierno del Partido Popular, finiquitado por una moción de censura y desacreditado por la dura condena de la Audiencia Nacional ante la trama de corrupción política más extensa y profunda de la historia democrática española que ha sido la red ilegal de Gürtel. El mismo partido político que ignoraba la cultura -esa “suma de artes y pensamientos que permite al hombre ser menos esclavizado”, tal y como decía el escritor André Malraux- agitaba todas sus banderas o se movilizaba por Marta Sánchez y su letra para el himno español. En un movimiento electoralista, Albert Rivera y Ciudadanos se sumaban aún con más orgullo a ese lamentable carro patriotero. Como dice nuestro sabio refranero, la ignorancia es atrevida. Entre tanto, la cultura, a la que durante años se le aplicó un IVA asfixiante, se perdía por los desagües políticos.

Afortunadamente, el nuevo Gobierno del PSOE ha vuelto a instaurar el Ministerio de Cultura. No hacerlo hubiese sido ya el ocaso. En una decisión no falta de sorpresa y polémica, el presidente Pedro Sánchez ha puesto al frente al periodista y escritor Màxim Huerta, famoso por formar parte del magacín televisivo El programa de Ana Rosa. No tardaron en llover las críticas en las redes sociales, esa ágora digital donde todo el mundo tiene una opinión de todo. Pero, para ser justos, hay que esperar a ver cómo se desenvuelve en el cargo. Merece toda la confianza, por cuestionable que sea su elección.

Sin embargo, conviene también reflexionar sobre esta elección. Al menos, no está de más analizarla en relación al PSOE, un partido que históricamente ha mostrado un interés mayor en la cultura que el PP, que antes apostó por perfiles grises para el cargo como Iñigo Méndez de Vigo y José Ignacio Wert y mucho antes, en la época de Aznar, llegó a elevar a dos políticos que presumían de su ignorancia, sin sonrojo y con alevosía, como Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy.

La llegada de Màxim Huerta refleja la consideración socialista sobre la cultura actualmente, donde la imagen juega un papel fundamental. Con Felipe González se nombró ministro a Jorge Semprún, escritor, guionista cinematográfico y, sobre todo, como le definió Juan Goytisolo, “un gran intelectual europeo”. Semprún era memoria del siglo XX, testigo sereno de los horrores y las grandezas de un tiempo y un hombre de una visión cultural sublime. De ahí, nada ha sido igual. Se pasó a otros nombres menos relevantes cuando se buscó por encima de todo en la línea socialista la gestión. Zapatero otorgó la confianza de esta cartera a Carmen Calvo, César Antonio Molina y Ángeles González-Sinde. Entonces, el mensaje que se dio fue que saber tramitar asuntos complicados era primordial. Y algo más importante: la cultura era ya entendida como un negocio. El mayor negocio estaba en el cine y González Sinde era la presidenta de la Academia del Cine. Su famosa Ley de Propiedad Intelectual fue acusada, entre otras cosas, de ser más un instrumento recaudatorio que regulador.

Con un entorno digital menos revuelto -aunque la piratería sigue presente- y tras el legado del PP, la elección del televisivo Màxim Huerta podría ser positiva, pero también nos dice algo. La cultura es ahora entendida como un espacio mediático. Cultura entendida como un gran escaparate de entretenimiento, al que no le falta su dosis de postureo en estos tiempos de selfies y likes. Como el hilo musical que suena en ascensores, centros comerciales y todo tipo de fiestas, es como si con la cultura se aspirase a dar color a la vida antes que a enseñar escuchar, antes que a saber interpretar. Se echa de menos esa “meta” de dudar y hacerse preguntas de la que hablaba el profesor Fernando Robles, interpretado por Federico Luppi, a sus alumnos en la maravillosa Lugares comunes de Adolfo Aristarain cuando decía: “Las mejores preguntas son las que se vienen repitiendo desde los filósofos griegos. Muchas son ya lugares comunes, pero no pierden vigencia (qué, cómo, dónde cuándo, por qué)”. En la película, Luppi lo terminaba por definir como “el dolor de la lucidez”, al que tanto recurrió Semprún.

En este modo actual de concebir la cultura, bajo el imperio del exhibicionismo personal, parece que a veces cuenta más fotografiarse en lugares de invitación a la cultura (ferias, conferencias, exposiciones, conciertos…) o presumir de lo que se ha leído, escuchado o visto que saber qué nos quiere decir todo lo que leemos, escuchamos o vemos. Comentaba Emilio Lledó que vivimos en una época digital y es importante, pero “puede haber una patología en todo esto”. Y, por eso, decía que la cultura “necesita otro tipo de tiempo distinto de los fogonazos de los móviles y de las imágenes”. Necesita un compromiso y un diálogo continuo, un intercambio de saberes, una capacidad crítica e incluso una confrontación de pensamientos. Estaría bien tenerlo como premisa en este país donde el territorio de la cultura es mucho menos fértil de lo deseable. Ojalá el nuevo ministro y el nuevo Gobierno sean capaces de saberlo más allá de cualquier postureo y movimiento para la galería.

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