Julita, su castillo y la vértebra de su abuela llegan a la tele

A sus 82 años, es la mujer revelación del cine español gracias a un documental que se ha estrenado este domingo en Movistar +

Dejó que su hijo, el actor Gustavo Salmerón, grabara su original forma de ver la muerte (y la vida) durante 14 años. El resultado es Muchos hijos, un mono y un castillo, un documental que, además de ser un esfuerzo titánico de la edición, desborda humor y ternura.

Las antológicas reacciones de Julita a los vaivenes que le ha deparado la vida han arrancado horas de carcajadas al público y han llevado a madre e hijo ...

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Dejó que su hijo, el actor Gustavo Salmerón, grabara su original forma de ver la muerte (y la vida) durante 14 años. El resultado es Muchos hijos, un mono y un castillo, un documental que, además de ser un esfuerzo titánico de la edición, desborda humor y ternura.

Las antológicas reacciones de Julita a los vaivenes que le ha deparado la vida han arrancado horas de carcajadas al público y han llevado a madre e hijo al escenario de los Goya 2018, donde recogieron el premio al mejor documental. Ahora, la película, cuyo título hace referencia a los deseos cumplidos de su octogenaria protagonista, puede verse en Movistar+ y Filmin.

“Me da terror eso de que salga mi vida en la tele. Porque me va a ver todo el mundo y me da un poco de vergüenza. En el cine me da igual, porque veo los comentarios que hacen los espectadores. Pero en la tele no sé quién va a verlo ni cómo va a reaccionar”, cuenta a EL PAÍS Julita Salmerón con su lógica personal, como si hubiera asistido a todas las proyecciones que la película ha tenido en una veintena de países.

Nació en 1935 —“¡Vaya un año para nacer!”, exclama— y perdió a su abuela en la guerra. Se enamoró a primera vista en los 50, se casó y tuvo seis hijos. Se convirtió en millonaria al recibir una herencia y, por culpa de la crisis, se quedó sin el castillo en el que había depositado buena parte del dinero. “Pero ahora tengo 12 nietos. Lo de tener propiedades es una cosa de juventud”, dice en su casa de Madrid.

Vive rodeada de las antigüedades que se llevó del castillo, como una armadura y un esqueleto, al que llama Miguelito y que dice que le asusta cuando se levanta por las noches a beber agua. Y un belén al aire libre que permanece expuesto casi todo el año.

Una de esas propiedades es la vértebra de su abuela asesinada, de lo poco que pudo conservar de ella, que se ha convertido en legando familiar de generación en generación. Sus hijos, impactados por la ocurrencia, se pasan los 90 minutos del metraje intentado descubrir dónde está guardado el surrealista símbolo de su particular memoria histórica. Porque la historia de Julita Salmerón es la historia de España, aunque vista desde su prisma, algo caótico y vodevilesco.

A pesar de considerarse atea y antimonárquica, dice admirar a la reina Letizia, de la que cuenta que agarró por la cintura el día que se conocieron. “Soy muy atrevida y digo lo que siento. Supongo que es algo que le gusta a la gente. Yo es que soy masona”, exclama, como hace ante su paciente marido en un momento de la película.

Ella defiende que, a pesar de acumular demasiado, no tiene síndrome de Diógenes: “Cada cosa que guardo lleva un recuerdo que me ha hecho feliz, y por tanto, tiene una razón de ser". Por eso sigue acumulando objetos pertenecientes a esta nueva etapa de su vida: dos hormigas de peluche que le regalaron en el programa de Pablo Motos y los extractos de varias reseñas positivas de la película que aparecieron en la prensa, que ha enmarcado. La de Carlos Boyero viene incluso con la foto del crítico.

De todas las propuestas como actriz que ha recibido en los últimos meses, se decanta por la de convertirse en monologuista por propuesta de un amigo de la familia. Su marido no está muy convencido, pero ella lo tiene claro. “Si Julita dice que se hace, es que se hace”, comenta Antonio con resignación y también algo de orgullo.

“Estoy reviviendo. La felicidad que me da la gente, cuando me besa y me aprieta la mano, es algo que no había sentido nunca antes. Ese amor me hace más joven. No está mal que, a los 82 años, al final de la vida uno se sienta feliz. De haberlo sabido, me hubiese presentado para ser actriz cuando era joven. Pero todo hubiera salido mal, porque lo más bonito es lo natural”, dice mirando al esqueleto Miguelito.

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