Columna

Trump, en serio

Como los periodistas que no entendieron al votante, los cómicos son también responsables del triunfo de Trump

En 2013, John Oliver, uno de los cómicos televisivos en auge, lo imploraba: "Trump, preséntate. Te escribiré un cheque en blanco". El magnate era una máquina de inspirar chistes desde los ochenta y nadie daba credibilidad a que en su enésima amenaza alcanzara la Casa Blanca. A él lo que le divertía era su personaje catódico. Incluso Obama apareció en cámara para responder un insulto de Trump en Twitter: "al menos pasaré a la hist...

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En 2013, John Oliver, uno de los cómicos televisivos en auge, lo imploraba: "Trump, preséntate. Te escribiré un cheque en blanco". El magnate era una máquina de inspirar chistes desde los ochenta y nadie daba credibilidad a que en su enésima amenaza alcanzara la Casa Blanca. A él lo que le divertía era su personaje catódico. Incluso Obama apareció en cámara para responder un insulto de Trump en Twitter: "al menos pasaré a la historia como presidente de EE UU". Maldita ironía la de ser humorista en estos tiempos.

Como los periodistas que no entendieron al votante, los cómicos son también responsables del triunfo de Trump. Aceptaron al candidato como un chiste sin posibilidades, se rieron de sus objetivos, de su pelo y solo al final reconocieron su peligro. El cantante Michael Stipe cuestionaba días antes de las elecciones ante Alec Baldwin la imitación de Saturday Night Live: "Lo decía Warhol: no hay mala publicidad. Hemos imprimido la marca América en un monstruo". Hasta Oliver se disculpó en directo. Había visto las orejas al lobo.

Y eso que la presidencia de Trump certificará años de éxito para su negocio. El humor volverá a ser tan fértil y próspero como en la era Bush. Cuanto peor sea su mandato, más madera.

Cuando en 2008 Bush abandonó el despacho oval, Jon Stewart y Stephen Colbert le dedicaron un sentido pésame: ¿cómo llenarían sus informativos satíricos? Habían sido implacables contra su Gobierno y se convirtieron sin quererlo en los locutores más influyentes y respetados. El magnate sirve ahora de antídoto a Obama, cuyo don innato para la autoparodia lo hizo mal objetivo de las burlas. Sus imitadores no eran mordaces, solo sabían capturar su swing.

Aunque una mujer no haya logrado convertirse en presidenta, en esta época de calma otra ha conseguido coronarse como la reina más implacable del late night. Los sermones de Samantha Bee pueden ser ahora para Trump lo que Stewart fue con Bush. Quizás en cuatro años sea ella quien lo despida con lágrimas. Es hora dejar de bromear del peinado y tomárselo en serio. El humor será su mejor oposición.

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