Opinión

Pilatos

Si uno se asoma a las investigaciones sobre el incendio en la Calle 30 de Madrid, que le costó la vida a dos empleados de la empresa de mantenimiento, puede obtener una radiografía precisa de los peligros que acechan a una forma de entender la gestión pública. La concatenación de descuidos dispara una alarma sobre el supuesto paraíso escondido tras la subcontrata y la delegación de funciones. Cada vez más, la única respuesta de la Administración a accidentes, negligencias y sus dramáticas consecuencias es proceder a lavarse las manos, en un gesto donde la política se abraza al mito bíblico de ...

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Si uno se asoma a las investigaciones sobre el incendio en la Calle 30 de Madrid, que le costó la vida a dos empleados de la empresa de mantenimiento, puede obtener una radiografía precisa de los peligros que acechan a una forma de entender la gestión pública. La concatenación de descuidos dispara una alarma sobre el supuesto paraíso escondido tras la subcontrata y la delegación de funciones. Cada vez más, la única respuesta de la Administración a accidentes, negligencias y sus dramáticas consecuencias es proceder a lavarse las manos, en un gesto donde la política se abraza al mito bíblico de Pilatos tan rememorado en estas fechas.

A los políticos, en sus largas trayectorias, no es raro que los veamos pasar de la sanidad a las infraestructuras y de la recaudación fiscal a los asuntos exteriores sin que se arruguen ante cualquier encargo que les ponga delante el querido líder. Su cabeza termina por ser la ofrenda para sacrificar cuando se incendia una discoteca o se abre en dos una autopista. Para eludir este instante infernal en que a un cargo público se le quema el rancho, nada mejor que la privatización parcial, la externalización, la delegación y el concurso de gestión. Todos ellos palabros que oímos habitualmente en la boca de grandes politólogos sin saber cómo repercuten en nuestra vida, salvo la promesa, siempre falsa y manipulada, de que nos va a ahorrar dinero a los ciudadanos.

La gestión pública requiere recursos, especialización y responsabilidad. No se puede ejercer como adorno jerárquico, como si a toda actividad hubiera que coronarla con un jefe político porque sí. No se puede ser conductor de autobús desde un despacho y sin carné. En la habitual palabrería sobre gestión privada de lo público, los incidentes más graves nos enseñan que la búsqueda del mayor beneficio económico y la gestión más barata no siempre favorece al ciudadano. Corregirlo con controles administrativos termina por crear oficinas de mayor burocracia inútil que la gestión pública directa. Puede que se cuadren los balances y cuentas, hoy tan agujereadas, pero cada vez que prende el fuego, la vía de escape consiste en señalar que la gestión estaba externalizada. Pilatos, hoy como ayer, es un tipo pragmático.

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