Vale la pena vivir para este oficio

Juan Arias estuvo siempre y aquí nos deja, con un recado inmenso: ser periodistas hasta el último aliento

Juan Arias, escritor y periodista, en una imagen de archivo de 2008 en la redacción de EL PAÍS.Gorka Lejarcegi

Unos meses antes de morir, Juan Arias escribió su crónica más arriesgada, más personal y más hermosa: la crónica de la agresión que su mujer, Roseana Murray, escritora, poeta, el amor de su vida, había sufrido en su pueblo de Brasil, atacada por unos perros locos. Sin que le temblara el pulso de periodista que llevó siempre, Juan Arias contó aquel accidente con un pulso conmovedor, de arriba abajo, cumpliendo todos los mandatos que este periódico exigente tiene dispuestos en su Libro de Estilo. Fue una noticia mundial y fue él quien la contó mejor, porque no se atribuyó protagonismo alguno. Siguió las normas de un estilo, la sobriedad, que él ya había ensayado cuando era un muchacho y escribía, desde Roma, para los periódicos de los Sindicatos en España.

Este periodista que ahora le rinde homenaje lo leyó en esos periódicos, en los que aparecía su prosa ultracontemporánea, ya en la decadencia de esos medios que el Estado usaba para detener la decrepitud de la dictadura. El rigor de la prosa de Juan Arias advertía, desde Italia, que otro mundo era posible. De manera que, en cierto modo, él era la Pirenaica escrita, el resultado de una toma de conciencia democrática que entonces guiaba y sorprendía.

Muy poco después de nacer EL PAÍS, Juan fue, para este periódico, para los que estábamos en él y para los que lo leían, una guía espiritual laica que ayudaba a entender el mundo a partir de ese ideario básico que fue naciendo, y haciéndose, gracias a esas exigencias de estilo.

Cuando Juan dio por acabada su larga estancia en los alrededores de la Santa Sede, ya había acreditado su manera de ser periodista, su capacidad para contar y para convencer. Para interrogarse con los mismos argumentos de duda que proponía ese Libro de Estilo.

Luego vino la época de Babelia, cuando Joaquín Estefanía le encargó ponerse al frente del gran suplemento cuyo nombre nació de una bella metáfora que Manuel Vicent le regaló a su periódico. Babelia. Desde la inauguración de aquella nueva iniciativa literaria de EL PAÍS, que proseguía las que había consolidado antes Rafael Conte, Juan Arias explicó ya su modo de ser como hombre de Redacción.

Regaló, desde entonces, varios tesoros de su modo de ser, entre ellos el de la habilidad, heroica en periodismo, de dar consejos, y de darlos con el ejemplo.

No dejó jamás de estar, como periodista de EL PAÍS, en todas partes, y también en Italia. Le regaló al diario, y a la época, la comprensión de dos entidades juntas y tan diversas como Italia y el Vaticano que, contadas por él, y por sus sucesores, ha parecido siempre un modo de explicar Europa y las rarezas de esos mundos.

Luego vino su otra égida, la de Brasil. Ayudó desde allí a que un proyecto de entonces, hacer que la cultura literaria que este grupo quiso renacer en Brasil consolidara allí, de su mano y de la de su amiga Isabel Polanco, una apuesta editorial, la de Alfaguara, que saltó así a todo el universo iberoamericano.

Juan Arias era, lo fue entonces, y lo sería hasta el fin, alguien que se despertaba y no se dormía cuando lo llamaban desde la casa de Miguel Yuste o de los alrededores en los que estuvieran periodistas de EL PAÍS. Esta fidelidad tuvo origen en su modo de ser, fiel, delicado y dedicado, amistoso, desprendido, lleno de entusiasmo por el periodismo y por este diario en concreto, cuyas vicisitudes vivió hasta el fin, como si él lo estuviera viendo renacer cada día mientras vivió.

Supe de la noticia de su muerte cuando estaba en Sevilla hablando sobre periodismo, este oficio difícil que él amó como se ama una herencia inolvidable o el recuerdo infinito de una dedicatoria. Un muchacho del público dijo que no veía claro el porvenir de lo que hacemos y yo le recordé lo que Albert Camus les dijo a sus compañeros de Combat bajo las bombas nazis en París. Les había salido un buen periódico y el autor de El revés y el derecho los llevó a brindar a una boïte parisina.

Con la copa en alto, exclamó Camus: “¡Vale la pena vivir para este oficio!”. Es el grito que quise dar cuando desde el propio periódico recibí la noticia de que ya no está aquí Juan Arias. Vale la pena vivir para un oficio en el que él estuvo siempre y aquí nos deja, con un recado inmenso: ser periodistas hasta el último aliento. Emocionante legado de un hombre que además fue, como Kim de la India, el amigo de todo el mundo.

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