Cuando la principal amenaza para los espacios naturales protegidos viene de la agricultura

Tres ejemplos de la difícil convivencia entre la conservación de la biodiversidad y los cultivos: dos negativos en España y Portugal, y uno positivo en Francia

La carretera A-48 que separa el Parque Nacional de Doñana de los invernaderos de frutos rojos, en Huelva.Adri Salido

El paisaje a un lado y otro de la carretera A-483, que conecta El Rocío con Matalascañas en la provincia de Huelva, parece sacado de dos mundos diferentes. A la izquierda, está el Parque Nacional de Doñana, todo verde. En la parte derecha, un mar de plástico blanco cubre las fresas y los arándanos que se exportarán a media Europa. Agricultura intensiva y un espacio protegido a tan sólo unos metros de distancia.

El Parque Nacional de Doñana no es el único ...

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El paisaje a un lado y otro de la carretera A-483, que conecta El Rocío con Matalascañas en la provincia de Huelva, parece sacado de dos mundos diferentes. A la izquierda, está el Parque Nacional de Doñana, todo verde. En la parte derecha, un mar de plástico blanco cubre las fresas y los arándanos que se exportarán a media Europa. Agricultura intensiva y un espacio protegido a tan sólo unos metros de distancia.

El Parque Nacional de Doñana no es el único espacio protegido de Europa que tiene que convivir con la agricultura. Cerca de un 40% de las áreas dentro de la Red Natura 2000, el principal instrumento de protección de hábitats del continente, tiene algún uso agrícola. Y, como en Doñana, una extensión indeterminada de agricultura intensiva se despliega en los bordes de las zonas protegidas, afectando también a lo que ocurre dentro. “Tenemos miles de ejemplos donde la agricultura ha afectado de forma negativa a los valores por los que se identificaron los espacios de la Red Natura 2000″, explica Octavio Infante, responsable del Programa de Conservación de Espacios de SEO/BirdLife. “Por ejemplo se han invadido determinados humedales o también tenemos mucho conflicto con los cambios de uso del suelo y con el incremento del regadío”, continúa. Creada en 1992, la red cubre un 18% del total del territorio de la Unión y el 10% de las aguas marinas.

Según la Agencia Europea del Medio Ambiente, la agricultura es la principal amenaza que sufren estos espacios. El último informe sobre esta cuestión, publicado en 2020, apunta a que un 21% de todas las presiones que afectan a las zonas protegidas tienen que ver con la agricultura y un 50% de los problemas relacionados con contaminación de aguas, aire y suelos tienen como origen la industria agrícola. “Desde la década de 1950, la intensificación y especialización del sector agrícola ha contribuido cada vez más a la continua pérdida de biodiversidad”, asegura la agencia. Además, también señala que los hábitats protegidos en los que hay prácticas agrícolas suelen tener peores niveles de conservación que otros tipos de hábitats. Así, el 67% de los hábitats que dependen totalmente de la gestión agrícola y el 37% de los que dependen parcialmente se encuentran en un mal estado de conservación.

Carlos Palacín Moya, científico del Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC, responsabiliza a la Política Agrícola Común (PAC) de la Unión Europea, que determina con sus subsidios qué y cómo se cultiva en el continente, como una de las principales razones de este impacto. “La Política Agraria Común (PAC), concebida para aumentar la producción, implica intensificación, y este proceso no tiene restricciones en el seno de los lugares incluidos en la Red Natura 2000″, explica Palacín, quien ha estudiado los efectos de la política agrícola europea en aves de espacios protegidos. “Como resultado (de la PAC), la comunidad de aves de los campos de cultivo se extingue en lugares amparados por la normativa ambiental. Existe, por tanto, un grave conflicto entre los objetivos de la legislación sobre conservación de la biodiversidad y la política agraria”, continúa.

Parque Natural de la Serra da Estrela (Portugal), donde las plantaciones de pinos (de color más oscuro) están desplazando a la vegetación autóctona.Adri Salido

En el caso de Doñana, el principal problema ha sido el regadío, asegura Miguel de Felipe, científico de la Estación Biológica, que ha investigado el impacto de la agricultura sobre este espacio. “Hablamos no sólo de frutos rojos. Ahora se están metiendo también olivos en intensivo”, explica. “Antes aquí había un modelo de agricultura extensiva que incluso favorecía a algunas especies en peligro. Y el impacto sobre el acuífero no era grande porque era agricultura de secano”. Sin embargo, la intensificación agrícola de las últimas décadas, junto a los usos turísticos, incide de Felipe, han incrementado la presión sobre el acuífero, bajando el nivel freático del que dependen las más de 3.000 lagunas que dan vida a este ecosistema. Ahora, las lagunas permanentes están desapareciendo.

Desde la Asociación de Agricultores Puerta de Doñana, que representa a más de 300 agricultores de la zona, aseguran que las explotaciones legales controlan el agua que extraen, pero que el problema son las hectáreas ilegales. “Nosotros tenemos una dotación de agua asignada para el año hidrológico completo. No podemos consumir más. Y nosotros cuidamos mucho de no pasarnos porque las multas son muy cuantiosas”, asegura Manuel Delgado, representante de la asociación. “Pero aquella persona que hace extracciones ilegales no se controla y no busca la eficiencia hídrica que nosotros tenemos”, continúa. En el último Informe de situación del Marco de Actuaciones para Doñana, el Ministerio para la Transición Ecológica estimaba la superficie ilegal de cultivos en la zona en 238 hectáreas. Un año antes, esa cifra era de 795 hectáreas.

Serra da Estrela (Portugal)

En Portugal, es otra versión del negocio agrícola la que está amenazando a espacios protegidos. En algunas zonas, las plantaciones de pinos y eucaliptos, que sirven de materia prima en la producción de celulosa y de biomasa para pélets, han acorralado áreas naturales, desplazando a la vegetación autóctona. “El eucalipto es un árbol muy difícil de eliminar. Cuando lo cortas, rebrota. Entonces tienes que destruir el sistema radicular para que desaparezca. Y eso es muy caro”, explica el conservacionista portugués Paulo Pimenta. Lo peor es cuando estas plantaciones ya no son productivas y son abandonadas por los propietarios, pues se convierten en gasolina para incendios, afectando a los espacios protegidos. Es lo que ocurrió en el Parque Nacional de Serra da Estrela, en el centro de Portugal, donde dos grandes incendios arrasaron la zona en 2017 y 2022. “Incluso aquí (dentro del parque), que no hay demasiados eucaliptos, hay algunas parcelas abandonadas. Si empieza un fuego, se hace más grande por el eucalipto”, explica Nik Volker, portavoz de Veredas da Estrela, una organización constituida tras el incendio de 2022 para crear una comunidad resiliente ante el fuego. En el Parque Biológico Serra da Lousa, a poco más de 100 kilómetros al sur de Serra da Estrela, las plantaciones de pinos aún cubren parte de las laderas de este otro espacio protegido y varias zonas aparecen desnudas después de haber sido taladas recientemente.

Plantaciones de pinos en el Parque Biológico Serra da Lousa, en Portugal, con laderas desnudas por talas recientes.Adri Salido

Como incide Joan Pino, director del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), la conservación de los espacios protegidos no depende solo de lo que ocurre dentro de sus límites. “Ningún parque (natural) es una isla, sino que recibe los impactos de todo lo que pasa en su periferia. Si cogemos mucha agua de un acuífero, en la zona protegida adyacente habrá poca agua. Si usamos muchos pesticidas o generamos muchos residuos, los orgánicos llegarán al espacio protegido”, continúa. “El mar Menor es uno de los ejemplos paradigmáticos de esto último”, asegura. COPA-COGECA, que representa a 22 millones de agricultores en Europa, no ha respondido a la solicitud de comentarios de este periódico.

Loire-Anjou-Turaine (Francia)

La relación entre agricultura y espacios protegidos no es siempre negativa y buena parte de los ecosistemas protegidos dependen de los cultivos para existir. Un ejemplo de esta integración se da en el parque natural Loire-Anjou-Touraine, en el centro de Francia, donde los campos de cereales han dado cobijo a los nidos del aguilucho cenizo, un ave en peligro de extinción. Sin embargo, los campos de cereales tampoco son un lugar seguro, ya que los agricultores recogen el grano con sus tractores antes de que termine la anidación y a menudo arrollan a las crías que aún no son capaces de volar.

Allí, la Liga por la Protección de Pájaros se ha asociado con los agricultores para ayudar a estas aves. “Nosotros proponemos a los agricultores que nos permitan localizar los nidos en sus campos y señalizarlos, para que podamos salvar a los polluelos”, explica Clément Delaleu, técnico del proyecto. También les ayudan a instalar refugios en sus propiedades, para que las aguiluchos, que se alimentan de roedores, entre otros, se conviertan en un aliado contra las plagas. “Los agricultores tienen problemas con los roedores y se gastan el dinero en productos químicos para evitarlo. Nosotros queremos solucionar los dos problemas: favorecer la recuperación de las aves y reducir los problemas con los roedores”, detalla Delaleu.

Un nido de aguilucho cenizo localizado con un dron en medio de un campo de cebada en el parque de Loire-Anjou-Turaine (Francia).Clément Delaleu / LPO Centre-Val de Loire

La mala conservación de los ecosistemas —sólo un 14% de los espacios protegidos están en “buen” estado, según la Agencia Europa de Medio Ambiente— llevó a la Comisión Europea a proponer un reglamento de Restauración de la Naturaleza que entró en vigor en agosto de 2024. “El espíritu de la Red Natura 2000 era bueno. Lo que pasa es que hemos fallado en la gestión. Está siendo muy deficiente”, asegura Infante, quien denuncia que, por ejemplo, muchos espacios están designados pero no tienen un plan de gestión ni recursos. El reglamento obliga a los estados miembro a restaurar al menos el 20% de los ecosistemas antes de 2030, centrándose primeros en los espacios dentro de la Red Natura, y a aprobar un Plan Nacional de Restauración como tarde el 1 de septiembre de 2026.

Esto atañe también al sector agrícola. “No esperamos que los Estados miembros impongan nuevas normas a los agricultores, sino que se vean obligados a ofrecer incentivos a los agricultores para que hagan lo correcto”, explica Guy Pe’er, experto en agricultura y ecosistemas en el Centro Helmholtz para la Investigación Medioambiental y el Centro Alemán para la Investigación para la biodiversidad integrativa. “Esto es una buena noticia tanto para la naturaleza como para los agricultores. Especialmente, los de las zonas protegidas y de las zonas de montaña, que a menudo se quejan con buenas razones de que no reciben suficiente apoyo”, continúa el académico.

Muchos agricultores, sin embargo, no lo ven con optimismo. “Tenemos cada vez más dificultades económicas y ahora cada vez más requisitos medioambientales”, se queja Eric Menanteau, un agricultor de cereales y ganadero que ha participado en el programa de conservación francés. “Y los precios que nos pagan no cubren todo eso. Yo no sé quién va a quedar en el campo en unos años”, se lamenta.

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