Alarma en Doñana: perdemos más que agua, perdemos vida

La situación crítica de muchos humedales debería obligar a España a tener un verdadero plan estratégico agrario, que evalúe el rendimiento económico conseguido por cada metro cúbico de agua, además de otros costes asociados

Laguna de Santa Olalla, en Doñana, seca en agosto de 2022.BANCO DE IMÁGENES DE LA EBD/CSIC (BANCO DE IMÁGENES DE LA EBD/CSIC)

Las imágenes de algunas lagunas secas en Doñana han sido el foco de atención estas últimas semanas. Nuestros humedales son solo el semáforo de que los acuíferos y los ríos que los sostienen están contaminados y exhaustos. En definitiva, avisan de que no podremos seguir regando o teniendo agua doméstica en cantidad y calidad. Son también una señal de...

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Las imágenes de algunas lagunas secas en Doñana han sido el foco de atención estas últimas semanas. Nuestros humedales son solo el semáforo de que los acuíferos y los ríos que los sostienen están contaminados y exhaustos. En definitiva, avisan de que no podremos seguir regando o teniendo agua doméstica en cantidad y calidad. Son también una señal de alarma que nos advierte que debemos entender el valor de la naturaleza, de cada uno de sus ecosistemas. Porque cuando un humedal se seca, como en este caso, perdemos mucho más que agua. Perdemos vida. El 60 % de los humedales de España ha desaparecido o está en mal estado.

La destrucción de Doñana significa la inviabilidad de tener a medio plazo superficies de regadío sostenibles y perdurables, o un turismo de calidad. Igualmente, el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel se encuentra en la UCI, alimentado por pozos que mantienen artificialmente pequeñas superficies húmedas y que señala lo poco que les queda a los regadíos de La Mancha central.

El mar Menor es una cloaca que recibe los lixiviados de los cultivos intensivos del Campo de Cartagena, otra alarma que avisa de que pronto se cerrarán mercados de exportación y de que se hundirá el sector turístico de seguir por este camino.

Además de obligarnos a mirar lo que pasa a su alrededor, los humedales constituyen verdaderas joyas o puntos calientes de biodiversidad: son el hábitat del 40% de todas las especies de plantas y animales. Si desaparecen, se llevan consigo toda la riqueza que tiene asociada.

La relación con el cambio climático manifestado en sequías prolongadas, la escasez de precipitaciones y las olas de calor, unido a los incesantes drenajes de gran parte de nuestro paisaje agrícola, la sobreexplotación de los acuíferos y las retracciones del caudal de los ríos están alterando de un modo muy intenso al régimen hídrico de los humedales. Cada vez disponen de menos agua y esta permanece menos tiempo. Tanto es así, que cada vez se reduce más el periodo en el que las lagunas estacionales presentan agua y aumentan las lagunas de carácter permanente que se secan. Además, estos cambios que se están produciendo de manera acelerada, provocan que la gran biodiversidad que albergan estos ambientes húmedos no logre adaptarse a las nuevas circunstancias de escasez de agua.

Algunas de estas especies son las aves acuáticas, que utilizan los humedales durante todo su ciclo de vida. Hay un ejemplo que conocemos bien en Fundación Global Nature, el carricerín cejudo, el ave paseriforme más amenazada de Europa continental. Esta especie se reproduce en solo 4 países (Polonia, Bielorrusia, Ucrania y Lituania), pero durante sus migraciones utiliza los humedales ibéricos como zonas de descanso y de alimentación. El estado de conservación de estas zonas húmedas, y sobre todo la presencia de zonas encharcadas, es fundamental para la presencia de potenciales presas, insectos y arañas que captura. Esta energía que almacena en forma de grasa es el combustible para continuar su viaje migratorio y garantizar su supervivencia en su travesía por territorios tan inhóspitos como los océanos o el desierto del Sahara. En este sentido, los humedales constituyen verdaderas gasolineras para muchas especies de aves migrantes, donde descansar y alimentarse, y fundamentales para concluir con éxito sus viajes migratorios. Y sólo hablamos de una pequeña parte de la enorme biodiversidad que albergan.

La recuperación es posible

Desde los años 90, La Fundación Global Nature ha sido pionera en la restauración y gestión de numerosos humedales ibéricos, especialmente en la comarca palentina de Tierra de Campos. Los drenajes realizados para de secar el antiguo Mar de Campos han sido tan intensos que la recuperación de lo que conocemos hoy como la Nava, una pequeña parte de ese antiguo Mar de Campos, depende por completo de los aportes de agua artificiales del canal de Castilla. Otro humedal cercano, la laguna de Pedraza, está sufriendo un acortamiento de su periodo de inundación debido a la falta de lluvias y la sobreexplotación del acuífero en la cabecera de su subcuenca hidrológica. Estos son solo dos ejemplos de la alteración que están sufriendo el régimen hídrico de los humedales ibéricos en las últimas décadas.

Está claro que es necesario aprovechar mejor el recurso agua en un país como el nuestro, y entender que estamos “produciendo por encima de nuestras posibilidades”. Necesitamos más agua de la que tenemos para cultivar todo lo que exportamos. Esta situación nos debería obligar a tener en España un verdadero plan estratégico agrario, que realmente evalúe el rendimiento económico conseguido por cada metro cúbico de agua en función de cada cultivo, además de otros costes asociados.

No se trata tanto de hablar de culpables como de reconocer las causas sin tapujos. La principal causa de la muerte de Doñana, y de otros humedales, es no concederle el valor que tiene, intrínseco y como semáforo de nuestro futuro.

Eduardo de Miguel es director de la Fundación Global Nature.

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