Lobos y humanos, vidas en conflicto

Una socióloga sueca recorre zonas rurales de España para estudiar la difícil coexistencia con el carnívoro

Hanna Pettersson, con el rebaño del pastor Roberto Montero (al fondo), el pasado viernes en Cuacos de Yuste (Cáceres).Andy Solé

Como una viajera romántica del siglo XVIII o una curiosa hispanista, la socióloga sueca Hanna Pettersson ha recorrido algunas zonas rurales de España en las que el regreso del lobo ibérico ha supuesto o puede suponer un conflicto entre los humanos. “La noticia corría rápido. En muchos lugares ya sabían que venía una sueca de ojos azules a hacer preguntas”, explica en un castellano casi perfecto. Primero, se sentaba en un bar del pueblo a hablar con los vecinos; esos vinos y cafés han sido la semilla que la está llevando a completar su tesis doctoral en la británica Universidad de Leeds sobre e...

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Como una viajera romántica del siglo XVIII o una curiosa hispanista, la socióloga sueca Hanna Pettersson ha recorrido algunas zonas rurales de España en las que el regreso del lobo ibérico ha supuesto o puede suponer un conflicto entre los humanos. “La noticia corría rápido. En muchos lugares ya sabían que venía una sueca de ojos azules a hacer preguntas”, explica en un castellano casi perfecto. Primero, se sentaba en un bar del pueblo a hablar con los vecinos; esos vinos y cafés han sido la semilla que la está llevando a completar su tesis doctoral en la británica Universidad de Leeds sobre el futuro del conflicto y la coexistencia entre humanos y carnívoros en Europa.

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Pettersson (Vänersborg, 29 años) estudia la ecología humana, la interacción de las personas con la naturaleza. En los últimos meses, ha recorrido las sierras de la Culebra (Zamora) y de Gredos, los Picos de Europa o la comarca cacereña de La Vera. “El despoblamiento y otros factores hacen que grandes carnívoros vuelvan a tener contacto con los humanos en toda Europa”, dice. Y ese contacto genera en ocasiones conflictos. En los campos abandonados, en la España vacía, el lobo avanza desde sus principales reductos en el noroeste. Así que la Península suma los factores para un caso de estudio perfecto: despoblación, ganadería extensiva (pastoreo) y grandes carnívoros, los lobos. “Me interesa entender por qué en algunos lugares hay buena coexistencia con los lobos y en otros no”. Y quiere hallar soluciones.


En todo el planeta está cayendo dramáticamente el número de grandes animales salvajes (un 68% menos en medio siglo, según la organización ecologista WWF) en relación con los domésticos, pero a nivel local las cosas resultan más complejas. Por ejemplo, durante el confinamiento manadas de jabalíes se adentraban en zonas urbanizadas. “Cuando la gente desaparece, avanza el bosque”, incide la socióloga. Para unos, el lobo supone una amenaza; para otros, un valor ecológico; para otros más, una atracción turística... Despierta simpatías por su belleza, su misterio, su independencia, su categoría casi mítica, pero también miedo y odio, porque ataca al ganado.

“Los conflictos del lobo simbolizan muchos otros conflictos: la desconexión entre el mundo urbano y rural, una polarización que se ve en otros aspectos de la sociedad, las fricciones entre la Administración y el campo, o la precariedad de los ganaderos tradicionales”, detalla Pettersson. Con su trabajo, quiere desmontar estereotipos: ni todos los urbanitas y ecologistas son defensores a ultranza del lobo, ni todos los ganaderos desean su exterminio. “Los medios presentan este conflicto como algo muy pasional, pero está lleno de matices”, advierte.

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Además, el lobo es en muchos lugares una fuente de riqueza turística y un importante agente en la estabilidad de los ecosistemas. “Si los ganaderos no tuviesen márgenes de beneficio tan estrechos, no resultarían tan vulnerables a los ataques del lobo y podrían pagar protección o afrontar las pérdidas”, opina la socióloga, hija de un ganadero, lo que facilitó que trabase confianza con ellos. “Los ganaderos también tienen cariño a sus animales. Habría que evitar los ataques por todos los medios. En ciertas zonas, pueden usarse mastines y en otras buscar diferentes soluciones”, añade.

Pero no hay soluciones mágicas. “Es preciso incentivar y reconocer aquellos lugares donde hay una buena coexistencia y no solo centrarse en donde hay conflicto, que es donde se suelen enfocar los recursos y la atención”, considera. Tras mucha observación y casi cien entrevistas, visitar escuelas, asistir a reuniones y manifestaciones, entrar en cocinas a comer y salir con bolsas de verduras y contactos, ha llegado a apreciar cómo se preservan las tradiciones en zonas rurales. “En mi país, casi todas las costumbres y saberes vinculados con el campo están desapareciendo. Está todo muy industrializado”, lamenta.


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