¿Existe la fuente de la eterna juventud o solo es un espejismo cosmético?
Será a finales de los años 80 cuando el uso del bótox llegue a la dermoestética, aplicando así las conocidas inyecciones que reafirman la piel y quitan las arrugas por un tiempo
Por lo que sabemos, Heródoto hace alusión al mito de la fuente de la eterna juventud en una de sus historias; en particular, la que hace referencia a un encuentro entre el rey de Etiopía y los embajadores del rey persa que, asombrados por la longevidad de algunos etíopes —más de 120 años—, son conducidos hasta una fuente de agua ligera; razón de su larga vida.
Con el paso del tiempo, la fuente de la eterna juventu...
Por lo que sabemos, Heródoto hace alusión al mito de la fuente de la eterna juventud en una de sus historias; en particular, la que hace referencia a un encuentro entre el rey de Etiopía y los embajadores del rey persa que, asombrados por la longevidad de algunos etíopes —más de 120 años—, son conducidos hasta una fuente de agua ligera; razón de su larga vida.
Con el paso del tiempo, la fuente de la eterna juventud, o por lo menos de la apariencia, se hallará en la toxina botulínica elaborada por una bacteria denominada Clostridium botulinum y que es conocida como bótox. De haberlo sabido, Heródoto lo hubiese tomado como asunto más fantástico que el de la fuente etíope.
Sin salirnos del marco clásico, podemos aventurar que la estética es un campo de aplicación filosófico basado en la esencia de lo bello, una teoría que, llegada la modernidad, se pone en práctica con ayuda de un veneno. Porque la bacteria Clostridium botulinum es una sustancia letal que, en su justa medida, se emplea para relajar músculos y reducir arrugas.
Fue el médico y poeta alemán Justinus Kerner (1786-1862), quien denominó a la sustancia veneno de las salchichas debido a las intoxicaciones provocadas por la bacteria que traía el embutido. De ahí que la enfermedad pasó a denominarse botulismo, del latín botulus —salchicha—, una dolencia gastrointestinal de diagnóstico grave. En sus estudios, Kerner describió la parálisis neuromuscular que sufrían las personas intoxicadas.
Pero fue en el año 1895 en la villa de Ellezelles, Bélgica, cuando los miembros de una banda de música se intoxicaron con el jamón de la cena. De esta manera, el microbiólogo Emile Pierre Marie Van Ermengem (1851-1932), estudió distintas muestras del jamón ingerido, así como de los órganos de algunas de las víctimas, pudiendo aislar el bacilo anaeróbico que denominó Bacillus botulinus. A partir de entonces, las puertas de la ciencia se abrieron a los usos medicinales de este veneno.
Sin ir más lejos, durante la década de los 80, se empezó tratando a pacientes con estrabismo y también con distonía cervical o tortícolis espasmódica, una dolencia en la que los músculos del cuello se contraen. Así, su uso se fue extendiendo hasta pacientes con migraña crónica y otros dolores de cabeza como cefaleas y neuralgias, llegando incluso a emplearse en el bruxismo.
Será a finales de los años 80 cuando su uso se amplíe a la dermoestética, con las conocidas inyecciones de bótox para reafirmar la piel y dejarla sin arrugas por un tiempo. Porque nada es eterno y su efecto dura aproximadamente entre tres a seis meses. Luego, los músculos vuelven a moverse y las arrugas reaparecen. Por lo visto, la fuente de la eterna juventud no es tan perpetua como la pintaba Heródoto.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.