La ciencia sigue
Hay vida más allá de las vacunas, como dos fármacos que salvan vidas
Focalizar la opinión pública en la cuestión más sobresaliente del día, o de la última media hora, es una excelente estrategia mediática. La razón no es que los directivos de los medios hayan enloquecido bajo el peso de su agenda oculta. La razón somos tú y yo, desocupada lectora, que estamos programados por códigos genéticos y culturales para percibir una realidad filtrada por lentes concéntricas, donde el centro de la diana importa mucho más que los márgenes. Los medios son así porque los humanos somos así, gentes nadando en un lago de confusión que concentran su atención en el último petardo...
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Focalizar la opinión pública en la cuestión más sobresaliente del día, o de la última media hora, es una excelente estrategia mediática. La razón no es que los directivos de los medios hayan enloquecido bajo el peso de su agenda oculta. La razón somos tú y yo, desocupada lectora, que estamos programados por códigos genéticos y culturales para percibir una realidad filtrada por lentes concéntricas, donde el centro de la diana importa mucho más que los márgenes. Los medios son así porque los humanos somos así, gentes nadando en un lago de confusión que concentran su atención en el último petardo que ofusque sus sentidos.
Desde el asalto al Capitolio estamos todos tan obsesionados por el individuo bicorne de terso torso velludo, los cinco muertos del tumulto y los estímulos de Donald Trump a ese paradójico autogolpe con que celebró el 6 de enero, estamos todos tan focalizados en ello, que hemos renunciado a percibir los márgenes de nuestro campo visual, donde moran unas desigualdades insoportables y una pandemia que ya ha matado a 1,8 millones de personas, y subiendo. No me interpreten mal, yo soy una de esas personas obsesionadas con el asalto al Capitolio y el individuo bicorne, así que pueden considerar esto una autocrítica. Además, el problema de la focalización no se basa en una guerra entre el coronavirus y el individuo bicorne, sino que está incrustado en todos los ámbitos de la psicología humana, incluido el consumo de información sobre la pandemia.
Desde el mes pasado, cuando supimos del rápido desarrollo y altísima eficacia de las vacunas anticovid, el resto de las cuestiones pandémicas han quedado en los márgenes de la lente focal. Pero la ciencia sigue trabajando, impasible a las modas mientras obtenga financiación fuera de ellas. Un buen ejemplo son dos fármacos inicialmente desarrollados contra la artritis, tocilizumab y sarilumab. Son antiinflamatorios, lo que alivia los problemas articulares de los artríticos, pero recordemos que la covid-19 mata por un exceso de inflamación, primero en los pulmones y después en casi cualquier otro órgano.
La búsqueda de sustancias antiinflamatorias que funcionen contra los efectos del coronavirus ha sido un objetivo central desde el inicio de la crisis, y algunos como la dexametasona han resultado útiles para ciertos pacientes. Pero tocilizumab y sarilumab van mucho más lejos. Ambos son anticuerpos dirigidos contra una molécula que atiza la inflamación, la interleucina-6. Un ensayo británico recién conocido ha enrolado a 800 pacientes de covid ingresados en las UCI de seis países. La mitad recibieron esos fármacos, la otra mitad placebo. Y los fármacos redujeron un 25% la mortalidad respecto al grupo placebo. También se recuperaron más deprisa y abandonaron una semana antes el hospital. El sistema nacional de salud británico (NHS) va a empezar a utilizar los fármacos de inmediato, según The Economist. Y el Gobierno de Boris Johnson ha prohibido exportarlos, en un nuevo giro de su flamante Brexit. No están en el centro del foco, pero esos dos fármacos salvan vidas.
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