Orígenes de la derecha radical
Si la izquierda (totalmente desconectada con los intelectuales progresistas que protagonizan buena parte de la vida de la esfera pública) no entiende correctamente a José Antonio Kast y el tipo de derecha que él encarna, pues bien, esto terminará mal

En una reciente entrevista, la candidata presidencial comunista Jeannette Jara respondió con algo de ambigüedad una pregunta fundamental: “el filósofo francés Didier Eribon, a propósito del crecimiento de la ultraderecha en Francia, dice que ‘si las clases trabajadoras han abandonado a la izquierda, es ante todo porque la izquierda las ha abandonado a ellas’”, ante lo cual la candidata Jara opinó que no, ya que “el problema es mucho más complejo que la izquierda” (La Tercera, 12 de octubre 2025), una izquierda amplia que ella encabeza. En esto no se equivoca la candidata, enfrentada a una pregunta basada en lo que efectivamente sostiene Eribon en su libro de 2009 Volver à Reims, es decir en un momento todavía en evolución de lo que hoy son extremas derechas exitosas. Pero al mismo tiempo la respuesta es ambigua, ya que no aborda frontalmente la transformación de la estructura de clases en el capitalismo de hoy y sus consecuencias políticas.
El tema es relevante ya que toca un problema común para todas las izquierdas, razón por la cual todo lo que diga a partir de ahora se mueve entre un argumento general y una historia local, propiamente chilena.
La afirmación de Eribon sobre las clases trabajadoras (el uso del plural es muy relevante en este caso) da por sentado que la edad de oro de la izquierda socialista y comunista (un uso del singular que coincidió con las tres décadas gloriosas que siguieron a la segunda guerra mundial), supuso una continuidad (no sabemos de qué tipo y con qué alcance) de las clases trabajadoras entre 1975 y el año en que salió publicado el libro de Eribon. Pero también implica una continuidad -vaya uno a saber en qué sentido- entre las clases trabadoras de 2009 y las de 2025, cuyo efecto político sobre las izquierdas sería históricamente equivalente en cualquiera de estas fechas. No se le puede pedir a Jara, evidentemente, construir de este modo su respuesta (de allí su ambigüedad no deseada), pero tampoco se puede sostener sin mayor argumentación que el problema trasciende a las izquierdas.
No es un secreto para nadie que las clases trabajadoras están mutando aceleradamente, especialmente la clase obrera cuyo peso demográfico y función en el capitalismo de hoy se están debilitando y, a término, extinguiendo. De allí que sea más apropiado hablar de clases trabajadoras o, quizás, asalariadas (esto es grupos de individuos que viven de un salario hoy en día cada vez más precario), eventualmente en un sentido más estrecho, de “trabajadores manuales” (que fue la decisión visionaria de los socialistas chilenos en su declaración de principios reformada por Eugenio González en ruptura con lo que es una clase social, cuando establecían la diferencia entre “trabajadores manuales e intelectuales, de la técnica, de la ciencia y la cultura”, enfatizando lo que los une y los separa). Pues bien, es en el marco de esta creciente diversificación del mundo del trabajo que se inscribe el auge de lo que llamaremos, en modo reduccionista, la extrema derecha. Esto quiere entonces decir que el fenómeno de la extrema derecha y de los iliberalismos no tienen solo que ver con alergias a la inmigración y su interpretación religiosa: en el origen hay fundamentos económicos, así como de un modo de vida que es el capitalismo. Es el mismo origen que explica la crisis de las izquierdas (tema para otra columna).
El problema parte por una dificultad semántica: ¿cómo nombrar a estas fuerzas que irrumpen y desbordan a la derecha clásica, tanto en Europa como en Chile? Cada uno de estos adjetivos es más o menos apropiado según los países: es así como hablaremos de una derecha nativista cuando en su origen hay una dimensión predominantemente étnica; nueva cuando esta derecha carece de precedentes y de algún tipo de genealogía; extrema cuando su discurso y su práctica ponen en cuestión la continuidad de las libertades públicas y civiles (y por tanto a la democracia misma); “libertaria” cuando el objetivo es la disminución del Estado hasta su más mínima expresión económica; o “radical” cuando su proyecto implica una ruptura con el modo en que se ha gobernado hasta ahora o un retorno a un proyecto originario. Demás está decir que ninguna de estas derechas deben ser pensadas como tipos ideales, ya que en la realidad de las cosas dos o más de estas variantes pueden perfectamente combinarse.
En el caso chileno, en el origen del Partido Republicano y de José Antonio Kast no estuvo ni el nativismo (más allá de apelar al patriotismo y a los patriotas), tampoco el fascismo (el pinochetismo de Kast no basta para catalogarlo como fascista, un adjetivo que hay que tomárselo en serio para no degradar lo que fue el fascismo de origen en Italia), ni el libertarianismo (un espacio ocupado en la campaña presidencial chilena por la candidatura de Johannes Kaiser). Lo que sí se encuentra presente en el mundo de Kast es un intento de retornar a las fuentes originarias del gremialismo, de la UDI (el partido Unión Demócrata Independiente) y de su ideólogo Jaime Guzmán: una democracia estructurada por cuerpos intermedios, en sintonía con el corporativismo del dictador español Francisco Franco. En tal sentido, se trata de una derecha radical (que es como, creo yo, hay que llamar al Partido Republicano y a Kast), relevante, fundamentalmente nostálgica, y que la izquierda no entiende en absoluto (fachos, a secas, como si esto bastara). Tampoco veo en el candidato Kast y en su partido republicano potencia intelectual para dar cuenta de cómo se armoniza un proyecto político corporativista (el de Jaime Guzmán) con un mundo que no tiene nada que ver con los tiempos del franquismo y del guzmanismo. Es esta deficiencia que, me parece, constituirá un talón de Aquiles en un eventual y probable gobierno de Kast: es lo que explica que exista gran temor en la centro derecha y las izquierdas por derivas autoritarias, tanto por razones internas al proyecto de Kast como por razones de época.
Si la izquierda (totalmente desconectada con los intelectuales progresistas que protagonizan buena parte de la vida de la esfera pública) no entiende correctamente a José Antonio Kast y el tipo de derecha que él encarna (Kast entregó una importante pista al visitar a Giorgia Meloni), pues bien, esto terminará mal: Kast gobernando, las izquierdas sumidas en una profunda confusión, los intelectuales progresistas en modo inaudible y el modelo siempre allí, inmodificable.
Chile conectado: con el mundo y no con sus propios recursos intelectuales. Vaya mundo.
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