La heterogeneidad del sistema de educación superior chileno puede apuntalar la productividad
Chile será más productivo cuando su sistema de educación superior se convierta en un ecosistema con vasos comunicantes, donde cada modelo sabe quién es, pero también puede crecer hacia otros
Es posible imaginar el crecimiento por productividad como un proceso en cuatro etapas, que puede ilustrarse con un ejemplo en el ámbito del turismo sostenible en el norte de Chile.
En la primera etapa, un equipo interdisciplinario de investigadores en economía del comportamiento, big data y sustentabilidad turística desarrolla un modelo predictivo para estimar la presión turística sobre ecosistemas frágiles, como el Salar de Surire o el Parque Lauca. A partir de esta investigación, se publican artículos sobre capacidad de carga turística y se construyen indicadores de sostenibilidad y bienestar comunitario, inspirados en marcos como el Wellbeing Economy Framework. Surge además una propuesta concreta para un sistema de gobernanza turística basado en datos abiertos y métricas confiables.
En la segunda etapa, ese conocimiento se traduce en una herramienta práctica: una aplicación de gestión turística territorial. Esta app integra información climática en tiempo real, niveles de capacidad de acogida de comunidades rurales, y alertas ante sobrecarga de senderos o humedales. Su objetivo es permitir a los visitantes planificar sus viajes, distribuir mejor los flujos turísticos y mejorar su experiencia, minimizando el impacto ecológico.
En la tercera etapa, técnicos en turismo y administración, formados en instituciones de educación superior, aprenden a implementar esta tecnología en el territorio. Utilizan la app para guiar a los turistas de manera informada, organizando los flujos según capacidad de carga y estacionalidad. Además, se diseñan programas de formación continua que fortalecen a pequeños hostales, rutas rurales y emprendimientos de turismo comunitario, consolidando una red productiva local más eficiente y resiliente.
Finalmente, en la cuarta etapa, se incorpora al modelo turístico una dimensión cultural más profunda: festividades locales, gastronomía tradicional, prácticas espirituales y saberes ancestrales son integrados como parte de la oferta. A partir de esto se elaboran informes de impacto que miden tanto los efectos económicos del turismo en las familias locales como su huella ecológica en los ecosistemas altoandinos, reforzando la toma de decisiones basada en evidencia.
El sistema de educación superior en Chile está compuesto por cuatro modelos funcionales a cada una de estas etapas. El modelo Universitario Académico Tradicional centrado en la investigación, formación integral y generación de conocimiento; el modelo Profesionalizante y Aplicado, característico de muchas universidades privadas y de los Institutos Profesionales, con enfoque en empleabilidad y conexión con el mercado laboral, el modelo técnico de inserción rápida, predominante en los Centros de Formación Técnica (CFT), con carreras cortas y formación práctica y el modelo de Articulación Territorial emergente en los nuevos CFT estatales regionales, que buscan apoyar el desarrollo local. Dimensionando los modelos, primero tenemos unas 30 instituciones con unos 350.000 estudiantes, en el segundo, unas 60 instituciones con 500.000 estudiantes, 50 instituciones con 300.000 estudiantes en el tercero y finalmente 16 con unos 25.000 estudiantes en el último. Estos cuatro modelos constituyen un ecosistema fundamental para resolver el problema de crecimiento por productividad que requiere el país.
El modelo Universitario Académico se debe enfocar en la generación de conocimiento y formación de capital humano avanzado. Produce investigación científica y tecnológica con potencial de innovación. Suele establecer vínculos con centros internacionales de excelencia.
El Modelo Universitario Profesionalizante está mirando al mercado laboral y mejora la calidad del recurso humano que se inserta en empresas e industrias. Desarrolla capacidades técnicas intermedias y habilidades blandas valiosas para procesos productivos y puede contribuir a la I+D aplicada en colaboración con empresas.
El modelo Técnico Profesional forma técnicos de nivel superior especializados en tareas clave para la eficiencia operativa, cubre el déficit de técnicos que frena la adopción de tecnologías y mejora de procesos, aporta a la actualización tecnológica y formación continua en sectores intensivos en capital físico y mejora la empleabilidad en sectores productivos estratégicos.
Finalmente, el modelo de CFT regionales promueve el desarrollo territorial y adaptación de conocimiento a contextos regionales, apoya el desarrollo de capital humano en regiones, y puede liderar soluciones adaptadas a sectores productivos locales como la agroindustria, pesca, minería y turismo.
La mirada estratégica de cada modelo es diferente. En el primer modelo se deberían incentivar líneas de investigación aplicadas en sectores productivos estratégicos (energía, salud, tecnologías verdes, etc.) mediante fondos concursables focalizados. En el modelo 2 se debería estimular programas de formación dual, pasantías y proyectos de innovación junto a pymes y clusters productivos regionales. Con el modelo 3 se debería fortalecer la vinculación con sectores industriales y fomentar la capacitación continua a lo largo de la vida laboral, y finalmente con el modelo 4 debería enfocarse en sostenibilidad y fortalecer su rol articulador con gobiernos regionales y comunidades.
Cada uno de estos modelos no puede ni debe medirse con la misma vara, ni financiarse bajo los mismos criterios. Un sistema maduro reconoce que la calidad no es homogénea ni lineal, y que distintos fines requieren distintos medios. Por eso, cada modelo necesita estudiantes distintos, con trayectorias y motivaciones distintas; profesores con talentos específicos; y sobre todo, mecanismos de financiamiento coherentes con sus funciones.
El país necesita heterogeneidad institucional combinada con libertad: libertad para que las instituciones no queden encasilladas, y para que los estudiantes puedan transitar entre modelos sin estigmas ni barreras. La universidad puede aprender del centro de formación técnica, y viceversa. La movilidad entre saberes y trayectorias no es un riesgo, sino una riqueza.
Chile será más productivo cuando su sistema de educación superior se convierta en un ecosistema con vasos comunicantes, donde cada modelo sabe quién es, pero también puede crecer hacia otros. Solo así, aprenderemos a transformar.