Ciudad e infancia
Las sociedades serán más resilientes con futuros adultos que tuvieron una infancia plena, donde percibían su entorno como un lugar agradable y no como una amenaza
Probablemente muchos adultos tenemos buenos recuerdos infantiles aprovechando los espacios públicos de nuestros barrios. Es decir, de “salir a la calle a jugar”.
La esencia amigable de los niños y niñas no siempre se traduce en una ciudad amigable para ellos. Hoy la seguridad, la movilidad, la disponibilidad de plazas o parques, el incremento del parque automotor, la tecnología literalmente al alcance de la mano, son desafíos urbanos profundos para ellos y sus familias o cuidadores, cuando no están en los ambientes escolares.
No hace mucho el Gobierno de Chile dio a conocer una nueva Política Nacional de la Niñez y Adolescencia que, entre otros objetivos, planteó el mejoramiento de las condiciones medioambientales de los territorios en que los niños, niñas y adolescentes se desenvuelven; aumentar la disponibilidad de espacios adecuados y seguros para el esparcimiento, juego y recreación; fortalecer las condiciones para que se desarrollen en entornos positivos para su cuidado, y aumentar su participación efectiva.
¿Lo estamos logrando?
No se trata solo de generar más infraestructura que, si bien es muy relevante, una mirada integral también significa una invitación a promover programas e instancias de participación en la planificación de la ciudad que sume múltiples miradas, incluyendo la de los niños. De hecho, en agosto la Unicef hizo el ejercicio de preguntarles a ellos qué se requería desde su perspectiva para un “buen vivir”. Entre las respuestas, junto a tener una familia que los quiera y los cuide, mencionaron reiteradamente el vivir en ambientes sin violencia, contar con entornos con áreas verdes y sin contaminación, y tener acceso a servicios y transporte público, entre otros.
Nada muy distinto a lo que contestaría cualquier adulto.
En Canadá se acuñó el atractivo concepto de “ciudades 8-80″, que en síntesis plantea que si una urbe es segura y accesible tanto para una persona de ocho años como para una de 80, entonces será segura y accesible para todos. A esto debemos aspirar, mejorando lo que ya tenemos y aprendiendo también de las experiencias de otros países en que se plantean las mismas inquietudes al momento de planificar la ciudad.
En Bogotá, por ejemplo, el programa Crezco con Mi Barrio busca mejorar condiciones de desarrollo de niños y niñas, a través de ejercicios innovadores que articularan los conceptos de espacio público, urbanismo y movilidad.
Otro ejemplo valioso es Barcelona Ciudad Jugable, que promueve planificar las oportunidades de juego libre, inclusivo y diverso en la infancia, incorporando las opiniones e intereses de los niños y adolescentes en el diseño de los espacios lúdicos.
En Estados Unidos, el programa Community Schoolyards empuja la apertura de patios escolares al público después del horario escolar, para transformarlos en espacios de juego vibrantes, conectando a estudiantes y vecinos por igual con los beneficios de estar aire libre.
El Parque Bicentenario de la Infancia ubicado en los faldeos del Cerro San Cristóbal, las transformaciones de patios escolares en espacios con naturaleza que realiza Patio Vivo desde hace ya 10 años, o la apertura de sus dependencias a escolares que hace la Fundación Mustakis en la comuna de Recoleta, son algunas de las iniciativas que ya ocurren en nuestro país, y que tienen como premisa la adaptación de los espacios urbanos para ofrecer mejores oportunidades de recreación y formación entretenida para nuestros niños, niñas y adolescentes.
Ciudades con barrios que inviten a su exploración, seguros, con zonas priorizadas para ellos, es un deseable al que debemos aspirar. Las sociedades serán más resilientes con futuros adultos que tuvieron una infancia plena, donde percibían su entorno como un lugar agradable y no como una amenaza. Este es un trabajo de todos, incluyendo, cómo no, la voz de los propios niños que habitan la ciudad.