Columna

Oasis

No hay mejor manera de decir que, tras el estallido social y la Convención Constitucional, quedamos en el mismo punto de partida, sin dar las gracias a nadie y sin ninguna explicación de lo ocurrido

Fotograma de “Oasis", documental del colectivo MAFI, sobre el estallido social chileno en 2019.MAFI

Este viernes que acaba de pasar, fue el preestreno del documental del colectivo MAFI Oasis (se estrena en cines en noviembre), el que abre la temporada de documentales, foros, seminarios y publicaciones sobre el estallido social que tuvo lugar hace cinco años. En tal sentido, es el preludio de una reflexión tan necesaria como inevitable de lo que fue la primera Convención Constitucional y el abrumador rechazo en el plebiscito de salida del 4 de septiembre de 2022.

Se trata de un documental que se inicia con la recordada mala frase del expresidente Sebastián Piñera 11 días antes del estallido social: “En medio de esta América Latina convulsionada veamos a Chile, nuestro país es un verdadero oasis con una democracia estable, el país está creciendo, estamos creando 176.000 empleos al año, los salarios están mejorando”. Este documental es interesante en varios sentidos.

En primer lugar, porque se inicia con imágenes de niños bañándose en un mar contaminado por una fundición que no cesa de derramar desechos. Esta imagen es relevante ya que alude a una dimensión del malestar chileno en varias localidades, el que se origina en contaminación y se traduce en movimientos sociales que lograron hacer elegir a no pocos convencionales para redactar una nueva Constitución. Así se explica el fuerte énfasis ambientalista de esta asamblea.

En segundo lugar, porque las imágenes del estallido no orientan ningún tipo de interpretación: lo que habla es el material audiovisual ―aun cuando sabemos que ningún registro es completamente neutro―, dejando al espectador la tarea de interpretar este fenómeno volcánico que produjo las condiciones políticas de posibilidad de un proceso de cambio constitucional.

En tercer lugar, porque se ve bien la transición entre estos dos niveles, sin recurrir al relato que explicita el tránsito del malestar a la movilización (aun cuando no se documenta con claridad cómo se pasa, individual y colectivamente hablando, del malestar a la protesta, sobre todo porque sabemos que muchos de los que protestaban lo estaban haciendo por primera vez).

Pero es la Convención la que ocupa lo esencial del tiempo del documental. En ella se ve bien el enfrentamiento de posiciones irreconciliables entre una derecha atrincherada y muy mentirosa y el resto de los convencionales buscando converger en todo tipo de materias. Este último aspecto no se aprecia con claridad: en varias ocasiones se resaltan los vítores por haber triunfado en algún tipo de votación, pero no se sabe de qué modo se pudo llegar a cada victoria. En tal sentido, es llamativa la intervención del convencional Patricio Fernández, quien alerta sobre la velocidad de las votaciones y la falta de discusión sobre asuntos complejos, lo que entrega una pista a seguir para comprender el proceso de construcción de mayorías.

Evidentemente, el documental también registra algo del payaseo de la mayoría de los convencionales que tanto daño produjo, así como la distorsión fácil en clave de mentira de la derecha. No es una sorpresa si ambas posturas terminaron extremándose hasta niveles absurdos, transformándose en verdaderas caricaturas.

La marcha de cierre del Apruebo es muy elocuente sobre las razones de lo que sería una dura derrota: en medio de canciones de Illapu, Inti-Illimani y su repertorio de lo que fuera la nueva canción chilena hacia fines de los sesenta y comienzos de los setenta, con el estremecedor “El pueblo unido jamás será vencido” ante la imagen seria de Allende rodeado de banderas rojas, mapuche y feministas, era imposible que el apruebo ganara.

De alguna forma, este retorno al pasado glorioso de la izquierda describe bien la desconexión con el grueso del pueblo de Chile. La imagen de auto-disolución de la Convención y del estado en el quedó el salón plenario del exCongreso nacional es extraordinaria: cuatro empleadas limpiando y conversando entre ellas (“dejaron todo sucio”), para concluir con un triste “y no nos dieron ni las gracias”.

Oasis abre innumerables preguntas, algunas de las cuales fueron contestadas en el libro que dirigí junto a Nicolás M. Somma con una veintena de colegas, Social Protest and Conflict in Radical Neoliberalism: Chile, 2008-2020. Pero aún quedan demasiadas interrogantes abiertas: si en el origen del estallido estaba el malestar, ¿por qué la Convención Constitucional fue incapaz de entregar una respuesta mayoritaria y convincente?, ¿todo se explica por las noticias falsas de la derecha ―que existieron―, o también participa de esta derrota la profusión de símbolos identitarios que terminaron socavando el cemento común que es la idea de patria y de comunidad nacional? ¿no hay un rol en este extravío colectivo que se explica por el voto voluntario con el cual fueron elegidos los 155 convencionales, en una elección en la que se abstuvo… El 57% del electorado?

De modo general, hay una responsabilidad política transversal de todos los partidos: es inquietante haber entregado la Convención a una enorme mayoría de independientes que fueron electos en listas como si fuesen partidos, lo que los llevó a perder la conducción del proceso. Más profundamente, las izquierdas chilenas deben responder seriamente a la pregunta sobre su propia responsabilidad ante la derrota electoral más importante de su historia: la farra fue descomunal, el payaseo fue excesivo, lo que fue evidentemente aprovechado por la derecha. Pero, ¿la derrota del apruebo fue la victoria de la derecha o la derrota de todas las izquierdas? A mí me parece que fue más lo segundo que lo primero, sobre todo si se considera que lo que siguió fue una segunda instancia redactora (“Consejo Constitucional”) completamente dominada por la derecha dura de “Republicanos”.

No es un azar si una de las últimas imágenes del documental Oasis consiste en grupo de gansos nadando al lado de una fábrica que derrama todos sus desechos.

No hay mejor manera de decir que, tras el estallido y la Convención Constitucional, quedamos en el mismo punto de partida, sin dar las gracias a nadie y sin ninguna explicación de lo ocurrido.

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