La ‘geringonça’ a la chilena: lecciones desde Portugal
Existe la posibilidad de que las izquierdas chilenas superen su propio Frankenstein formulándose las preguntas correctas en el momento preciso
Portugal acaba de realizar elecciones parlamentarias y el resultado es sumamente relevante: tras seis años de un turbulento romance entre el Partido Socialista, el Bloque de Izquierda y el Partido Comunista, la derecha vuelve al poder, con una extrema derecha (Chega) rozando el 20% de los votos, en una elección en la que aumentó la participación en seis puntos respecto de los comicios anteriores. Si bien el PS sigue siendo la fuerza ampliamente dominante en la izquierda, casi llegando al 29% de los votos (a un punto de la Alianza Democrática de derecha), impresiona que ni el Bloque de Izquierda (el equivalente del Frente Amplio en Chile) ni el PC alcancen el 5% de los sufragios: quedan así atrás seis años de Gobierno con buenos resultados económicos pero que no son percibidos por las personas en su vida práctica, el que fue llamado geringonça (artilugio), resaltando las grandes diferencias entre las tres partes. Nadie duda que lo que hizo posible este Frankenstein de izquierdas fue la voluntad de mantener a la derecha alejada del poder: en tal sentido, fue una curiosa y exitosa coalición que se formó en contra de un adversario en tal solo 54 días. Pero las diferencias fueron insalvables, en un contexto en el que la derecha dejó de ser objeto de repudio.
Hay muchas cosas que aprender de Portugal, dado el notable parecido formal con la configuración de las izquierdas en Chile y un importante dato de contexto: una crisis de la participación electoral en ambos países con voto voluntario (que Chile abandonó hace muy poco). Si la política de izquierdas portuguesa acaba de dejar atrás su extraña configuración de Frankenstein mediante una derrota electoral, las izquierdas chilenas aun navegan en su propia geringonça (de la cual uno de sus rasgos extraños es ser una alianza política post-electoral -como si tuviésemos un régimen parlamentario- conformada por dos coaliciones). Sin embargo, hay algo importante que está ocurriendo en Chile: tanto el Socialismo Democrático como el Frente Amplio en su proceso de unificación en un solo partido están haciendo esfuerzos en reorganizarse a nivel de proyecto político (para el primero) y de declaración de principios (para el segundo).
El Frente Amplio en gestación como un nuevo partido único publicó hace pocos días su declaración de principios, la que se caracteriza por una gran variedad de principios y causas que se propone defender, aunque sin establecer un diagnóstico del momento político chileno (lo que en lenguaje antiguo se llamaba el “análisis del periodo”), ni menos un análisis del momento mundial en el que nos encontramos.
El Socialismo Democrático tomó otro camino para institucionalizar su existencia en torno a dos partidos anclas, el Partido Socialista y el Partido por la Democracia, a quienes probablemente se sumarán los radicales y liberales. Ese camino no ha sido ni el de la enunciación de principios generales de conducta política, ni el del análisis del periodo: su propuesta, que se conocerá con toda probabilidad esta semana, consistió en elaborar los fundamentos avanzados de un verdadero proyecto político de largo plazo. Lo paradójico es que, mientras el Frente Amplio avanza en la edificación de un partido único, el Socialismo Democrático da un paso adelante hacia lo que era hasta hoy el Frente Amplio en los hechos: una federación de partidos.
Con la llegada de Pedro Sánchez a Chile y su reunión con los socialistas, hemos visto cómo se explicita un proyecto criollo (en el que se aboga por políticas de izquierda racional, en el exacto sentido de racionalidad sustantiva de las cosas del mundo), introduciendo por primera vez en su radar las transformaciones en curso del capitalismo global, y el impacto que esto significará para la propia existencia de cualquier tipo de izquierda. Si el trabajo no solo se mecaniza, sino que se automatiza, ¿cuáles serán los efectos sobre el mundo que los socialistas han buscado desde siempre representar, desde los trabajadores manuales hasta los intelectuales? ¿Qué hacer si buena parte de los trabajadores manuales se extinguen, a quiénes representar? ¿A los perdedores del capitalismo financiarizado y globalizado? Si el capitalismo que se asoma carece de ese espacio común de socialización política que fue la fábrica y el lugar del trabajo, ¿cómo pensar universalmente cuando los denominadores comunes de corte material desaparecen? Y a todo esto, ¿quiénes son los trabajadores intelectuales?
Para todas estas preguntas se esbozan respuestas. Pero esto no es lo único: ante la inminencia del ingreso de la Inteligencia Artificial en la vida cotidiana, ¿cómo responder políticamente a este momento profundamente revolucionario? Respuestas categóricas evidentemente no hay, pero ya está presente la intuición de que algo relevante se encontrará cada vez más en juego.
De lo anterior se sigue la pregunta, fuertemente ausente en el debate público del Frente Amplio, sobre los universales a los que el Socialismo Democrático debe apuntar: de respuesta abierta y probablemente controversial, no parecen haber dudas de que sin universales, no hay izquierda posible.
Lo interesante en estos dos esfuerzos, por un lado en los principios frenteamplistas cuyo efecto es amarrarlos a la filosofía de la superioridad moral y, por otro lado, en el proyecto político por parte de los socialistas democráticos que los coloca en la política real, es que pueden servir para salir de la “geringonça” sin la necesidad de pasar por la experiencia de la derrota electoral. Si bien los comunistas languidecen en la inercia de la realidad, apostando a que serán la primera fuerza relativa al interior de las izquierdas por la fuerza de las cosas, el hecho es que existe la posibilidad de que las izquierdas chilenas superen su propio Frankenstein formulándose las preguntas correctas en el momento preciso.
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