Luis Larraín Stieb
En la Fundación Iguales fue ejemplo de compromiso, de rigurosa voluntad, de pensamiento despejado, de avezado articulador político. Sus ideas tocaban a las personas y las acercaban a nuestra causa
Ha sido conmovedor ser testigo del cariño y el pesar que ha despertado en tanta gente la muerte de Luis. Fue una persona queridísima para su familia, compañeros y amigos, y un hombre admirado y respetado en la esfera pública. También he recibido numerosos testimonios de la compañía que les brindó a muchos en sus caminos de aceptación. Más de alguno me ha dicho que le salvó la vida.
Tuve el honor de trabajar junto a él durante doce años. Aunque teníamos caracteres y concepciones de mundo diferentes, pudimos construir una mirada de futuro y una ética de trabajo en común, lo cual nos permitió cimentar una robusta cultura organizacional en Fundación Iguales. Así fue como nos transformamos en un agente social propositivo, colaborativo y dialogante, armado de profesionalismo y buenos argumentos.
Recuerdo el día que decidimos crear la fundación. Luis no dudó un instante en comprometerse ni tampoco se tomó demasiado tiempo para llenarnos de ideas y labores. Hacía las preguntas correctas, expresaba sus dudas con claridad, buscaba soluciones con denuedo. Si se proponía algo, lo conseguía.
Luego vino la marcha de la Igualdad en 2011. Con la inusitada fuerza social que despertó, implicó un desafío para todos y en particular para él. Me quedaré con esa imagen suya, al frente de la columna con una sonrisa inabarcable.
Después se fue a Francia, a estudiar un posgrado en política internacional. A su regreso podría haber accedido a buenos puestos en el gobierno, o en organismos internacionales o incluso en fundaciones extranjeras, pero decidió ser el próximo presidente de Fundación Iguales, aun cuando éramos una organización pequeña y precaria. “Es parte de mí”, me dijo.
En su cargo fue ejemplo de compromiso, de rigurosa voluntad, de pensamiento despejado, de avezado articulador político. Sus ideas tocaban a las personas y las acercaban a nuestra causa. Si bien era un hombre serio, de palabras justas y gestos medidos, transmitía gran humanidad, virtud que brotaba de ese compromiso interior que lo movía y que era capaz de inculcar en los demás.
Durante la tramitación de la Unión Civil, que se llevó a cabo durante el primer año del segundo gobierno de la presidenta Bachelet (2015), no dejó nunca de asistir a las sesiones de comisión o sala en que el proyecto estuvo en tabla. En cada oportunidad puntualizaba nuestra postura al respecto, poniendo de relieve el carácter familiar que queríamos darle a este enlace, más allá de sus efectos administrativos. Se levantaba al alba y se subía a un bus para ir a Valparaíso. Regresaba tarde, de noche, en otro bus, desde donde nos contaba por WhatsApp las noticias del día.
Luego de promulgada esta ley, dejó establecidas las bases del proyecto de ley de Identidad de Género, para el que trabajó con el mismo esmero y capacidad de persuasión de siempre. Su apertura hacia las variadas manifestaciones de la diversidad sexual y de género fue total desde un comienzo. Creía que si la libertad no alcanzaba para todos no era suficiente. Por esta razón pusimos primero en nuestra agenda la tramitación de esta ley, por delante del anhelo histórico que significaba conseguir el matrimonio igualitario.
Todo este despliegue de vitalidad lo hizo mientras enfrentaba sucesivos quebrantos de salud: diálisis, trasplantes de riñón, infecciones y otras enfermedades de las que jamás se quejó ni menos fueron excusa para ausentarse de una sesión parlamentaria, de una entrevista, o de una reunión con un personero de gobierno.
Esta virtud constituía quizás una de las razones por las que era bien recibido en todas partes. Cualquiera percibía que se estaba enfrentando a una fuerza vital incombustible, independientemente de que pensara distinto respecto al tema en cuestión.
Mientras tanto, al interior de Iguales, durante las reuniones de directorio, Luis se transformó en ejemplo de concordia, de mesura, porque en cualquier discusión era capaz de mantener la calma y buscar una forma de entendimiento. Y para el equipo de trabajo resultó ser un líder inspirador, con su inteligencia volcada al servicio de nuestras prioridades, siempre puestas en el orden correcto, con el énfasis adecuado. Aquellas tareas que para otros implicaban un esfuerzo extenuante, él las acometía con decisión y secreta alegría. Le gustaba su trabajo, le gustaba la gente.
Un logro de Luis que quisiera destacar fue el anteproyecto de matrimonio igualitario que Fundación Iguales desarrolló junto a la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. En 2016 fuimos “en masa” a presentárselo a la presidenta Bachelet. Luego el gobierno se basó en él para ingresar el proyecto de ley al Senado. Finalmente, cuando el presidente Piñera tomó la decisión de impulsar su trámite hasta total despacho en 2021, lo hizo a partir de ese proyecto que tenía la impronta de Luis en su articulado.
Partió demasiado pronto, todavía hay tanto por hacer. Hasta en los momentos de enfermar y morir, fue señalando tareas pendientes que todavía tenemos como sociedad: la reforma de la ley antidiscriminación; un mejor acceso a tratamientos y cuidados para los enfermos crónicos; lo mismo para quienes padecen de cáncer; el establecimiento del derecho de las personas con enfermedades terminales a una muerte digna.
En Iguales, estamos comprometidos a mantener viva la visión de Luis, quien encarnó el anhelo de construir un país más justo, acogedor e igualitario. Y también queremos conservar su espíritu de transparencia vital, de humildad, de claridad de propósito, de sacrificio.
Luis fue un regalo enorme para quienes tuvimos la oportunidad de tenerlo cerca. Nos enseñó a vivir de una manera nueva y a comprender que una existencia plena debe estar cuajada de convicción, verdad y sencillez.
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