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ELECCIONES CONSTITUCIÓN CHILE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿‘Sorpasso’ en el Nuevo Mundo?

De no mediar un resultado que favorezca la cooperación y el acuerdo, se daría el que caso descrito por nuestro célebre Nicanor Parra. Esto es, parafraseando, que la (extrema) izquierda y la (extrema) derecha unidas, jamás serán vencidas

Santiago de Chile
Personas caminan frente a carteles de propaganda electoral para consejeros Constitucionales, el 27 de abril 2023, en Santiago (Chile).ELVIS GONZALEZ (EFE)

El domingo Chile enfrenta una nueva elección, para escoger por segunda vez en dos años representantes que escriban un nuevo proyecto de Constitución, que será plebiscitado en diciembre. Los resultados pueden sorprender.

El contexto, de usual, no tiene nada. Esta será la séptima vez que los chilenos van a las urnas en tan solo 36 meses, para elegir a ocho diferentes tipos de autoridades y votar en dos plebiscitos nacionales.

Esta fiebre de elecciones ha sido, en parte, la manera de canalizar institucionalmente los hechos gatillados a partir del 18 de octubre de 2019 – el estallido social, violento y abrumador para las instituciones y autoridades políticas. En ellas se han advertido los vaivenes de humor político. La aprobación por un 78% para escribir una nueva Constitución con 7,5 millones de votantes –y un escuálido 22% para los representantes de derecha– parecía anunciar un ciclo que entregaba una mayoría social y política a las ideas de la nueva coalición de izquierdas.

Pero aquello fue frenado en seco con el apabullante triunfo del rechazo en el plebiscito constitucional de septiembre pasado, cuando un demoledor 62% desrieló el proyecto refundacional impulsado por las izquierdas. Hubo una participación previamente inimaginable de 13 millones de personas.

Este mazazo a la propuesta constitucional izquierdista se explica, en parte, por la radicalidad identitaria que primó en su proceso, a la exclusión y cancelación de las derechas por parte de una izquierda hipermoralizante, la lejanía de las propuestas con los problemas cotidianos de las personas y el desprecio que se mostró –en forma y fondo– con la tradición chilena.

Por cierto, aún quedan quienes no reconocen la derrota y culpan a todo salvo a sí mismos, tratando a los votantes de ignorantes, de atrasados frente a lo progresista de los cambios, dando un espectáculo de élite patético como pocos.

Dado que la cuestión constitucional estaba lejos de haberse terminado, la centroderecha cumplió su compromiso: “Con esta no, pero con una buena Constitución, sí”. Y firmó un acuerdo con las izquierdas y el Gobierno para un segundo proceso constituyente. A diferencia del proceso anterior, el Partido Comunista sí se sumó y votó a favor en el Congreso, empujado por el propio presidente Gabriel Boric y el Gabinete del que forman parte. En tanto, el derechista Partido Republicano volvió a votar en contra de cambiar la Constitución actual.

Así, llegaremos a este 7 de mayo a una elección con desinterés generalizado en el tema propiamente constitucional –donde ni el Gobierno ha sido especialmente proactivo en llamar a votar–, pero que, dado que será una elección con voto obligatorio, seguramente representará la segunda más alta participación electoral de nuestra historia.

Hay muchas razones que explican este desinterés: el cansancio ciudadano derivado de la larga y pésima experiencia del proceso anterior, la seguidilla de elecciones, la lejanía con que se percibe hoy el tema constitucional versus la crisis de seguridad y los malos datos económicos.

Sin embargo, existe una causa que, si bien no es especial únicamente a Chile, tiene componentes idiosincráticos que la han agudizado. Me refiero al efecto que tiene en las personas y la sociedad en su conjunto la permanente incertidumbre en que nos encontramos, que podríamos denominar como repliegue y presentismo.

Ya lo decíamos: el estallido social, la pandemia, un proceso constitucional fracasado, inestabilidad de las reglas institucionales, múltiples elecciones, la percepción de que la inseguridad pública y la inmigración irregular que están fuera de control, realidades económicas complejas (como el aumento del costo de vida, la baja en salarios reales, aumento del desempleo), cambios tecnológicos que generan incertidumbre y un largo etcétera, hacen que nuestra sociedad esté, de forma tácita, en punto de ebullición.

El repliegue implica que las personas se vuelcan a sí mismos, a espacios que le son más seguros y controlables, como el propio hogar, su familia y su pasado, incluyendo sus tradiciones o costumbres, así como la pertenencia a una idea de país. Mientras, el presentismo es el vivir en el aquí y ahora, como en un ciclo interminable que se repite una y otra vez y donde el futuro percibido se expresa en unos pocos meses, donde sólo cabe lo urgente que invade todas las esferas de la vida cotidiana.

En este escenario de sobrevivencia –sumado a la frustración de expectativas y descrédito de la política para entregar una solución esperanzadora– hay un mínimo espacio para las preocupaciones de largo plazo, a la vez que se hacen populares las medidas efectistas de la inmediatez. Es un escenario que alimenta un potencial populismo.

Las encuestas muestran que la oposición –y más bien las fuerzas del rechazo del plebiscito anterior– están cerca de obtener los tres quintos del consejo constitucional que será elegido este domingo. Es decir, conseguiría el quórum necesario para escribir normas en el borrador constitucional. El Gobierno, en tanto, ratificaría su minoría social y política con cerca de un 40% de los escaños.

Una de las posibles sorpresas es que, dentro de la oposición, sea el Partido Republicano el que obtenga casi la misma cantidad de consejeros que la centroderecha. Incluso, algunos se entusiasman con la idea de un sorpasso en la derecha, que reconfiguraría la discusión política inmediata.

Al mismo tiempo, ya hay varios intelectuales y grupos políticos de una izquierda radical que, advirtiendo el viento en contra, han comenzado a desembarcarse del proceso, a poner en cuestión su legitimidad, por tener demasiados contornos predefinidos como para ser la base de un proceso refundacional (refundación que, está de sobra recordar, no es lo que quieren los chilenos).

Finalmente, mirando hacia la otra punta, algunos temen que se repitan los mismos excesos de la izquierda del proceso pasado, pero ahora con signo contrario, llevando inevitablemente a que haya una alta posibilidad de un nuevo rechazo en el plebiscito de salida de diciembre.

De no mediar un resultado que favorezca la cooperación y el acuerdo, se daría el que caso descrito por nuestro célebre Nicanor Parra. Esto es, parafraseando, que la (extrema) izquierda y la (extrema) derecha unidas, jamás serán vencidas.

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