Ya no sufro por tu querer

Lo interesante del extrarradio es que no existe el anonimato

Han pasado cien años desde que sucedió, desde que le miraba sin pestañear en el patio o en el parque o en la plaza, desde que alguien a quien yo le dije de forma confidencial que su amigo me gustaba, se chivara. En el momento en el que se enteró, yo creí morir de vergüenza, empecé a coger los caminos largos para no tropezarme con él y que me notara las mejillas incendiadas. Más tarde, renací de mis cenizas y volví a tomar los atajos y nos dimos de bruces y aguanté los cuchicheos de su pandilla, hasta que se cansaron y remitieron.

En serio, puede que un siglo no pero, mínimo, han transcu...

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Han pasado cien años desde que sucedió, desde que le miraba sin pestañear en el patio o en el parque o en la plaza, desde que alguien a quien yo le dije de forma confidencial que su amigo me gustaba, se chivara. En el momento en el que se enteró, yo creí morir de vergüenza, empecé a coger los caminos largos para no tropezarme con él y que me notara las mejillas incendiadas. Más tarde, renací de mis cenizas y volví a tomar los atajos y nos dimos de bruces y aguanté los cuchicheos de su pandilla, hasta que se cansaron y remitieron.

En serio, puede que un siglo no pero, mínimo, han transcurrido dos décadas y pico y el tipo que me gustó, al que no gusté y que, como yo, continúa residiendo en el barrio, me ve y se crece. Quizá , sea percepción mía, que todavía estoy resentida o dolida, pero yo siento que él se viene arriba, que sonríe ufano, que se cree que los sentimientos del instituto duran para siempre y que puede continuar dándome calabazas vitalicias, aunque no me interese ni lo más mínimo. La cosa es que ni siquiera cuando pasó había razones sólidas para que llamara mi atención. Ni le conocía, solo sabía su nombre. Era una figura que andaba a lo lejos y que me hacía gracia porque jugaba bien al fútbol o tenía moto o era rapper o llevaba el pelo a cazuela. Ya ni me acuerdo de mis propios porqués. Con esa edad, la verdad, no era especialmente exigente.

Ese es uno de los males del barrio, que los errores o las vicisitudes varias de las biografías de su gente, jamás prescriben. Tenemos memoria infinita, para lo bueno y para lo malo. Y para lo malo, repito. Y pueden reírse de ti con la misma intensidad durante lustros porque siempre habrá alguien en tu círculo dispuesto a recordártelo a no dejarte crecer o evolucionar del todo, a anclarte en la persona que fuiste y de quien no quedan más que retazos. Lo interesante del extrarradio es que no existe el anonimato por lo que casi cada historia de vida puede construirse a base de memorias individuales y colectivas.

Los nombres propios patinan, sí, sin embargo, las caras, las anécdotas y las pifias se mantienen en el imaginario grupal. Conocemos a la gente por referencias como “la que llevó muletas en sexto”, “el que, cuando se llevaban las camisetas de El Charro, apareció con una de El Chorro”, “la que siempre llevaba triángulos de chocolate al recreo”, “la que se cayó en gimnasia (en la época en la le llamábamos gimnasia y no educación física) al saltar el potro”o “al que se le salía el refresco por la nariz cuando le daban ataques de risa”. Pues bien, resulta que esas personas han cumplido años. A día de hoy, algunas tienen hijos, algunos trabajan, los hay que hasta(hito) han salido en first dates… El tiempo pasa y hay aspectos de nuestra personalidad y de nuestro físico que se mantienen. Ahora bien, ni yo sigo siendo la misma ni sufro por tu querer. Que lo sepas.

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