“El theremín es instrumento fetiche de friquis”

“La gente me espera a la salida de los conciertos con los ojos desorbitados”, dice Javier Díaz Ena

Javier Díez Ena, con un theremín en el Café de Ruiz. KIKE PARA

Javier Díaz Ena, zaragozano de 44 años, es periodista y lleva sus buenos 20 años contribuyendo a difundir las bondades históricas de nuestra escena desde el gabinete de prensa de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Pero por las tardes aflora el músico y compositor que lleva dentro, una bestia caracterizada por su insaciabilidad: en estos cuatro lustros ha sido capaz de poner en marcha proyectos como Dead Capo, Ginferno o Forastero, transitando siempre por vericuetos instrumentales poco trillados; ejerció de contrabajista para Ainara LeGardon y Aaron Thomas, ha puesto música a un par de pel...

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Javier Díaz Ena, zaragozano de 44 años, es periodista y lleva sus buenos 20 años contribuyendo a difundir las bondades históricas de nuestra escena desde el gabinete de prensa de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Pero por las tardes aflora el músico y compositor que lleva dentro, una bestia caracterizada por su insaciabilidad: en estos cuatro lustros ha sido capaz de poner en marcha proyectos como Dead Capo, Ginferno o Forastero, transitando siempre por vericuetos instrumentales poco trillados; ejerció de contrabajista para Ainara LeGardon y Aaron Thomas, ha puesto música a un par de películas de Miguel Ángel Cárcano y ofrecido cursos y sesiones privadas aquí y allá.

La vida le cambió el feliz día de 2003 en que cayó en sus manos un theremín de segunda mano, ese singular cacharro con dos antenas que genera sonidos de ciencia ficción cuando el oficiante altera las ondas con el aleteo de sus manos en el aire. Desde entonces se ha hecho con “seis o siete” y se ha erigido en el mayor virtuoso español de este instrumento que parece magia, pero es pura física. Y su nuevo proyecto, el cuarteto L’exotighost, confirma al menos dos cosas. Una: Díaz Ena dedica muy pocas horas del día a dormir. Y dos: solo él es capaz en esta ciudad de afinar esas ondas Martenot como si de un violonchelo se tratara. El disco La ola oculta lo constata.

¿Se siente a estas alturas más músico que periodista?

Soy un músico que paga sus facturas con el periodismo. La vida me llevó al teatro y defiendo la vocación del cronista, pero las energías se las dedico a la creatividad musical.

¿Cuántas veces ha tenido que explicar qué demonios es un theremín?

Docenas y docenas. La gente me espera a la salida de los conciertos con los ojos desorbitados. Piensan que llevas sonidos pregrabados o que utilizas un hilo invisible.

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Alguno le habrá querido emular…

Es muy gratificante despertar la curiosidad de los demás. Hace poco, en Jordania, un hombre quería comprarme el theremín allí mismo, con los billetes en la mano.

¿Recuerda cuál fue su primera vez?

¡Claro! De adolescente, cuando vi la peli Ultimátum a la Tierra. Era un sonido fascinante, pero pensé que se trataría de algún teclado. Y luego llegaron los noventa, con Ed Wood, Mars attacks o la Jon Spencer Blues Explosion y sus escandaleras en escena. Pero yo tenía ya una carrera como músico y no quería limitarme a los ruiditos indies, sino aprender a afinarlo.

¿Existen métodos de enseñanza?

En 2005 recibí una clase magistral de una hora a cargo de Pamelia Kurstin que me dio para vivir varios años. Pero todo es tan autodidacta en esto que acabas desarrollando tus propias técnicas y tus propios vicios… Ahora, con Internet, muchas ganas y un poco de oído, es cuestión de echarle horas. Yo provengo de una época más salvaje.

¿Los thereministas son los bichos raros de la fauna musical?

Hombre, tenemos el instrumento fetiche de los friquis. Por eso Sheldon toca uno en la serie Big Bang theory, que es la sublimación de los estrafalarios. Y sí, yo me considero un friqui musical de oído más bien escorado: valoro tanto la belleza como la extrañeza.

La cinefilia también les viene de serie, claro…

A mí siempre me encantaron el gore y el terror clásico, pero estoy un poco cansado de la asociación de ideas. Por eso me apetecía tanto romper fronteras, ensayar con el theremín algunas composiciones propias o soñar orquestinas marcianas con docenas de theremines.

 En L’exotighost le acompañan otros instrumentos poco frecuentes: ukelele bajo, marimba, shamisen japonés… ¿Por qué?

Es una declaración de amor a la música exótica, el paraíso perdido, la abstracción. Quería demostrar que la música tropical y escapista no tenía por qué resultar hortera o camp, sino misteriosa. Combato la idea de que en música ya están agotadas todas las fórmulas, así que me propuse sugestionar al oído con algo nuevo.

¿Tan escéptico es en lo que respecta a la música comercial?

Lo que suena en radios y listas de escucha es bastante estándar y aburrido, nunca se sale del carril. Antes a los divergentes se les prestaba más atención, pero hoy solo lo petan quienes aporten fotos o vídeos, una estética cuidada. Prestamos atención a los iconos, pero no a los nuevos sonidos.

¿No le atrae la idea de colaborar con algún artista popular?

Aunque me hiciera una gira con Vetusta Morla, pongamos por caso, mi papel quedaría reducido a un estatus testimonial. Amaral o La Oreja de Van Gogh han utilizado theremines en directo, pero siempre como un ingrediente anecdótico. Para eso, prefiero seguir en el underground.

Un mordisco de carne cruda

Por si no tuviera bastantes ocupaciones, Díaz Ena también forma parte del equipo fundacional de Carne cruda, el controvertido y comprometido programa radiofónico que dirige Javier Gallego, premio Ondas en 2012. "Sigo creyendo en el periodismo como agitador de conciencias", reivindica el músico, que ha sido testigo de cómo a Gallego "le paraban hasta 30 personas en 200 metros felicitándole por la incidencia de su trabajo en la vida de la gente". El zaragozano tuerce el gesto al recordar el 26M. "No vivo en los mundos de Yupi y sé que se han cometido errores, pero el freno a las políticas progresistas es un disgusto".

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