Opinión

Colau y los falsos dilemas morales

La oferta de Valls hace posible una mayoría alternativa y Ernest Maragall no puede actuar como si no existiera. El independentismo exige a los comunes una lógica moral que no se aplica a sí mismo

La alcaldesa en funciones, Ada Colau, y el candidato Ernest Maragall.

Las elecciones municipales han dado una mayoría de izquierdas incontestable en la ciudad de Barcelona: ERC, Barcelona en Comú y PSC suman 28 de los 41 concejales. Mayorías mucho más precarias hicieron posibles los dos Gobiernos tripartitos de la Generalitat, pero la estrategia unilateral del independentismo ha provocado grietas tan profundas en la política catalana que ese pacto resulta ahora imposible: socialistas e independentistas se vetan mutuamente. En ausencia de una mayoría alternativa, Ernest Maragall podía aspirar a la alcaldía e incluso a gobernar en solitario por ser la lista más vo...

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Las elecciones municipales han dado una mayoría de izquierdas incontestable en la ciudad de Barcelona: ERC, Barcelona en Comú y PSC suman 28 de los 41 concejales. Mayorías mucho más precarias hicieron posibles los dos Gobiernos tripartitos de la Generalitat, pero la estrategia unilateral del independentismo ha provocado grietas tan profundas en la política catalana que ese pacto resulta ahora imposible: socialistas e independentistas se vetan mutuamente. En ausencia de una mayoría alternativa, Ernest Maragall podía aspirar a la alcaldía e incluso a gobernar en solitario por ser la lista más votada. Así era la noche electoral. Pero la decisión de Manuel Valls de apoyar a Ada Colau como alcaldesa en un Gobierno de coalición con los socialistas sin exigir contrapartida alguna ha cambiado radicalmente el escenario. Ahora hay una posible mayoría alternativa y Ernest Maragall no puede reaccionar como si no existiera, manteniendo su oferta de pacto preferente con Junts per Catalunya y colocando el programa independentista por encima de todo.

Si quiere gobernar Barcelona debe cambiar de estrategia, pero la situación política no se lo facilita. ERC sigue prisionera de Junts per Catalunya: la enésima batalla por la hegemonía del independentismo está al caer y los republicanos no quieren ir a las elecciones autonómicas pudiendo ser acusados de traición por haber pactado con Colau y el PSC. Por otra parte, la posibilidad de un pacto en solitario con los comunes tampoco parece probable porque, para ser elegido alcalde, Maragall necesitaría los votos de Junts per Catalunya y esta no parece dispuesta a dárselos sin entrar en el Gobierno. Pero incluso si lo hiciera, tampoco está claro que esta fuera la mejor opción para Ada Colau.

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La alcaldesa insiste en un pacto de izquierdas a tres, pero si ERC lo rechaza, puede pactar con los socialistas una mayoría de gobierno de 18 concejales y ser elegida alcaldesa con el apoyo de Valls. Colau tiene así a su alcance la oportunidad de seguir gobernando y terminar la tarea que comenzó hace cuatro años, cuando, procedente del activismo social, se convirtió en la primera alcaldesa de Barcelona. Cuenta ahora con la experiencia de cuatro años de dura gestión en solitario y un nuevo equipo pensado para gobernar. Mantener o no la alcaldía es la diferencia entre pactar con Maragall o hacerlo con Collboni y todos saben que en un gobierno municipal no es lo mismo tener la alcaldía que no tenerla. En ambas opciones corre el riesgo de sufrir el abrazo del oso, pero en la primera tiene todas las de perder y en la segunda mucho que ganar. Perder la alcaldía puede ser por otra parte, un grave retroceso para el espacio y las políticas que representa.

Así las cosas, el independentismo intenta alterar la lógica de la situación. Pretende hacer prevalecer sus intereses —lograr la alcaldía de Barcelona— sobre la base de que las convicciones de Colau le impidan a ella defender los suyos. Presionan por todos los medios a su alcance para que renuncie a un acuerdo con los socialistas, y por tanto, a la alcaldía, alegando que un partido de izquierda no puede aceptar el regalo de un representante de las élites económicas como Manuel Valls. Creen, en cambio, que Maragall sí puede pactar con un partido de derechas como Junts per Catalunya porque la causa de la independencia lo justifica todo. Intentan así situar el debate en un terreno moral que no se aplican a sí mismos. Saben que este es el punto vulnerable de la cultura de izquierda en la que milita Colau.

Pero en este caso no hay un conflicto entre convicciones e intereses. No estamos hablando de la defensa de una ambición personal o de una mera lucha por el poder, sino de la posibilidad de que los comunes puedan llevar a cabo el programa político que defienden para Barcelona. Las consecuencias del falso dilema entre convicciones y posibilismo político está muy bien explicado en el libro de Ignacio Sánchez Cuenca La superioridad moral de la izquierda. A diferencia de la derecha, que considera legítimo defender intereses y por eso tiene mayor facilidad para transaccionar y alcanzar acuerdos políticos, la izquierda tiende a anteponer los principios a los intereses, por legítimos que estos sean. Y cuando una negociación política se centra en los principios, cualquier cesión puede ser vista como una traición. El exceso de idealismo moral es el que explica la tendencia suicida de la izquierda al conflicto interno y a la escisión. Y es lo que a la postre impide muchas veces que su proyecto político avance. Pero la política y la moral obedecen a lógicas diferentes que no tienen por qué ser incompatibles. Que Barcelona en Comú trate de sacar adelante su proyecto político con los votos Valls, que ni siquiera exige contrapartidas, es tan legítimo como que ERC intente salvar el suyo con el apoyo de Junts per Catalunya.

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