Crónica

Ellas, detrás la puerta

A muchas mujeres, desde siempre, les sostengo la puerta, acto de educación y respeto y admiración. Y también de secreto egoísmo: con el deseo de que sus limaduras mágicas den pátina a mis textos

Mitin de clausura del congreso de las Juventudes de Acción Popular.DÍAZ CASARIEGO (EFE)

“Pero, ¿qué haces? Ya puedo abrirla sola...”. Han pasado 37 años, y aún recuerdo la puerta exacta de la Universidad Autònoma de Barcelona que sostuve para dejar pasar, a lo Beau Brummel, a la chica. Me descolocó. Como lo hizo la llegada, apenas un par de años antes, de una decena de alumnas a nuestro masculino curso de COU: descubrieron los rectores del instituto que una generación entera se les iba a la universidad sin haber visto fémina en toda nuestra vida académica y lo arreglaron a la brava, salpicando la clase con algunas importadas de un vecino centro también unisex, del mismo ...

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“Pero, ¿qué haces? Ya puedo abrirla sola...”. Han pasado 37 años, y aún recuerdo la puerta exacta de la Universidad Autònoma de Barcelona que sostuve para dejar pasar, a lo Beau Brummel, a la chica. Me descolocó. Como lo hizo la llegada, apenas un par de años antes, de una decena de alumnas a nuestro masculino curso de COU: descubrieron los rectores del instituto que una generación entera se les iba a la universidad sin haber visto fémina en toda nuestra vida académica y lo arreglaron a la brava, salpicando la clase con algunas importadas de un vecino centro también unisex, del mismo modo que se llevaron hacia aquél a otros tantos compañeros de aula, en lo que en ese excitante periodo hormonal nos pareció un privilegio sin parangón.

De aquel estrambótico melting pot sexual mantengo el recuerdo de unas chicas que, como nosotros, encajaron la cosa como pudieron, y a una Montse --larga cabellera azabache, cartesiana, complementos de lujo-- que, sin despeinarse, fue el mejor expediente académico de la clase. Me faltó tiempo para declararle un amor que no sólo no fue correspondido sino descarnadamente descalificado, sin paliativos, ante la que aún hoy es la más triste de mis coca-cola; además, estaba saliendo ya con el guaperas oficial del otro curso, mozarrón de metro ochenta coronado por una media melena imbatible, blusas sin cuello bajo chaleco de traje y tejanos rematados por botas camperas que, con la inquina gran reserva de los años, se me antojan ahora las herraduras de plata del caballo del presumido James Hay, conde de Carlisle.

De los tiempos universitarios del episodio de la puerta queda también la inteligencia de una Conxita, hoy en TV-3, a quien debo el luminoso descubrimiento de Visconti, y una Núria que fue el primer 10 en redacción de la carrera, labrado en la exigente clase del añorado Héctor Borrat, y a la que cuando veo hoy cruzárseme tras coincidir en una entrevista ya abandono toda esperanza de haber entresacado lo mejor del personaje: el texto más sugerente siempre es el suyo.

‘Dones que surten del paper’ es una golosa selección de 44 escritos de periodistas catalanas, entre 1879 y 1938

La espoleta proustiana es la jovencísima Irene Polo, que, tras 13 horas en coche desde Barcelona y por las que ha pagado 70 pesetas, retrata la concentración de las Juventudes de Acción Popular en el Escorial una mañana de cortante frío de abril de 1934. Dan ganas de dejar el oficio de lo buena que es ya a sus 25 años: Com ha donat el primer pas el feixisme d’Espanya es el reportaje de una infiltrada en el mitin de una especie de juventudes de Vox actual. Ahí, unas fuerzas de choque uniformadas y pagadas cantan con henchidos pulmones (“Adelante, con fe en la victoria, / por la Patria y por Dios, a vencer o morir: / nos espera el laural de la Gloria, / porque está con nosotros la Historia, / con nosotros está el porvenir”), mientras en la parada paramilitar ella se mezcla con los 300 catalanes, algunos socios de la Lliga de Cambó (“¿No es republicana, la Lliga?”, pregunta taimada la periodista; y el interfecto responde, guiñándole el ojo: “Disfrazada, como el fascismo de Acción Popular”).

Ya ha dejado huellas en otro exquisito e intencionado reportaje en 1933 sobre una revuelta de 2.000 mineros anarquistas en Sallent (uno de los motivos por los que huirá de Cataluña en 1936), así como ha alertado en el mismo diario de los casi 50.000 niños sin escolarizar en 1934 o de la farisaica filantropía de las casas de empeños, donde las clases populares barcelonesas dejan hasta, literalmente, los calzoncillos. Todos están recogidos en Dones que surten del paper (Fonoll), pensada, seminal y golosa selección de 44 escritos de periodistas catalanas, entre 1879 y 1938. “Se explican a ellas mismas y explican un país”, recogen los compiladores, los estudiosos Elena Yeste y Francesc Canosa, en un prólogo que ya es de referencia y en el que calculan, removiendo cabeceras históricas, desde la fundacional La Llar (1871) y la Feminal (1907) de Carme Karr, la existencia de un centenar de publicaciones femeninas y de otras tantas mujeres ejerciendo el oficio de escribir durante la República, momento dorado hasta hace muy poco.

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No hay texto sin puntada ya desde el más antiguo, donde Dolors Monserdà denuncia, en un temprano 1879, la “repugnante explotación de la sangre humana” que sufren las costureras de blanco, que por sus “complicadísimos adornos” apenas cobran el “increíble precio de 25 céntimos de peseta”. Pero es que está una Rosa Maria Arquimbau de pituitaria privilegiada y oído envidiable para escoger los protagonistas de su paseo por los Encantes, en 1930, o sus charlas con unos gitanos que a las puertas de la modernidad ven hundirse su mundo por la eclosión de los coches (adiós al cuidado de animales de tiro y al transporte) y los grandes almacenes (venden más barato retales y cachivaches).

Si Mari Luz Morales (primera directora de un diario en Cataluña, La Vanguardia de entre agosto de 1936 y febrero de 1937) saca punta, tras visitar las bibliotecas, a lo que leen los barceloneses (más franceses que nada; declive de los autores de la Renaixença, Blasco Ibáñez y Baroja; auge del humor de Jardiel Poncela y Wenceslao Fernández Flórez; éxito rotundo de García Lorca; Marx lo piden los obreros, pero se cansan pronto…), Conxa Espinalt, en Mirador, refleja la desorientación de las féminas ante su bautismo cívico en las elecciones de 1933 y Anna María Martínez Sagi (primera mujer directiva en la junta del Barça) logra un clima tal que Victor Català le confiesa de todo y más: que quizá ha sido “demasiado casolana”, que, a pesar de ser “catalana de soca i arrel”, ama “igualmente la España gloriosa de Cervantes y Santa Teresa porque seguro tendrían a gran honor ser compatricios de Ramon Llull”, que con “gran gusto” escribiría en castellano y querría “una Cataluña que, sola, pudiera gobernarse dentro de España”). Es la misma Martínez Sagi que, a base de envidiables tres y cuatro descripciones consecutivas, será la única mujer periodista en el frente de Aragón, llevando una pistola Winchester que no sabe usar y saltando de un coche en marcha ante el ametrallamiento de una avioneta fascista.

De todas ellas y más he tomado notas como un poseso, como lo hago de la ahora reeditada en Debate Martha Gellhorn de El rostro de la guerra (qué no daría por haber sido testimonio de la aplicación verbal de su ironía escrita ante el engreído Hemingway, al que supera como reportero más de una vez) o de la inalcanzable Leila Guerriero, única cazadora de almas que conozco. A todas, y otras muchas, desde siempre, sostengo la puerta, acto de educación y respeto y admiración. Y sí, también de secreto egoísmo: con el deseo de que sus limaduras mágicas, como hace Campanilla con la pandilla de Peter Pan, den pátina a mis textos y les permitan la ilusión ni que sea de un corto vuelo gallináceo.

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