Análisis

Melancolía con leopardo

El Zoo es la casa de la naturaleza en la ciudad y un lugar que atesora recuerdos, experiencias y emociones inestimables e imborrables para una parte de los ciudadanos

Un leopardo en el Zoo de Barcelona.

Pasear por el zoo, en el que se nota el peso de la amenaza, se ha convertido en un ejercicio de melancolía. Hasta los cocodrilos parecen crepusculares. Hay muchas instalaciones en obras o cerradas. El viernes esperé hasta la hora de cerrar y me quedé a solas con el leopardo, sus manchas y su mirada. Hacía una tarde luminosa, una leve brisa soplaba en la copa de los árboles y parecía arrastrar el vuelo de las garzas. El rugido del león ponía una nota de profunda emoción y estremecimiento. Pensé en cuánto le deben mis lecturas (desde el Fauna de Félix hasta los trabajos de George Schall...

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Pasear por el zoo, en el que se nota el peso de la amenaza, se ha convertido en un ejercicio de melancolía. Hasta los cocodrilos parecen crepusculares. Hay muchas instalaciones en obras o cerradas. El viernes esperé hasta la hora de cerrar y me quedé a solas con el leopardo, sus manchas y su mirada. Hacía una tarde luminosa, una leve brisa soplaba en la copa de los árboles y parecía arrastrar el vuelo de las garzas. El rugido del león ponía una nota de profunda emoción y estremecimiento. Pensé en cuánto le deben mis lecturas (desde el Fauna de Félix hasta los trabajos de George Schaller), el afán de viajes y aventuras y el amor por la naturaleza a las muchas visitas desde niño al zoo. Es fácil reconocer en el zoológico el crisol de tantos sueños y el origen del anhelo de vida salvaje. Seguramente lo que no entienden los enemigos acérrimos del zoo y esta administración colauista, tan ferozmente bienintecionados y armados hasta los dientes de moralidad como Savonarolas y Robespierres del elefante y la bicicleta, es que en su cruzada para acabar con el zoológico no solo se enfrentan a criterios racionales y científicos de peso –que, por cierto, no parecen importarles mucho- sino también a los sentimientos de una parte de la ciudadanía, tan legítimos como los suyos

El zoo es mucho más que un centro en que se exhiben, crían, investigan y preservan animales. Es la casa de la naturaleza en la ciudad y un lugar que atesora recuerdos, experiencias y emociones inestimables e imborrables para una parte de los ciudadanos. Eso no se puede eliminar de un plumazo y de un “porque yo lo digo”, ni es justo hacerlo. Menos aún cuando se trata de perpetrar la extinción con criterios y argumentos a menudo waldisneyanos, demagógicos o directamente torticeros, ignorando lo que tiene la naturaleza de “red in toth and claw” y convirtiendo a los animales en seres humanos, un empeño que hay que recordar qué mal le salió y con cuánto dolor para los primeros al doctor Moreau en su isla.

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